AUSTRALIA

Saltando de isla en isla en Queensland

Dormirse con una vista panorámica de las estrellas en la Gran Barrera de Coral: es la experiencia más exclusiva en las islas de Queensland.

El lago McKenzie en Fraser Island cautiva por sus intensos colores. Foto: dpa [ Ver fotogalería ]

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El viaje comienza en Herbey Bay, Australia. De aquí salen en verano los barcos para el avistamiento de ballenas y de aquí zarpan también los transbordadores que se dirigen a Fraser Island. No debe de haber casi ningún turista que durante su excursión a lo largo de la costa este de Australia deje de contemplar este milagro de la naturaleza: la isla de arena más grande del mundo, de 124 kilómetros de largo, cubierta de selva húmeda, salpicada por dunas movedizas y lagos cristalinos.

Fraser Island está asentada sobre una burbuja de agua. Por este motivo, es la única isla de arena en la que crece selva húmeda. La isla es tan fotogénica que uno saca automáticamente la cámara, a pesar de que los motivos ya han sido fotografiados millones de veces: los restos del barco «Maheno», que naufragó en 1935 y que está medio enterrado en la arena, el lago McKenzie con su increíble contraste entre la arena blanca y el mar de color turquesa, la selva húmeda con sus helechos reales, araucarias de Nueva Guinea y árboles satinay. Quien quiera un motivo más original para sus fotos debe subirse al avión para sobrevolar la isla o volar directamente a Lady Elliot Island.

Lady Elliot es la isla coralina más sureña de la Gran Barrera de Coral y la única donde durante todo el año se pueden observar mantarrayas. Fabrice Jaine, biólogo marino, está escribiendo su tesis doctoral sobre las migraciones de las rayas gigantes. Antes de que Jaine iniciara su proyecto de investigación, se creía que aquí vivían menos de 50 mantarrayas. «Sin embargo, son cientos las que suben y bajan por la Gran Barrera de Coral y pasan por este lugar», dice el biólogo marino. Tortugas gigantes y tortugas carey desovan en las playas de la isla. Lady Elliot es unos de los pocos lugares donde prácticamente está garantizado el avistamiento de mantarrayas y tortugas.

Los buceadores nadan a lo largo de las colonias de coral, que se parecen a islas cársticas sobre el fondo de arena blanco. Entre ellos nadan bandadas de peces multicolores. Junto a ellos pasan dos tiburones inofensivos. Y entonces comienza el espectáculo principal de la excursión submarina. Una mantarraya se acerca a toda velocidad volando sobre una colonia de coral. Los buceadores se ponen de rodillas en la arena. Durante diez minutos da vueltas con total tranquilidad sobre las cabezas de los buceadores y luego desaparece en el paisaje azul.

El espectáculo en la tierra es casi igualmente impresionante. Miles y miles de pájaros marinos aterrizan en Lady Elliot Island para empollar. Cuando aterriza un avión, nubes de pájaros noddies se disipan. Fragatas planean por el cielo, golondrinas de mar revolotean chillando. El aire está impregnado del olor de excrementos de pájaros. Al lado de la cama hay tapones para los oídos, porque a las tres de la mañana comienzan los chirridos de celo de las pardelas cuña de cola. Los trabajadores asiáticos que en el siglo XIX explotaban aquí guano creían que el ruido era el lamento de espíritus malignos. Ellos se negaban a salir de sus tiendas de campaña durante la noche.

Vista desde arriba, Lady Elliot se parece un poco a un huevo estrellado con una yema verde. En cambio, el arrecife Hardy Reef, donde está anclado el pontón de Reef World, recuerda desde el cielo a una pintura aborigen. Las líneas puntuadas son corales sobre un fondo de color turquesa, y en el centro del cuadro brilla un corazón: el famoso arrecife Heart Reef.

El hidroavión aterriza junto a la plataforma. El catamarán para excursiones y varios helicópteros traen aquí hasta 300 turistas al día desde las Islas Whitsunday. Los aficionados al snorkel prueban gafas de buceo, aletas y stinger suits para protegerse contra picaduras de medusas. Quienes estén interesados en aprender a bucear reciben un curso intensivo de un par de minutos y bajan tambaleándose los peldaños hacia la jaula de entrada. Los menos atrevidos se pegan a la abertura en la cubierta para ver a «George», un mero gigante de tres metros de largo y pesa 400 kilogramos. El pez no se deja alterar. Está acostumbrado a las hordas ruidosas.

Por la tarde, el barco para excursiones sale para llevar a los turistas de regeso a Hamilton Island. Solo una decena de ellos se queda. Cuando el sol se hunde en el mar, comienza una masacre. Cientos de pájaros marinos se clavan como bombarderos kamikaze en el agua, que parece estar llena de peces. Chemene Warden voltea en la parrilla los filetes de carne y las salchichas, una barbacoa australiana como cena. Después, invita a los turistas a bajar al salón acristalado para observar el desfile nocturno de peces.

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