Así se proyecta el Lowline, un paseo verde en las entrañas de Manhattan

Después del exitoso Highline, en el parque de Manhattan que escolta las vías del tren, en 2020 se inaugurará bajo tierra otro espacio turístico que recoge la luz solar.

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Tras los gruesos muros rojos de un edificio al este de Manhattan se prueba actualmente lo que para 2020 deberá haber tomado cuerpo en Nueva York: el Lowline, el primer parque subterráneo del mundo, según sus creadores. El nombre del proyecto tiene como referencia el más espectacular espacio verde de la metrópoli en los últimos años: el Highline, un antiguo recorrido de tren elevado al suroeste de Manhattan reconvertido en parque.

Desde su inauguración en 2009, más de veinte millones de personas pasearon por el Highline, el barrio que lo rodea se ha revitalizado y, manteniendo las viejas vías del tren como elemento estético, otras ciudades del mundo imitan el proyecto. El Lowline pretende seguir impulsando esas iniciativas. Sus dos promotores, Dan Barasch y James Ramsey, eligieron para su proyecto una estación subterránea de tranvía en el barrio Lower East Side.


A partir de 1908, los pasajeros circularon desde allí hacia Brooklyn sobre el puente de Williamsburg. En 1948 la estación cerró y está vacía desde entonces. “Se trata de un trozo de infraestructura industrial a la que parece que no se le puede dar un buen uso, igual que el tren elevado”, dijo al New York Times Robert Hammond, cofundador del Highline. Los impulsores del Lowline, que anteriormente trabajaron en lugares como Google y la NASA, se toparon por casualidad con la estación vacía, tuvieron la idea del parque subterráneo, se dejaron aconsejar por los creadores del Highline y ahora lo impulsan.

Con los paneles en forma de cuenco, diseñados por Ramsey, se recoge la luz solar que después llega al subsuelo. Desde allí se irradia filtrada a la habitación a través de una instalación con forma de cúpula que se encuentra en el techo. El parque subterráneo tendría así luz y calor todos los días del año desde el amanecer hasta el anochecer. La técnica debe ser muy visible, señala Barasch. “Queremos asegurarnos de que no parezca un truco de magia, sino algo que se puede observar directamente. Para nosotros es un hito científico”.

 

 

Hasta la inauguración, sin embargo, queda por delante un largo camino. En primer lugar está el tema de la financiación. Barasch y Ramsey recaudaron a través de internet aproximadamente US$ 150 mil para los primeros pasos, pero necesitarán unos US$ 70 millones más, algo factible en una ciudad que cuenta con tantos millonarios generosos.

Las negociaciones sobre el terreno también están lejos de haber concluido. “No nos oponemos a la transformación en un parque, siempre y cuando la ciudad y otros interesados apoyen el proyecto y no suponga ninguna carga económica para nosotros”, dicen desde MTA, la autoridad competente que gestiona los medios de transporte públicos y que actualmente administra la estación.

 

 

Sin embargo, el propietario de la misma es la ciudad, que quiere seguir escuchando más propuestas para el terreno. Queda la pregunta del aspecto que tendrá el parque realmente y qué podrá crecer allí. Eso es lo que prueban los fundadores en este momento en el edificio de ladrillo rojo al este de Manhattan que han llamado Lowline Lab.

Más de tres mil plantas crecen desde octubre de 2015 en esta nave del tamaño de una cancha de tenis que hasta marzo pasado ya visitaron diez mil personas. “Probamos lo que crece y lo que no funciona”, cuenta un joven neoyorquino que guía a los interesados por el recinto. “El musgo no crece demasiado bien, tendremos que pensar en otra solución. Pero la menta lo cubre todo en este momento”.

 

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