Turismo sobre lava: la vida en Hawai un año después de la erupción del Kilauea

Fue la peor erupción que se registró en Hawai en los últimos 200 años. Algunos destinos muy turísticos quedaron directamente borrados del mapa después. ¿Qué quedó?

Los volcanes tienen fuerzas creadoras. En Pohoiki el Kilauea generó una nueva playa con su erupción de 2018. Foto: Jörg Michel [ Ver fotogalería ]

Ficha

Publicado el 2 de julio de 2019

La erupción del volcán Kilauea hace un año fue algo verdaderamente espectacular. Pero para los habitantes de Hawai no fue sólo una foto, ni un momento. Fue un fenómeno natural que cambió sus vidas. Para los turistas también. Algunos destinos muy turísticos quedaron directamente borrados del mapa después. ¿Qué quedó?

En realidad, los habitantes de Hawai están acostumbrados a vivir temblores y movimiento telúricos, pero aquella vez el sismo alcanzó los 6,9 de la escala de Richter. En los últimos 40 años no se había sentido ningún movimiento tan fuerte en la principal isla del archipiélago estadounidense, conocida como Big Island.

«Fue muy dramático, y ese era sólo el comienzo», recuerda el sismólogo Brian Shiro, que trabaja en el Instituto especializado en vulcanología de Hawai en Hilo. Hasta el año pasado, sus oficinas se encontraban justo en la ladera del cráter de uno de los volcanes más activos del mundo. Pocos días después de la erupción el cráter se hundió, el lago de lava rojo punzante se aquietó y ascendió una nube de ceniza de diez kilómetros hacia el cielo. El museo adyacente fue cerrado.

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Fue la peor erupción que se registró en Hawai en los últimos 200 años. En las laderas del Kilauea se abrieron grietas y la lava que se abría paso por allí sepultó unas 700 viviendas. Varios miles de personas quedaron sin techo.

El parque nacional en el que se encuentra el volcán recibe unos dos millones de visitantes por año. Después de la erupción estuvo cerrado 134 días, y si bien ahora ha reabierto sus puertas, no todas las actividades están a disposición.

Muchas áreas están clausuradas por miedo a derrumbes. Un buen ejemplo es el museo Jaggar. Pero el resto de los caminos y paradores en torno al espectacular cráter ya han sido reabiertos y el «Volcano House», el único hotel del parque, volvió a recibir huéspedes. Lo más impresionante es uno de los caminos de un kilómetro y medio que puede recorrerse a pie o en bicicleta.

Fuera del parque también se produjeron muchos cambios. En la península Puna la lava sepultó varias carreteras y aisló a algunas localidades. Dejó enterradas algunas zonas de vacaciones, un lago de agua dulce y playas muy visitadas, como la Champagner Pond de Kapoho, donde los turistas solían hacer snorkel.

Sin embargo, lo que para nosotros como turistas puede ser una imagen devastadora, desértica, para la población local tiene un significado totalmente distinto: ellos consideran que de allí emanan fuerzas espirituales. «Durante la erupción, yo tuve la sensación de que la isla revivía. Era algo divino», comenta Michael Newman, que trabaja como ranger en el Parque Nacional.

Nació en el archipiélago, con los relatos que fueron pasando por tradición oral de generación en generación. Como tantos otros hawaianos, cree en la fuerza de Pele, diosa del fuego que, según cuenta la leyenda, creó las islas. «Muchas personas se asustan con el volcán, pero no ven que Pele crea nuevas tierras y nueva vida con cada erupción», explica Newman.

El mejor sitio para vivir esto como experiencia es Phoiki, una zona costera idílica en el sur de Puna, donde el río de lava se serenó unos tres meses después de la erupción.

El trayecto hasta Pohoiki lleva por una carretera que alguna vez estuvo atravesada por tres ríos de lava frescos. Es más, el volcán ha dejado en esa zona dos kilómetros de una línea costera totalmente nueva.

Al final de la pista se abre la última obra de Pele: en una bahía rodeada de palmeras de coco se despliega una playa de fina arena negra, producto de la erupción. ¿Cuánto tiempo estará allí esa playa? Nadie lo sabe. Años. Tal vez siglos. Todo depende de cuándo Pele vuelva a entrar en actividad.

Volcanes: entre la fascinación y el peligro

Cuando el volcán Gunung Agung lanzó enormes nubes de humo hacia el cielo, miles de viajeros quedaron varados en Bali. El aeropuerto internacional de la isla fue cerrado y muchas agencias de viajes ofrecieron a sus clientes modificar o cancelar sus reservas. El volcán trastornó considerablemente los planes de muchos turistas. La mayoría había viajado a Indonesia sólo por sus preciosas playas. Eso fue en 2017.

«Muchos turistas realmente se sorprendieron por el hecho de que allí hubiera volcanes activos. Algunos estaban totalmente indignados», recuerda Thomas Walter del Centro de Investigación Geológica de Alemania (GFZ). «Quien no se ocupa del tema, muchas veces se sorprende». Ése es un tipo de viajeros. «Y luego están las personas que viajan especialmente a los volcanes», explica el geólogo.

Y es que los volcanes son a la vez amenaza y atracción turística. Ofrecen a los viajeros una experiencia en la naturaleza incomparable. O paralizan el tráfico aéreo, cubren de ceniza el paisaje y destruyen poblaciones… La erupción de un volcán es un espectáculo con peligro de muerte.

A nivel mundial hay unos 1.500 volcanes activos. Debido a la expansión global del turismo, el riesgo de que afecten a viajeros se volvió mayor, señala Walter. «Bali, por ejemplo, era antes más bien un destino para viajes individuales. Eso cambió».

En el Cinturón de Fuego del Pacífico hay unos 450 volcanes activos. De ellos, 127 se encuentran en Indonesia. En 2010 el Merapi de Java lanzó columnas de ceniza y lava a una altura de hasta 18 kilómetros. La zona alrededor del volcán fue evacuada antes de la erupción, lo que salvó miles de vidas. «Ese es un volcán muy peligroso», sostiene Walter.

También en Europa hay riesgos. Por ejemplo, en torno al Etna en Sicilia. En diciembre de 2018 se produjeron varias pequeñas erupciones y temblores. Pero, al mismo tiempo, el volcán atrae a muchos viajeros. «Ahora es muy fácil subir. Hay excursiones en autobús desde los hoteles», señala Walter. «En el caso de erupciones, los vulcanólogos deben informar a los turistas y mantenerlos alejados del volcán. Pero los viajeros quieren ver las emisiones nocturnas de lava».

Por eso es importante que el turismo en torno a los volcanes se lleve adelante de manera responsable, señala el experto. Los turistas deberían informarse muy bien antes de viajar.

Muchas veces la diferencia la hace el lugar exacto en el que uno se encuentra en una región. Realmente el riesgo de que los turistas se vean afectados por una erupción es relativamente bajo, en comparación a otros peligros de los volcanes. «La altura y el mal tiempo muchas veces se subestiman», dice Walter. Eso vale por ejemplo para el popular Teide de Tenerife. «Muchos quieren subir, pero es una montaña de 3.700 metros de altura. No se puede subir con calzado de playa».

Y luego están las situaciones que no sólo afectan a los que están cerca. El volcán Eyjafjallajökull en Islandia paralizó en 2010 por varios días todo el tráfico aéreo del norte y el centro de Europa. Sin embargo, los volcanes siguen siendo grandes atracciones turísticas en Islandia. «Recomendamos explorarlos con un guía que pueda aportar conocimientos, historia y datos interesantes», dice Sigridur Dögg Gudmundsdottir de Visit Iceland Touristen.

Fuera de Europa, escalar volcanes también es una atracción muy popular. Eso vale sobre todo para Centro y Sudamérica. En los Andes, se suceden en cadena volcanes de más de 5.000 o 6.000 metros. Sólo en Chile hay 80 volcanes activos. Especialmente bello, por su forma, es el Cotopaxi en Ecuador, que también suele activarse cada tanto. En ocasiones, su ceniza llega hasta la cercana capital del país, Quito.

¿Y por qué son tan fascinantes los volcanes? «Hacen entendible la dinámica del planeta», dice el geólogo Walter. «A simple vista no se ve cómo se mueven lentamente las placas tectónicas. Pero una erupción volcánica sí». Y, quizá, también tenga que ver con un pensamiento arcaico: «El fuego siempre despierta el interés de las personas».

D.S.

 

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