INFORME ESPECIAL / 30 ANIVERSARIO

Voces de Epecuén: un pueblo que resurge de las aguas (II)

Era un gran destino turístico. Hoy el agua perdió su fuerza invasora y deja un panorama desolador. Testimonios de sus habitantes a 30 años del drama. FOTOS.

Ficha

Por Mercedes Noriega (*)

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La sudestada de principios de noviembre de 1985 elevó medio metro el nivel del agua, y en la madrugada del 10 de noviembre pasó por arriba del terraplén y comenzó a entrar al pueblo. Partarrieu explica que “la inundación tuvo dos etapas. La primera duró una semana y el agua subió 2 metros por sobre el nivel de pueblo. Más de la mitad del pueblo de Epecuén tenía agua salada dentro de sus casas. Las lluvias no cesaban y entonces ya se consideraba un pueblo perdido. Allí comenzó la segunda etapa, al abrir las compuertas de la Laguna del Venado y permitir que el agua acumulada en la localidad de Guaminí baje rápidamente hasta Epecuén y termine por inundar la ciudad. Ahora el agua llegaba a los segundos pisos de los hogares”.

Viviana Castro, una de las referentes actuales de Epecuén, tenía veinte años en ese entonces; recuerda que los vecinos empezaron a hacer llamadas a todos porque se estaba cortando el terraplén atrás de la pileta de natación y los bomberos ya no podían parar el agua que empezaba a filtrarse. A las 10 de la mañana ya tenían 50 centímetros de agua los primeros hoteles de la costa: en ese momento comenzó la desesperación por sacar todo. “Muchos pensaron que el agua iba a bajar e iban a volver a sus casas, pero acá lo que el agua toca, lo destruye todo porque tiene más de 300 gramos de sal por cada litro de agua”.

Su padre, Horacio Miguel Castro, constructor durante el invierno y mozo durante el verano, sabía que su casa estaba 1,60 metros por arriba de nivel de la laguna; pero cuando se rompió el terraplén se dio cuenta de que iba a quedar bajo agua. “Miedo no sentí porque el agua no me iba a agarrar adentro de mi casa. Pero apenas empezó a entrar, mi señora y mis hijos se fueron a Buenos Aires y yo me quedé solo ayudando a la gente. Un día me golpearon la puerta los muchachos de la municipalidad y me dijeron que se movía todo el piso y que al día siguiente ya no iba a poder entrar a mi casa. Entonces después me quedé navegando para poder seguir ayudando”.

Lito Sottovia era segundo jefe de bomberos en Carhué. “Yo vi desde el primer chorro de agua que entró en Epecuén hasta que la villa quedó bajo agua. Ya me agarró frío recordando. Nosotros ya sabíamos que eso iba a reventar pero no podíamos divulgarlo. Ya teníamos previsto de dónde sacar gente y dónde poner las cosas. Fue así que ese día hubo que solo levantar el teléfono para que al menos siete cuarteles estuvieran aquí. Evacuar Epecuén llevó quince días pero después hubo que trabajar otros quince días en el cementerio rescatando los cadáveres que salían flotando de las nicheras”.

El caudal de agua siguió creciendo y subiendo dentro de las casas durante una semana. La evacuación fue inmediata y duró dos semanas. La mudanza de todo un pueblo devastado se realizó en camiones, tractores y tren hasta Carhué, donde se estableció la mayoría de las personas. Se estima que entre un 70 y 80 % de la gente que vivía en Epecuén se fue a empezar una vida nueva a su pueblo vecino, Carhué, ubicado a solo siete kilómetros de la villa. Para algunos la rivalidad entre los locales carhuenses y los “inundados” epecuenses persiste hasta el día de hoy. Muchos dicen que la gente de Carhué tomaba mate mientras ellos se inundaban, pero otros tantos siguen agradecidos por la ayuda que los carhuenses les han brindado en el momento de la inundación.

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Sergio Natale tenía solo doce años cuando se inundó su pueblo, y bloqueó todo recuerdo de esa trágica madrugada. Su obligada mudanza al pueblo vecino resultó bastante traumática: “Acá en Carhué no conocía a nadie. Fue un cambio durísimo y más aún cuando arrancás la secundaria. Nos llamaban los inundados”. Marta Sagasti vive actualmente en una de las quintas de Epecuén, a unos cientos de metros alejada de la antigua villa y la laguna. Admite que en Carhué jamás logró sentirse cómoda. “Antes los escuchabas decir ‘Uy, los de Epecuén se inundaron y ahora vamos a tener sirvientas baratas’, y entre que uno está mal… esas cosas te quedan y te duelen”.

Para el bombero Sottovia, Carhué y Epecuén eran lo mismo. Para tomar un helado o para ir a comer a una parrilla había que ir a Epecuén. Todos se conocían. “A mí se me caían las lágrimas… ver gente de ahí, gente mayor y tener que sacarla de sus hogares… No era solo mover unas sillas, entrabamos con un camión de Hacienda a un hotel y no alcanzaba para sacar mucho porque cada hotel tenía ciento y pico de plazas. Más que ayuda no le podías brindar a la gente de Epecuén”.

El agua se estabilizó por un tiempo, pero luego siguió lloviendo hasta que la villa desapareció por completo. Para 1986, el pueblo tenía cuatro metros de agua en sus calles, y llegó en 1993 a más de diez metros. Finalmente, en 2009 las aguas empezaron a retroceder y a bajar. Se estima que el agua tardará diez años en volver a su cauce natural. Hasta hace unos años se podía observar el estado de destrucción y desolación total en el que había quedado el lugar. Hoy, debido al retroceso parcial de sus aguas, la villa se ha convertido en un nuevo centro turístico.

Algunos ex habitantes de la villa hubieran preferido que no sea declarada Sitio Histórico Provincial: Rogelio Rodríguez habla acerca de las enseñanzas de su padre para salir adelante ante las adversidades de la vida. Pero luego de un silencio, parece finalmente confesar un sentimiento bien profundo y oculto: “A mí me gustaría que pase una topadora y no quede nada de Epecuén y que no vayan turistas a ver y tomar como un circo lo que nos pasó”. Por más que intente mirar para adelante y le cueste admitirlo, por dentro está igual de dolido que el resto. Esa herida mal cerrada parece haber revuelto viejos sentimientos al pedir días después que se registre en este relato la siguiente frase: “los desastres desnudan miserias humanas y algunos minihéroes, gente que arriesga su capital para ayudarte”.

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Un comentario en “Voces de Epecuén: un pueblo que resurge de las aguas (II)

  1. Pedro | 09/11/2015 | 23:23

    Una lágrima me produce el artículo. Mi madre con problemas de reumatismo me llevó a carhue. Fuimos a una pensión y luego íbamos al balneario de aguas con mucha sal. Nos despertábamos con el canto del gallo. Fueron las primeras vacaciones de mi vida. Yo tenía 4 años y corría el año 1939. Hace pocos años tuve que ir a Deraux un lugar cercano y les pedí si me llevaban a Carhue. Es increíble por lo doloroso lo que vi. En la ficción sólo the waking dead es algo comparable. Dios quiera que bajen las aguas. El artículo me ha hecho recordar un momento muy feliz de mi vida. Gracias

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