El «rey loco» tenía aspiraciones más ambiciosas: el castillo debería traducir a la arquitectura las óperas de Richard Wagner (1813-1883) y las leyendas alemanas sobre las que estaban basadas. Los murales son una oda al mundo de Tannhäuser y Lohrengrin. Las pinturas están llenas de cisnes y megalitos, todo en colores vivos y con mucho oro. Luis II amaba el éxtasis desbordado, el despliegue de esplendor. Fotos: Pixabay

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