INDIA

Hyderabad, en busca de aquellos días de gloria

Palacios que reflejan el esplendor de antiguas dinastías. Murallas, bazares, museos históricos y la mezquita Mecca Masjid, la segunda de la India. Instantáneas de un destino que busca recuperar su refinamiento imperial. Fotos.

Los jardines perfumados y el refinamiento de la ciudad palaciega de Hyderabad son lo que más recuerdan los nostálgicos de una India aristocrática que parece haberse extinguido. Sin embargo, devenida polo tecnológico, un subsidio del World Monuments Fund ayudará a restaurar las glorias de antaño. Foto: The New York Times [ Ver fotogalería ]

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Por Sarah Khan (The New York Times / Travel)

(20 de septiembre de 2015) Le tomó 15 minutos a mi auto arrastrarse veinte metros hacia delante, dándome bastante tiempo para admirar los balcones filigranados en ruinas que emergían precariamente en  lo alto. A lo largo de los carriles colapsados del casco antiguo de Hyderabad, antiguas murallas salpicadas de barro están minadas de puestos de té, carteles de Western Union e improvisados talleres de reparación al costado del camino con lavarropas apilados esperando volver a la vida. Hay destellos de gloria entre los escombros y la mugre: el  vestigio solitario de una otrora imponente pared de palacio se asoma tímidamente entre un laberinto de cables eléctricos; ventanas oscurecidas por generaciones de hollín y lluvia.

Hay tanta belleza, pero ha sido destruida tan patéticamente”, dice Anand Raj Varma, un estudioso e historiador local. “Ya no queda nada”. Me crié lejos de India con los cuentos de mi padre sobre los extraordinarios deoris –inmensas fincas amuralladas– de Hyderabad y los perfumados jardines y la refinada etiqueta de la ciudad. Gracias a una mezcla letal entre negligencia gubernamental y apatía ciudadana, y el colapso financiero de la aristocracia luego de que el Estado fuera absorbido por India en 1948, mucho de la antigua Hyderabad ha sido diezmado.

La Hyderabad de la nostalgia de mi padre parecía tan improbable para mí como la Atlántida. Hyderabad no es un lugar fácil de amar. Delhi tiene sus monumentos históricos, Rajasthan sus palacios, Kerala sus remansos exuberantes y Bombay su glamour de Bollywood. Hyderabad languidece, suspendida entre un pasado reprimido y un futuro que aún no se ha logrado. Pero se ha reinventado a sí misma como Cyberabad, hogar de relucientes oficinas para Facebook, Google, IBM y Oracle.

La tecnología reina hoy, eclipsando a los monarcas pasados. Junto a Varma cruzamos el río Musi,  flanqueado por las cúpulas de la Corte Suprema y el Hospital General Osmania, y el auto nos llevó dando tumbos hacia el casco antiguo. El circuito incluyó monumentos como el icónico arco Charminar, de 1591, y la mezquita Mecca Masjid. Detrás de una brillante puerta amarilla estaba Purani Haveli, el sexto palacio Nizam, famoso por su ropero de casi ochenta metros. La propiedad aloja un museo y una universidad de ingeniería, en tanto el resto de sus marchitas cúpulas yacen abandonadas.

Los hyderabadíes son famosos por ser relajados, pero además son muy hospitalarios. Mulahiza (“cortés deferencia”) definía mis interacciones. Todo lo que se debe hacer es preguntar, una sonrisa, una súplica amable y se reciben cálidas bienvenidas. Preguntando de buena manera, entré a residencias, ruinas, clubes privados, universidades y palacios. Me avisaron sobre el Goshamahal Baradari, un imponente templo masónico del siglo XVII.

En el deori Hussaini Kothi, una familia me acogió en su living de 200 años de antigüedad, rebosante de coloridos candelabros antiguos y muebles impecables. En la Escuela Universitaria para Mujeres Osmania, un edificio resaltaba en el campus, con dos leones de piedra montando guardia frente a una estructura que recuerda al Panteón. Los lectores de White Mughals, de William Dalrymple, están familiarizados con esta antigua residencia donde el militar británico

Kirkpatrick vivió su amor con la musulmana Khair un- Nissam, a principios del siglo XIX. En 1949 se convirtió en universidad, antes de que se desmoronara. Está por comenzar una restauración necesaria, cortesía del World Monuments Fund. La urgencia restauradora también llegó de los descendientes de la última dinastía de Nizams, que gobernaba la ciudad. Así, la princesa Esra Jah regresó a la India a pedido de su ex esposo, el príncipe Mukarram Jah, para restaurar los palacios Falakhuma y Chowmahalla. La grandeza se está recuperando. Por fin había encontrado Atlántida.

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