Tres días en Phnom Pehn, entre la vida moderna y la tradicional

Por Naomi Lindt (*) Sobre Norodom Boulevard, una de las arterias más antiguas de Phnom Penh, una enorme pantalla LED delinea drásticamente en las sombras los aleros en gradas del templo budista Wat Langka. A la vuelta de la esquina, la …

Techos como trompas de elefantes y veneración del rouge que dejó Jackie Onassis en una copa. Camboya es rara y atrapante. Su capital cicatriza sus heridas y mira hacia el futuro: arquitectura francesa, acervo religioso y producciones propias. Para comenzar: los ocasos sobre el agua, las arañas fritas y la cultura francesa. (Fotos: Perfil) [ Ver fotogalería ]

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Por Naomi Lindt (*)

Sobre Norodom Boulevard, una de las arterias más antiguas de Phnom Penh, una enorme pantalla LED delinea drásticamente en las sombras los aleros en gradas del templo budista Wat Langka. A la vuelta de la esquina, la recién erigida imponente estatua del finado rey Norodom Sihanouk, padre fundador de la Camboya moderna, contempla mientras adolescentes K-pop pasan de prisa en motocicleta. Esta yuxtaposición de la vida moderna y la tradicional, de lo duradero y lo mutable, es lo que define a la capital actualmente. No obstante los rascacielos transforman el horizonte, la ciudad conserva una intimidad provincial en las calles alineadas con árboles, las pagodas tranquilas y prósperos mercados locales.

 

DÍA 1. BAÑO CULTURAL

Jacqueline Onassis, Catherine Deneuve, Angelina Jolie: Phnom Penh ha estado atrayendo a la gente chic durante décadas. Y todos se han quedado en el Raffles Hotel Le Royal, que ha atestiguado muchas de las encarnaciones de Phnom Penh desde 1929, incluso dando refugio a periodistas antes que el Jmer Rojo evacuara la ciudad, en 1975.

En estos días, trabajadores de embajadas y funcionarios se reúnen en su Elephant Bar, para reposar en muebles de caña de Indias junto a ventanas arqueadas con vistas a jardines, y beber tragos como Femme Fatale (champaña, crème de fraise sauvage, coñac), que según se dice Jackie disfrutó en 1967 (un vaso de cristal en exhibición manchado con rouge supuestamente tocó los labios de la ex primera dama).

El bar fue nombrado en honor a los 396 elefantes de su decoración (tragos, US$ 12, la moneda de facto en Camboya, a pesar de que su moneda oficial es el riel camboyano). Con sus aleros tipo trompas de elefante, el centenario edificio rojo terracota que alberga al Museo Nacional, que exhibe artefactos del período de Angkor y aun anteriores, es impactante, especialmente en el ocaso. Varias noches a la semana, el jardín hace de telón de fondo para Plae Pakaa, presentaciones organizadas por Cambodian Living Arts, una organización no lucrativa dedicada a conservar canciones y bailes jmeres.

Ataviados con vestuario ornamentado y maquillaje, artistas que llegan a tener apenas 14 años recrean historias y ceremonias, contorsionando las manos y pies en ángulos que fascinan. Músicos con instrumentos tradicionales aportan la pista sonora hipnótica. Tickets, US$ 13,5. Aún recuperándose de la casi total aniquilación cultural del Jmer Rojo, la cocina camboyana ha luchado por encontrar un lugar entre los sabores más familiares del sudeste asiático. Famosa por sus sutiles cualidades y el uso experto de hierbas aromáticas, tiene sus defensores.

Luu Meng, el célebre chef de la ciudad, produce en Malis sofisticadas interpretaciones de recetas tradicionales en un ambiente romántico al aire libre con fuentes, iluminación tenue y un Buda tamaño real. En Common Tiger, el sudafricano Timothy Bruyns crea un menú degustativo de cinco platos que estimula la vista tanto como el paladar. Siéntese en la frondosa terraza probando platos como tom kha (sopa de coco), con róbalo y atún crudo macerado con gel de albahaca caliente (US$ 50 por persona).

 

DÍA 2. COMPRAS SUDOROSAS

Todos los mercados de vecindario tienen su propio encanto, aunque la mayoría son pistas de obstáculos sudorosas y laberínticas. Central Market, una estructura art déco de 1937, se eleva como una araña gigante amarilla de cuatro patas en el centro de la ciudad. Gracias a una renovación en 2011, ofrece una cómoda oportunidad cool para comprar joyas, ropa y flores con habitantes de clase media.

Más al Oeste está el mercado O Russei, una estructura de tres pisos que vende todo tipo de cosas, desde pescado seco hasta minivestidos con zapatos de tacón para hacer juego. A un viaje al Sur de 15 minutos en auto está Toul Tumpuong. En el restaurante Romdeng, la comida es excelente y el lugar también ofrece un programa de capacitación práctica a ex niños de la calle.

Las especialidades regionales son las mejores de la ciudad, y la ambientación en un chalet colonial, encantadora. Pruebe la ensalada de pomelo con camarones, aderezada con menta y pimiento ojo de pájaro, y la fragante sopa de pollo con setas de arroz y lima en conserva. Las arañas fritas son una exquisitez jmer (almuerzo, US$ 15 por persona).

Muchos jóvenes camboyanos se rapan la cabeza, se ponen una bata naranja y se dedican a Buda no sólo como camino a la iluminación, sino también para recibir educación. A menudo están ansiosos por practicar inglés mientras ofrecen información sobre cómo viven. En los jardines de Wat Botum, justo al sur del Palacio Real, hubo reuniones espirituales desde el siglo XV.

Camine una cuadra al Sur, hacia el parque Neak Banh Teuk, que cobra vida al amanecer y al ocaso con clases de aerobics, con hombres jugando jianzi y parejas de ancianos caminando a paso ligero. La nueva estatua de bronce de Norodom Sihanouk (fallecido en 2012), cerca del Monumento a la Independencia, marca la pérdida de un personaje venerado. Tome un crucero al ocaso sobre el río Tonle Sap, que corre paralelo al área turística llamada La Ribera.

Embarcaciones privadas lo llevan a toda prisa en excursiones de dos horas cerca de la intersección de la calle Street 100 y el muelle Sisowath Quay. Los precios arrancan en US$ 25 por un navío de madera de dos pisos; derrochar en una operadora como Crocodile Cruise (desde US$ 50 las dos horas) le dará acceso a sofás, baño aceptable y comidas. Navegará frente a pescadores, chozas construidas sobre pilotes y el recién desarrollado puerto sobre el banco oriental. Los ocasos raras veces decepcionan.

Para una probadita de la vie en rose, reserve una mesa en Armand’s, un íntimo bistró francés. Manejado por Armand Gerbié, un francocamboyano acostumbrado a entretener desde sus días en el afamado club parisino de Lido, es un sitio seductor con confortables asientos de piel, melodías nostálgicas, champagne y, desde luego, sabroso vino francés. Pruebe el rib eye australiano flambeado al coñac, que Gerbié prepara junto a la mesa (cena, US$ 40 por persona).

 

DÍA 3. HECHO EN CAMBOYA

La vida francesa colonial, que perduró aquí durante casi un siglo, se centró alrededor de la parte norte de la ciudad, cerca de Wat Phnom. Aunque muchas de las grandiosas estructuras de la era han sucumbido al tiempo o a los urbanizadores, puede echar un vistazo al pasado en Place de la Poste. Empiece en la Oficina Central de Correo, de la década de 1890. Timbres postales conmemorativos muestran bailarines de Angkor.

Van’s Restaurant, que abre a las 11.30 en el edificio del Banco de Indochina, es un maravilloso establecimiento francés con ventanas de vidrio entintado. Almuerzo, US$ 15. Desde cestos de jacintos de agua hasta bufandas ikat, las artesanías abundan. Los estantes en Theam’s House, un sitio manejado por un artista, están alineados con elefantes laqueados y cajas adornadas con peces y flores de loto.

Ahí cerca, en el Jardín del Deseo, Ly Pisith, un ex diseñador de lentes de Philippe Starck, engasta joyas en monturas de plata. Los dueños de Trunkh, a una breve caminata, recorren el país en busca de bellezas olvidadas (letreros pintados a mano, persianas viejas) y se las imaginan de nuevo como tesoros de tiempos modernos.

(*) The New York Times / Travel. Publicado por Diario PERFIL

 

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