MÉXICO

Un poblado de espíritu mágico

A 140 kilómetros del Distrito Federal, este pueblo es fértil en valles y energías. Fotos.

Tierra frondosa. En las afueras, paisajes exuberantes y ruinas arqueológicas enclavadas en los cerros, con panorámicas únicas. Foto: Diario Perfil [ Ver fotogalería ]

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Por Gustavo Emilio Rosales (*)

Malinalco es un poblado elocuente: todo habla en él, todo significa. Asombra constatar que a tan sólo dos horas de ese monstruo de mil cabezas que es la Ciudad de México se encuentre este lugar fantástico, donde el maíz regala sin reserva su sabor, el viento es transparente, la piedra, milenaria, y los horizontes posibles se hallan cubiertos de un verdor diverso y fértil.

La huella de las antiguas civilizaciones mexicanas se expresa en el principal atractivo de esta localidad, que es el único templo monolítico del continente americano. Tallado en piedra –al lado de una pirámide de mediana altura desde cuya cima se contempla el paisaje arrobador de Malinalco, tapizado de vegetación exuberante y casitas blancas con techos de tejas–, esta reliquia llamada Cuauhcalli (“la casa de las águilas”, en lengua náhuatl) es una cámara amplia, cuyo umbral tiene la forma de una serpiente con las fauces abiertas y su interior guarda nichos zoomórficos que rematan en cabezas esculpidas de rapaces y felinos.

El ascenso a la montaña coronada por este prodigio es un atractivo en sí mismo para quienes gustan de avistar aves, admirar la diversidad de especies vegetales propias del entorno boscoso húmedo y reflexionar sobre los sincretismos culturales centroamericanos, al encontrarse con vestigios arqueológicos de las ancestrales sociedades matlatzinca y mexica y, simultáneamente, atestiguar los símbolos de la conquista española, como las enormes cruces de Semana Santa, enclavadas en una ladera.

Madurez. Para llegar al templo Cuauhcalli, se trepan 400 escalones. Aquí se iniciaban los guerreros águila y jaguar, los más importantes de la jerarquía azteca. Foto: Diario Perfil

 

En este templo insólito se ordenaban como tales los combatientes de las dos castas de guerreros sacerdotales del México precolombino: un grupo aspiraba a templar su espíritu con el ejemplo del tigre u ocelote; el otro bando se inspiraba en los dones del águila. Las leyendas de esta iniciación mística y marcial, tejidas popularmente con un tono que mezcla los filmes de Quentin Tarantino con los famosos relatos de Carlos Castaneda, proyectan a Malinalco hacia el mundo como uno de los principales ombligos de sabiduría esotérica. No es entonces gratuito que dicho asentamiento haya sido fundado por una poderosa hechicera, llamada Malinalxóchitl.

Numerosos visitantes acuden a Malinalco no sólo atraídos por la belleza del sitio, sino también buscando impregnarse de esa energía no ordinaria, ya sea para mejorar la salud o enriquecer el conocimiento de sí. En el pueblo, por supuesto, hay precisas ofertas al respecto, como limpiezas del aura corporal; tratamientos basados en la aplicación de arcillas locales, que tranquilizan y embellecen, o el tan estupendo como longevo baño de vapor prehispánico, conocido como temazcal.

Por otra parte, el universo colonial de Malinalco brinda como joya principal los murales del convento agustino del Divino Salvador, que datan del siglo XVI. Una vez más, la fusión de las estéticas aborigen y europea se verifica en estas singulares pinturas que trazan ámbitos de ensueño donde se unen lo sagrado y lo profano, lo lúdico y lo reverencial. Su estado de conservación es meritorio.

Al estar rodeado de extensas áreas verdes en las que abundan riachuelos, Malinalco se encuentra provisto de un catálogo de deportes al aire libre, tanto sea para familias o extremos. El paseo a comer una trucha pescada por uno mismo en alguno de los muchos criaderos cercanos resulta imperdible. Y si a esto le agregamos buenos museos, como el universitario Luis Mario Schneider, este hermoso pueblito mexicano suma todos los puntos de un auténtico destino de placer.

Son deliciosas las frutas que nacen en esta tierra fértil. Foto: Diario Perfil

DATA

  • La mejor ruta. Por micro, desde el DF, hay que salir de la Terminal Poniente de Observatorio (la Línea 1 del subte llega hasta ahí) y abordar unidades de la compañía Águila. El costo del pasaje es de US$ 7 y el tiempo de recorrido, 120 minutos.
  • Hospedaje. El Hotel Santa Mónica es céntrico, limpio y económico. Aproximadamente US$ 50 por noche.
  • Sabores. Dos must de la gastronomía local son los restaurantes «Las Palomas» y «Los Placeres». Almuerzos o cenas completos desde US$ 10-

Tierra frondosa. En las afueras, paisajes exuberantes y ruinas arqueológicas enclavadas en los cerros, con panorámicas únicas. Foto: Diario Perfil

 

(*) Nota publicada en el Diario PERFIL el sábado 2 de febrero de 2013

 

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