Vilna, un tesoro báltico

La capital de Lituania, que padeció las ocupaciones nazi y soviética del siglo pasado, seduce a los viajeros con su casco histórico del siglo XVIII. Fotos.

Con prometedor arte local, precios ventajosos y mucha personalidad, Vilna, la capital, abre sus puertas al turismo. Adoptó el euro y se posiciona como la ciudad más barata del viejo mundo. Foto: The New York Times/Cedoc Perfil [ Ver fotogalería ]

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Por Sarah Khan (The New York Times / Travel)

Al contrario de los distritos históricos de sus hermanas bálticas Tallin y Riga, que a menudo parecen dominio exclusivo de turistas y puestos de recuerdos kitsch, el casco antiguo barroco de Vilna, capital de Lituania, atrae a sus sinuosos callejones tanto a residentes locales como a visitantes. Con calles flanqueadas por tiendas de Burberry y Max Mara, así como boutiques de diseñadores lituanos, el encantador laberinto de ese centro del siglo XIII fluye hacia los bulevares más nuevos y sigue siendo una parte profundamente integrada del tejido local.

Gran parte de Vilna conserva su cruda extensión de la era soviética, la cual se recorre durante el viaje de diez minutos desde el aeropuerto, pero es una ciudad en transición. Ahora que el país adoptó el euro, espere que este destino, a menudo pregonado como uno de los más baratos de Europa, se vuelva aún más asequible para los viajeros. Un recorrido pausado por las serpenteantes calles del casco antiguo es obligatorio para aclimatarse a la fusión de influencias arquitectónicas, que van desde lo majestuoso hasta lo digno del Sombrero Loco.

Empiece por las Puertas del Amanecer del siglo XVI, el único remanente de la muralla defensiva original de la ciudad -verá un flujo constante de peregrinos religiosos que se dirigen hacia la capilla erigida en su interior-. Siga hacia el Norte sobre Ausros Vartu Gatve con dirección a la plaza principal, flanqueada por el neoclásico ayuntamiento y la iglesia de San Casimiro, de estilo barroco que, construida originalmente en el siglo XVII como iglesia católica, poco después se convirtió en ortodoxa rusa y durante la ocupación soviética fue un museo del ateísmo.

Pase frente a la Universidad de Vilna, del año 1579 (visitas guiadas: 1,50 euros) y desvíese hacia el río Vilna para mirar los capiteles góticos de la Iglesia de Santa Ana, erigida para la esposa de Vitautas el Grande, uno de los gobernantes más poderosos del país. Termine su caminata en la plaza Catedral, que alberga la principal catedral católica del país y es popular para un lugar tranquilo para contemplar la puesta del sol sobre los techos rojos del casco antiguo.

Los tradicionales hojaldes kibinai son la respuesta lituana a la empanada argentina o la samosa india, y van rellenos de carne, papas o jamón. “Pinavija”, un salón de té y panadería repleto de tapices florales y tonos pastel que combinan con las golosinas en exhibición, sirve los mejores kibinai de Vilna. Para desayunar, acompañe con un kibinai de frambuesa espolvoreado con azúcar y siéntese bajo el toldo a rayas del patio.

Las ocupaciones soviética y nazi del siglo XX fueron brutales: más del 90% de la población judía del país fue diezmada por la Gestapo entre 1941 y 1944, y más de 250 mil lituanos, principalmente académicos e intelectuales, fueron enviados a gulags siberianos o enfrentaron deportaciones forzadas por los comunistas. El Museo de las Víctimas del Genocidio (en un ex cuartel general de la KGB) ahonda profundamente en ese período sombrío con exhibiciones dedicadas a la deportación, la resistencia civil y las técnicas de espionaje soviéticas. En el lúgubre sótano se ven las antiguas celdas, actualmente ocupadas por la documentación anterior a la independencia de 1991.

Una caminata sobre un puente cargado de candados lo lleva a Uzupis, una supuesta “república” de artistas que se autodeclaró independiente en 1997. En estos días, el peculiar enclave afirma tener su propio primer ministro, presidente, embajadores y una constitución traducida a 15 idiomas en placas sobre una pared: “Todos tiene el derecho a morir, pero no es una obligación”, dice un mandamiento. Vale la pena pasar un poco de tiempo mirando el canzado conceptual de Vejas Gluosniuose, recorrer tiendas y galerías y tomar un trago en el “parlamento” de la república, el bar ribereño “Uzupio Kavine”.

La vida nocturna de Vilna se centra en las calles Vokieciu, Vilniaus e Islandijos. Los bálticos son famosos por su ámbar, y puede comprar un elegante collar de esa piedra por 54 euros. También reserve un tiempo para recorrer Literatu Gatve, la calle literaria de Vilna. La galería al aire libre fue concebida en el año 2008 como un tributo a los mejores escritores del país, celebrando a personajes como Romain Gary, Rimas Burokas y Arvydas Ambrasas a través de pinturas, esculturas e instalaciones realizadas con técnicas mixtas. Inspeccione las más de cien obras de arte y tome nota sobre los próximos autores que quizá quiera leer.

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