RUTAS GASTRONOMICAS

Ver Roma, dopo mangiare

La capital italiana, mucho más que ruinas, iglesias y marcas de diseño, es una verdadera joya culinaria para explorar con el paladar. Fotogalería

PARASOLES EN LA PLAZA. Un frente de la Piazza Navona, que está casi completamente bordeada por restaurantes pintorescos. En sus cartas no faltan los clásicos, como pizzas y pastas. [ Ver fotogalería ]

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Por Verónica Mariani (*)

Roma es el imponente Coliseo, el Foro Romano, los negocios de la Via del Corso, la moda de Via Condotti, las monedas de la Fontana di Trevi, las escalinatas de Piazza di Spagna y un atardecer sobre el Tévere. También el Vaticano, un Estado independiente que se acomodó hace centenas de años en su patio trasero. Pero también es más: una experiencia culinaria a lo largo y ancho de sus calles terracotas.

Se llega con la promesa de disfrutar las pizzas madre de todas las pizzas del mundo, los cornetti para el desayuno (primos de la medialuna), los capuchinos espumosos, la pasta en sus mil formas y colores, y el risotto ai funghi porcini, entre tantas recetas. Y lo mejor es que son todas promesas bien cumplidas.

Para saborear la verdadera Roma, hay que comenzar por las plazas. Para muchos, el verdadero encanto “delle piazze” italianas reside en sentarse a comer en la vereda y ver pasar la vida. Los restaurantes que las rodean son caros, están llenos de turistas y muchas veces ni siquiera son tan buenos, por eso valen más para el aperitivo, un merecido descanso tras un largo día.

Sin embargo, cada piazza de Roma tiene su encanto culinario.
En Piazza La Rotonda, es habitual comprar un panino de tomate y mozzarella (3 euros, con gaseosa) y sentarse a comerlo en la fuente o en los muros del Panteón, que está enfrente. Si tienen suerte, un coro en el interior del Panteón puede musicalizar su almuerzo.

Piazza di Spagna es otro punto para comer sentado en las famosas escalinatas. En la muy pequeña Piazza Mattei, coronada con la Fontana Monumentale delle Tartarughe (tortuga) se encuentra el Bar Taruga, elegido por los romanos para compartir un Campari a las siete de la tarde. De Piazza de Campo dei Fiori se desprende la Via Portico d’Ottavia, donde se explaya lo que antes era el gueto judío de la ciudad, hoy sede de pastelerías y restaurantes kosher, como Bocconcino y el biscottificio Mondo di Laura, muy recomendados.

Fornos

La primera carnada de la capital italiana son los fornos o panaderías, en general antiguas y atendidas por sus dueños, familias que se suceden la antorcha del sabor. En la mayoría hay barra para pedir un café ristretto (bien puro y duro). Los que saben sentencian que el capuchino se toma en el Caffé della Pace, con mesas sobre la vereda de adoquines, a pasos de la iglesia Santa María della Pace, donde por 10 euros se ve Las Sibilas, de Rafael.

En cuanto a la pizza, Da Baffetto es el lugar, atendido por mozos de vieja estirpe en Via del Governo Vecchio 114, una de las calles más pintorescas. Si de casualidad pasan un martes, día que está cerrado, pueden suplantar la decepción con una buena pizza en Il Clan, a menos de media cuadra.

Para el postre: gelato. Siempre gelato. Es muy difícil encontrar una gelateria que no tenga sabores deliciosos, pero la preferida de todos es Gelateria del Teatro (Via di San Simone 70). Además de los tradicionales gustos artesanales (chocolate solo o con menta, vainilla, café) también tienen propuestas sin leche para veganos o intolerantes a la lactosa.

Para intentar cerrar los clásicos de Roma, se puede poner el foco en Trastevere, barrio situado del otro lado del río Tévere, que de noche se ilumina con guirnaldas de lucecitas callejeras. Es por lo general el polo gourmet elegido por los citadinos que buscan calidad en pastas y recetas típicas. La pizza de cuatro quesos en Gino in Trastevere (Via della Lungaretta 8) es digna de ovación.

Comida al paso

Para los que creen fervientemente que la mejor manera de conocer una ciudad es caminarla de punta a punta, Roma siempre tiene un puesto a mano para alimentar las ganas de seguir andando.

En invierno marchan las castañas asadas, casi en cada esquina del centro. Su aroma dulce es lo primero que convence la compra y los paquetes rondan los 2 euros. Son tan demandadas que los puestos extienden su venta hasta bien entrada la primavera.

En las estaciones cálidas ya aparecen los coloridos puestos de frutas frescas, una gran fuente de energía para seguir el trote sin sentir la pesadez de una comida elaborada. Hay mix de frutos del bosque, duraznos, melones, manzanas, ananás y muchas más que se venden en vasitos para llevar a no más de 3 euros.

Otros salva turistas agotados son las vans de venta ambulante, refaccionadas para albergar todo tipo de bebida fresca, helados y sándwiches. No hace falta buscarlas mucho: siempre están estacionadas en focos turísticos estratégicos. Eso sí, se paga caro el precio de tener sed en la cima de las escalinatas de Piazza di Spagna.

El happy hour

En las zonas más turísticas, el viejo aperitivo italiano fue rebautizado como happy hour. Puede que nos guste o no su nuevo mote, pero lo que sin dudas es feliz es su producción. El happy hour romano consta de dos birras en pintas y una tabla de jamones, quesos, embutidos y tostadas con pastas de olivas, por ejemplo, y aceite de oliva. En algunos lugares incluso comprende una pizza margherita para compartir entre amigos. Los valores del happy hour oscilan entre los 8 y 12 euros. Este servicio se sirve en casi todas las zonas más concurridas de Roma, pero se sugiere especialmente explorar las calles aledañas a la Piazza Navona. La clave para saber elegir el restó es estar atento al idioma en el que hablan los clientes. Si suena más el italiano, llegamos al lugar correcto.

 

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(*) Nota publicada en el Suplemento Turismo del Diario PERFIL, el sábado 25 de agosto de 2012.

 

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