Venecia, saturada de turistas

Esta joya entre la pintoresca belleza italiana no es capaz de hacer frente a la avalancha anual de visitantes que recibe.

El ajetreo típico de los mercados italianos en su Via Giuseppe Garibaldi. Foto: dpa [ Ver fotogalería ]

La dramática muerte de un turista que recorría en una góndola el famosísimo Gran Canal de Venecia puso en evidencia el lado menos atractivo de una de las ciudades más visitadas del mundo. Y es que hace tiempo que esta joya entre la pintoresca belleza italiana no es capaz de hacer frente a la avalancha anual de visitantes que recibe.

Por el Gran Canal, principal vía de comunicación entre la estación y la famosa plaza de San Marcos, se desplazan diariamente más de 3.000 embarcaciones. En hora punta la cifra puede incluso llegar a ser un tercio superior. Pero además, los cruceros que se acercan al Palazzo Ducale y al Campanile también minan la frágil estructura de la ciudad de los canales. Y por si fuera poco, el casco histórico de Venecia sufre constantemente la amenaza de inundaciones.

A quien haya observado alguna vez el tráfico por el Gran Canal desde el popular puente Rialto no le sorprendería cómo pudo ocurrir el mortal accidente del pasado fin de semana. En total, 435 gondoleros poseen licencia para ejercer su negocio, a los que se suman 250 espabilados «taxistas» para quienes prefieren evitar las multitudes de uno de los 60 vaporetti, una especie de autobuses públicos.

En medio del laberíntico caos de canales entre los palacios se mezclan decenas de barcos que transportan mercancías, pues en esta ciudad casi todos los desplazamientos han de hacerse por la vía del agua. Por eso, los caminos de unos y otros se cruzan con tanta frecuencia y de manera tan peligrosa que se habla ya de estado de emergencia.

Los detractores de este crecimiento desenfrenado del turismo llevan años advirtiendo de sus consecuencias, también debido a los daños que provoca. Y es que da la sensación de que se ha perdido el norte cuando uno de esos gigantescos cruceros aparece de pronto amenazador ante la plaza de San Marcos, tirado por potentes remolcadores en dirección al Campanile.

Pero la locura va más allá del tráfico, como demuestra un ejemplo reciente que hizo a muchos poner el grito en el cielo: por apenas unas tazas de café -y el consiguiente dolor de estómago- un grupo de siete turistas de Roma tuvo que desembolsar en la plaza de San Marcos nada menos que 100 euros (133 dólares), debido a que se ofrecía una actuación en directo. El dueño respondió a las críticas alegando que los precios están en la lista: seis euros por persona sólo por la música.

Volviendo a los vaporetti y las góndolas, el alcalde, Giorgio Orsoni, promete que sólo permitirá desplazarse a gondoleros privados en determinadas horas y exigir que se mantengan las distancias de seguridad. Pero el presidente de la asociación de gondoleros, Nicola Falconi, apunta a los peligros de las embarcaciones motorizadas. «La góndola es una embarcación pequeña, con ‘motor humano’, y no molesta«.

Así, el presidente de los gondoleros lanza todo tipo de propuestas prácticas, como equipar los vaporetti con unos propulsores de proa, para que tengan que girar menos y puedan maniobrar con más facilidad. Pero lo cierto es que hay todo un abanico de propuestas, sólo queda esperar si alguna de ellas se termina llevando a cabo. Y es que en la ciudad de los canales, casi ningún proyecto de envergadura se emprende sin que lo preceda un agitado debate.

Así ocurre con la disputa sobre los gigantescos cruceros, cuyos pasajeros sólo pasan unas horas en Venecia, por lo que no les da tiempo a dejar mucho dinero. La situación afecta, entre otros, al millonario proyecto «Mose», un sistema de esclusas con el que proteger la ciudad a largo plazo de las frecuentes inundaciones. Con todo, pese a los intereses políticos, turísticos y de transportes, esta fue una solución que sorprendió por su rapidez y plausibilidad. (dpa)

 

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