Fotos | Un café con beduinos en Jordania

¿Jordania? ¿Todavía se puede visitar este país sin miedo? Aunque los beduinos vieron afectada su situación tras la caída del turismo, uno de sus mandamientos más sagrados es la hospitalidad. Fotos.

Los guías turísticos dicen que el número de turistas ha bajado cerca de un 70 por ciento en relación con los buenos tiempos alrededor del año 2010. [ Ver fotogalería ]

¿Jordania? ¿Todavía se puede visitar este país sin miedo? Jordania, que limita en una de sus fronteras con Siria, está atravesando un período de escasa actividad turística por los conflictos en Cercano Oriente. Un sector especialmente afectado por esta situación son los beduinos, a quienes gusta invitar a turistas a sus tiendas. Uno de sus mandamientos más sagrados es la hospitalidad.

En Jordania no se puede decir «no» cuando un beduino te ofrece una taza de café. «Es obligatorio tomar la primera taza», dice Ali Hasaseen. La cortesía así lo exige. «Después, sin embargo, conviene pensar dos veces antes de tomar la siguiente taza, porque el huésped que toma la segunda taza promete de esta manera estar del lado del anfitrión en la lucha».

El joven beduino se ríe cuando pronuncia esta frase, que no debe tomarse muy en serio al parecer. Y sin embargo, esta segunda taza se toma, según una viejísima tradición, para empuñar la espada protectora. La tercera taza de café simboliza la relajación. ¿Y la cuarta taza? Esta debe rechazarse, también por cortesía.

El turista que visite a Hasaseen en la reserva de la biósfera de Dana es recibido por la familia del beduino. El padre, Muhamad, tuesta los granos para preparar el café. Cuando está listo, llama con una campana a los vecinos que quieran tomar una taza. Este ritual también forma parte de las antiquísimas reglas fijas de los beduinos para tomar café. Hoy, sin embargo, solo acude la familia. A cada huésped le estrechan la mano. Los 400 beduinos asentados en la reserva, de unos 300 kilómetros cuadrados, viven del turismo y al parecer se alegran de recibir como huésped a cada turista individual.

El viaje hacia la tribu de beduinos comienza el día anterior en lo alto de la montaña, en la población abandonada de Dana. La caminata por un cañón hacia el valle donde vive la familia de Hasaseen dura entre cinco y ocho horas. El sendero serpentea entre empinadas formaciones rocosas y pasa junto a lechos de grava y campos áridos. El sendero franquea un desnivel de 1.000 metros en medio de un increíble silencio, que solo se rompe de vez en cuando por el sonido de las campanitas de las cabras.

Hoy, solo un grupo de turistas está caminando. Generalmente, son tan pocas las personas que realizan esta excursión que la población local parece estar feliz cada vez que alguien viene a romper la monotonía de su vida. Un pastor montado en un burro pasa junto al grupo de turistas, se arma un cigarro y busca una conversación. Más tarde se unen al grupo dos lugareños que ofrecen a los turistas pan hecho de harina de trigo y sal que se hornea pasándolo simplemente sobre las brasas de la fogata.

Muchas veces, el turista que actualmente visita Jordania es cortejado. Hoy llegan muchísimos menos turistas a este país que hasta hace un par de años. Jordania limita con Israel, Cisjordania, Irak y Arabia Saudí, y con un país en plena guerra civil: Siria. «Los turistas no ven la diferencia. Ellos meten a toda la región en el mismo saco», dice el guía turístico Aiman Tadros. «Sin embargo, Jordania es un país seguro».

El bajón turístico también es evidente cerca del monasterio de Ad Deir, en el enclave arqueológico de Petra. Quien quiera visitar este sitio tiene que caminar un par de horas o viajar a lomo de un camello o burro. Subimos muchas escaleras, pasamos junto a cientos de tumbas, rocas caprichosas y las fachadas de templos. Tras pasar por un último nicho estrecho se abre una amplia plaza. No hay nadie en ella. Solo un burro descansa frente a la antigua fachada del monasterio. Unos diez minutos más tarde sí llegan algunos turistas, pues Petra es una de las siete maravillas del mundo y Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

El turismo en Jordania está en crisis. Los guías turísticos dicen casi al unísono que el número de turistas ha bajado cerca de un 70 por ciento en relación con los buenos tiempos alrededor del año 2010.

Tadros, el guía turístico, señala el lugar más famoso de Petra: el Tesoro. «Antes, nadie podía quedarse parado aquí mucho tiempo o sacar una foto tranquilamente». Hoy, hay algunos grupitos de turistas acosados por vendedores de souvenirs. «Nada que ver con el pasado», dice Tadros. «La situación ha llegado a ser tan mala que este verano los beduinos se manifestaron para pedir más ayuda». Las tribus de beduinos son las que mantienen el sitio arqueológico y otras grandes atracciones turísticas en Jordania. Para ellas es su fuente de subsistencia.

No obstante, los jordanos intentan arreglárselas con la incertidumbre. En las entradas de los hoteles hay controles de seguridad, el Ministerio de Turismo ha lanzado una campaña de marketing y se ha introducido un nuevo pase para visitas gratuitas a 40 atracciones turísticas.

«Estamos intentando hacer todo para que los turistas ganen otra vez confianza y vuelvan», subraya Mahmud Zawaida, que dirige el «Captain’s Desert Camp», un campamento de tiendas beduinas. Zawaida vive en uno de los lugares más irreales de Jordania y quizás incluso del mundo. Tan irreal que Hollywood rodó en el desierto de Wadi Rum la película «El Marciano» sobre un astronauta que quedó varado en Marte.

En el desierto de Wadi Rum hay montañas de hasta 1.750 metros de altura, extravagantes formaciones de arena petrificadas y gargantas que recuerdan a un paisaje volcánico. En 2011, la Unesco declaró esta región Patrimonio de la Humanidad. También aquí, los beduinos llevan a los turistas en jeeps por la arena, suben con ellos a puentes de piedra y les revelan viejísimos secretos.

Hasta hace un par de años llegaba aquí el turismo de masas. El gran aparcamiento y el campo son todavía testigos de esa época. En los márgenes de Wadi Rum, todo está diseñado para la recepción de caravanas de autobuses llenos de turistas. Este día solo hay cuatro autobuses en el aparcamiento.

Actualmente, la mayoría de los visitantes ya no son turistas que vienen en viajes en grupo, sino mochileros y personas que viajan solas. Entre dos y tres comparten un jeep para hacer una excursión por el desierto. «Inmenso, solitario, como tocado por la mano de Dios»: así describió Lawrence de Arabia el desierto de Wadi Rum. En estos momento, uno tiene exactamente la misma impresión.

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