Una aldea «hippie chic» en Uruguay

Cada vez más visitado, el viejo pueblo de pescadores Punta del Diablo conserva su aire casero, bares sobre la playa y música. Fotogalería.

Cada vez más visitado, el viejo pueblo de pescadores conserva su aire casero, bares sobre la playa y música. Foto: Diario Perfil [ Ver fotogalería ]

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Por Hernán Carbonel (*)

Se sabe: sólo el hombre y la naturaleza misma modifican el paisaje. Así, lo que antes era un tranquilo pueblo pesquero de la costa uruguaya, un día puede convertirse en un ámbito turístico casi paradisíaco.

Más allá de la explosión demográfica, el medio ambiente de Punta del Diablo no se ve amenazado: las cabañas tienen su onda (madera, piedra, grandes ventanales, algunas sobre palafitos, aire de mar, la infaltable hamaca paraguaya); la informalidad (carteles caseros en las esquinas, es más fácil moverse por referencias) se asocia a la higiene lugareña y lo hippie-chic se conjuga con los vestigios de aquella pequeña aldea de pescadores. En fin: el sitio no ha perdido el encanto.

En Punta del Diablo se cumple algo que no es muy usual en lugares de veraneo a orillas del mar: las familias tienen su espacio tanto como los jóvenes. Ambos buscan cosas diferentes –unos la contemplación y el relax, los otros la diversión, la jornada completa– y ambos pueden dar con lo que buscan.

Se ven chicos en cochecitos junto a sus padres a la par de grupos de amigos preparándose para una tarde/noche de fiesta. Las calles de tierra, los barcitos para tragos y comidas típicas al paso, bandas de músicos en cada esquina, los múltiples puestos de artesanías; ojotas, vinchas, polleras; pescaderías con productos frescos, los antiguos ranchos.

Eso y más se ve en una caminata –el auto puede pasar a un papel secundario– por el pueblo y la costa: bares al pie de la arena, aguas más cálidas que las del Mar Argentino, casas al borde de la playa misma, el infinito de cara al horizonte.

Lo que tienta son las playas. La de los botes: la más tradicional, de ahí salen los pescadores y ahí llegan por la tarde con sus capturas; un lugar manso, familiar. La del Rivero: bahía cerrada y a la vez abierta al oleaje del sur y el atardecer, buena para surfear. La de la Viuda: la más brava, que acaba en el faro, arena gruesa y buenas olas. La Grande, al norte, junto al Rivero, más amplitud y tranquilidad.

Como si eso fuera poco, quedan lugares alrededor para visitar: el Chuy –free shop en la frontera con Brasil–, la Fortaleza y el Parque de Santa Teresa –donde lo natural convive con lo histórico– u otras arenas y dunas de la costa. La misma costa a la que, en 1935, llegaron Rocha y sus diez hijos buscando la cercanía del mar como remedio al asma. Por entonces, ni él ni los críos pensaron que, varias décadas después, tantos argentinos cruzarían el charco en busca de aquellos bellos atardeceres.

 

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(*) Nota publicada en el Diario PERFIL el sábado 1 de diciembre de 2012

 

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