COLOMBIA

Cartagena de Indias seduce e inspira

Así como lo hizo con Gabriel García Márquez, la «Miami Colombiana» seduce e inspira. Fotogalería.

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Por Demian Procopio (*)

Así como lo hizo con Gabriel García Márquez, Cartagena de Indias seduce e inspira. El principal atractivo es “la ciudad amurallada”, dueña de una belleza colonial sorprendente. Una vez dentro –la entrada principal es la Torre del Reloj–, se siente que allí el tiempo nunca pasó y que la posmodernidad es una palabra que no figura en los libros.

En la ciudad, las casas pintadas de diferentes colores claros –celeste, rosa pastel–, los balcones con detalles de madera que dejan ver la variedad de flores que crecen en macetas, las iglesias de más de 300 años con puertas de madera de una altura interminable y las callecitas bien angostas y adoquinadas están resguardadas por una muralla de 11 kilómetros de extensión, que llevó casi dos siglos construir, y que se levantó con el objetivo de preservar el oro, la plata y las esmeraldas de los ataques piratas que llegaban desde el Mar Caribe para arrebatárselos a los colonos españoles.

Algunos caminan por encima de esta pared histórica que resguarda las historias del mar turquesa. Otros prefieren alquilar las carrozas tironeadas por potros de buen porte; el sonido de las herraduras sobre el adoquín mantiene viva la esencia del pasado, mientras el “chofer” oficia de guía turístico. En uno de los extremos, la foto frente a la casa de García Márquez es una fija de los turistas, porque el color bordó de las altas paredes oficia de fondo pincelado. No saben todavía que desde arriba de la muralla se logra la mejor toma.

La riqueza cultural e histórica de Cartagena es interminable: el Palacio de la Inquisición, donde hoy funciona el Museo de Historia; para los que disfrutan de los objetos antiguos, el Museo del Oro. Se puede descansar en los bares de Plaza de Santo Domingo para beber un buen ron o un aguardiente, o para degustar platos tradicionales de la zona costeña: sancocho, el mote de queso costeño, variedades de pescados y frutas tropicales como la guayaba, e incluso de otras zonas de Colombia, como una suculenta bandeja paisa. Los atardeceres pertenecen a Café del Mar, el único restaurante ubicado sobre la muralla, que comienza a llenarse de gente cuando cae el sol. En las noches de rumba se acude a Tu Candela y Babar.

Fuera de la muralla, el barrio Getsemaní era una zona peligrosa y marginal de Cartagena, pero con el tiempo los hostels comenzaron a ganar espacio y atraer a extranjeros. El pionero fue Media Luna Hostel, una casona antigua del siglo XVII bien restaurada, que posee piscina para soportar los más de 35 grados diarios, y un bar en el primer piso que suele tener su festejo semanal todos los miércoles. La estadía tiene un costo de apenas 15 dólares.

A pocas cuadras, cruzando un puente en dirección al sur, se encuentra el castillo San Felipe de Barajas, donde paradójicamente no vivió ningún virrey. Fue creado para defenderse de las invasiones piratas que llegaban por tierra ante la barrera que representaba la muralla. El ingreso cuesta 17 mil pesos colombianos (siete dólares) y se puede recorrer sin contratar guía, pero vale la pena abonar otros siete dólares para conocer los pasadizos subterráneos con trampas, armamento y baterías.

El castillo sirve para observar, desde su punto más alto, la división de Cartagena. Allí se ven el casco histórico, donde está la ciudad amurallada, y la zona del barrio de Bocagrande, con las nuevas edificaciones de la clase acomodada y de los inversionistas extranjeros que en los últimos años recrearon una especie de “mini Miami”, y donde están las cadenas de hoteles más importantes, en su mayoría con servicio all inclusive.

Hacia el norte están los barrios bajos de la ciudad. La distribución de la riqueza es notable. El Mercado de Basurto suele ser un atractivo para jóvenes turistas que desean conocer la Cartagena marginal, una especie de “La Salada”, abarrotada de puestos de manera desprolija pero con calles de tierra llenas de lodo, y el olor nauseabundo de los pescados inundando el lugar. Allí, era de esperar, se encuentran los mejores precios en bebidas, regalos tradicionales (sombreros) y calzados artesanales.

Las mejores playas de arena blanca, agua templada y corales multicolor están en Playa Blanca, de Isla Barú. Se puede llegar por tierra tomando un bus de línea, cruzando el río El Dique, y luego en moto taxi costear el pueblito originario del archipiélago durante 25 minutos hasta llegar a un extremo (11 mil pesos colombianos).

También se puede acceder en barco, cruzando la Bahía de Cartagena, pero el costo asciende a 70 mil (40 dólares). En este paraíso, a las 21 se corta el suministro eléctrico y todos se entregan a la luz de la luna y el ruido del mar a puro ron y vallenato, musicalizado por los morenos que trabajan en los puestos. Se duerme en chozas, carpas o hamacas paraguayas con mosquiteros. En el otro extremo de Barú hay hoteles de lujo y playas privadas, con excursiones para ir mar adentro en moto de agua y bucear.

Enfrente, a 35 km de Cartagena, Isla del Rosario surge como la otra alternativa de playa, deportes acuáticos y mariscos del caribe.
Queda el sabor extraño de aún tener cosas por descubrir en la ciudad donde Gabo creó sus novelas.

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Lea además: Cartagena de Indias, un romance entre la magia y la historia

 

(*) Nota publicada en el Diario Perfil el sábado 15 de diciembre de 2012.}

 

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