Siguiendo la ruta de la argania en Marruecos

En la Yamaa el Fna, la plaza más famosa de Marrakech, siempre hay barullo. Marroquíes y turistas regatean en las herbolarias.

En la plaza de Djemaa el Fna en Marrakech siempre hay barullo. Foto: Ronald Wittek/dpa [ Ver fotogalería ]

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Por Heidrun Lange (dpa)

En la Yamaa el Fna, la plaza más famosa de Marrakech, siempre hay barullo. Prestidigitadores hacen magia, tamborileros tocan el tambor, pequeños monos hacen malabarismos en cajas de madera y desde lejos el muecín convoca a rezar. Nubes de humo suben al cielo despejado. Huele a hierbas y fritadas recién hechas. El aroma de los comedores viene de la Medina. Marroquíes y turistas extranjeros regatean en las herbolarias, donde el cilantro, la jengibre y el comino en polvo forman pirámides de especias multicolores.

Delante de un estante con cajas y botellas amontadas unas sobre otras hay una mujer sentada en un taburete de madera con una piedra ovalada en las manos. Con dificultad abre a golpes, entre dos piedras, las nueces de la fruta de argán y saca una semilla blanca amarilla, de un tamaño parecido al de una pipa de girasol. «Un regalo de Alá», dice la mujer alzando la fruta. El dueño de la tienda exhorta a los visitantes a que lo intenten ellos también. Un golpe, pero la nuez no se rompe. Un segundo golpe y la nuez rueda sobre la mesa. Un tercer golpe y la nuez sale volando. La semilla, sin embargo, está desmigajada.

El que las mujeres bereberes sean más hábiles que cualquier turista no es de extrañar. Desde hace muchas generaciones vienen prensando el oro marroquí que sale de las semillas del argán, un árbol espinoso. En los «souks» (mercados al aire libre) hay dinero procedente de los turistas. En las cooperativas, las mujeres participan de las ganancias. Las frutas se cosechan en el sur de Marruecos. El laborioso trabajo manual no ha cambiado en miles de años, tampoco para las mujeres, que recogen las frutas a mano en la región donde crece este árbol del desierto. Ni tampoco para los que trabajan en la cooperativa productora de aceite en Tahanout, en el valle de Ourika, no lejos de Marrakech.

Todos los días llegan al pueblo autobuses turísticos. Una mujer joven con el pelo peinado rigurosamente hacia atrás espera a la entrada y lleva a los turistas por las diferentes secciones de la cooperativa. Huele a almendras. Mujeres sentadas en alfombras extendidas rompen a golpes nueces y amasan el puré de las nueces formando anillos planos. Fatma gira una pequeña rueda de molino hasta que sale de la abertura una masa de color marrón. Su vecina amasa la pasta con agua tibia hasta que se separa el aceite. La mujer, de 30 años, financia su hogar y paga la cuota escolar y la ropa de sus hijos. También paga de su propio bolsillo sus compras personales de ropa, productos cosméticos o la visita a un hammam (baño árabe).

Por la mañana las mujeres producen el aceite prensado a mano. Por la tarde muchas veces van a la escuela para aprender a leer y a escribir. Todo esto puede funcionar así porque las mujeres se incorporaron a una cooperativa para poder vender a buen precio su aceite de argán prensado a mano. Desde que también la industria cosmética descubriera las ventajas del aceite, no sólo Fatma tiene trabajo, sino también otras 30 mujeres del pueblo.

El esfuerzo vale la pena ya que el aceite de argán tiene muchas propiedades muy buenas. Gracias a su alto contenido en vitamina E, el aceite de argán captura los radicales libres. Además, contiene ácidos grasos esenciales y se le atribuye un efecto de regeneración celular. El aceite de argán es considerado como un remedio natural contra el envejecimiento. Prácticamente no hay ningún hotel de lujo en Marruecos que en sus oasis de wellness no defienda las bondades de un masaje con aceite de argán. Por su parte, los cocineros de los restaurantes sofisticados utilizan el aceite para mejorar su couscous, el pescado y ensaladas.

Las valiosas nueces de argán se cascan manualmente en la cooperativa. Foto: Heidrun Lange/dpa

 

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