El placer de perderse en la «Isla del Tesoro»

Pocos lugares tiene una vegetación tan exuberante y playas tan paradisíacas como las de Samoa. Fotos.

Con playas paradisiacas Samoa demuestra que tiene lo imprescindible para alcanzar la felicidad. Foto: dpa [ Ver fotogalería ]

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Por Christiane Oelrich (dpa)

En la novela de aventuras «La isla del tesoro», Jim Hawkins no siente ningún entusiasmo cuando, después de un viaje de varios meses, por fin ve delante de sus ojos la isla. Hawkins sólo ve «bosques melancólicos agrisados y agrestes picachos de piedra«. En ese momento, «se me cayó el alma a los pies«, dice el héroe creado por Robert Louis Stevenson.

Bien diferente fue la experiencia del propio escritor británico en el siglo XIX: al ver por primera vez la isla de Samoa en el Pacífico Sur, quedó tan impresionado que compró un terreno en la isla para establecerse allí. Los samoanos, aborígenes hospitalarios, inmediatamente acogieron en su seno al escocés y le dieron el nombre de «Tusitala» (el que cuenta historias).

Stevenson pasó los cuatro últimos años de su vida en su mansión Villa Vailima en Apia, la capital de Samoa. La casa fue reconvertida con amor en un museo. El novelista, que padecía de tuberculosis, murió allí en 1894 a la edad de 44 años. «Aquí yace donde quiso yacer, de vuelta del mar está el marinero, de vuelta del monte está el cazador«, reza el epitafio en su tumba, que el propio Stevenson redactó diez días antes de su muerte.

Samoa abarca dos grandes islas y ocho islas más pequeñas, parcialmente despobladas. Aunque Savaii es la isla más grande, la mayoría de los 177.000 habitantes de Samoa viven en la isla de Upolu. Apia, la capital, tiene 35.000 habitantes. El archipiélago está situado a medio camino entre Hawai y Nueva Zelanda.

Es difícil encontrar en otro lugar una vegetación tropical tan exuberante. Upolu y Savaii son islas volcánicas. Desde la cumbre se extienden hacia abajo verdes valles, hasta las playas de arena blanca y las lagunas azules. Playa, palmeras y cocos: aquí, el cliché del paraíso es una realidad. El lema de la oficina de turismo de Samoa dice así: «Muchos lo llaman paraíso, para nosotros es nuestra casa«.

«La tierra es tan fértil que a veces incluso los postes de luz de madera comienzan a brotar nuevamente para convertirse en árboles«, dice Marjorie Moore, redactora del periódico «The Samoa Observer», durante una excursión por Upolu. Las dos islas principales casi siempre están intensamente verdes, con palmeras, selva húmeda y flores de todos los colores.

Los turistas miran con asombro la enorme variedad tropical en el mercado (maketi fou): todo tipo de plátanos, cocos, la sabrosa raíz de taro (cocoyam), así como piña y papaya según la temporada y verduras y fruta de todos los colores y formas. El palusami es un exquisito plato samoano: una mezcla de hojas de taro, espinacas y agua de coco, envuelta en hojas de plátano y cocida al horno. En todas partes hay puestos de palusami en Apia.

El típico refresco de Samoa es el niu, agua de coco refrigerada. En la cáscara sólo hay un orificio vulnerable a la presión para introducir en él la pajita. Hay una leyenda sobre el origen del cocotero. Sina era una niña preciosa que tenía una pequeña anguila. Cuando la anguila fue creciendo, se enamoró de ella. Sina tuvo miedo y salió corriendo.

Los vecinos mataron la anguila. Cuando se estaba muriendo, la anguila le rogó a Sina que enterrara su cabeza. En el lugar donde fue enterrada creció un cocotero. La fruta tiene tres pequeñas concavidades que se parecen a los ojos y la boca de una anguila. Sólo la concavidad de la boca se puede romper a presión. Cada vez que Sina tomaba agua de coco estaba besando a la anguila.

Samoa fue entre 1900 y 1919 una colonia alemana. Algunos apellidos de los habitantes aún recuerdan a esa época, al igual que el nombre de la moneda local, tala, que viene del alemán Taler. «Si pudiera rehacer mi vida, aprendería alemán«, dice el jefe de Estado de Samoa, Tui Arua Tupua Tamasese. Varias de sus tías abuelas se casaron con alemanes. «Eran unos tipos rudos a veces, pero nosotros vemos con nostalgia la época colonial. Los alemanes respetaban nuestra cultura«, afirma el presidente samoano.

Sobre el paseo marítimo de Apia se encuentra una pequeña fale, la típica construcción de Samoa, compuesta por una plataforma y un techado de madera, donde suelen reunirse la familia y los amigos. Sonny Natanielu está tumbado en una estera de pleitas. Con un martillo, el maestro tatuador Petelo Suluape clava las afiladas púas mojadas en tinta en el muslo de Sonny. El tatuaje es una tradición muy antigua en Samoa. En el pasado, todos los hombres llevaban los dibujos rituales en la piel, desde la rodilla hasta el ombligo. Hoy, está costumbre está regresando con fuerza. «Es mi identidad«, dice Natanielu.

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2 Comentarios en “El placer de perderse en la «Isla del Tesoro»

  1. Juan Lorenzo | 09/06/2013 | 16:08

    Ni en pede dejo el congourbano argentino x estas isletas aburridas……

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