CULTURA
El sonido de la utopía: Alemania celebra los 250 años de Beethoven
Ya sea como tono de llamada o para acompañar fechas históricas, a menudo también en ocasiones banales y fuera de lugar: la música de Beethoven siempre está presente.
El piano de cola de Beethoven se encuentra en el museo de la Casa Beethoven. Foto: Henning Kaiser/dpa [ Ver fotogalería ]
(24/02/2020)
Ya sea como tono de llamada o para acompañar fechas históricas, a menudo también en ocasiones banales y fuera de lugar: la música de Beethoven siempre está presente. Los ligeros compases iniciales de su composición para piano «Para Elisa» y el distintivo motivo de cuatro notas con el que comienza su Sinfonía n.°5 son melodías conocidas en todo el mundo.
A partir de 16 compases del último movimiento de su Novena Sinfonía, el «Himno a la Alegría», se creó el himno oficial de la Unión Europea. Sus acordes resuenan en eventos de importancia nacional, como recientemente en la Puerta de Brandeburgo de Berlín con motivo del aniversario de la unificación alemana.
Ludwig van Beethoven (1770-1827): en el año de su 250 cumpleaños, el compositor alemán mira con ojos severos y tupida melena de artista desde portadas de libros, CD, tazas y camisetas. La campaña del Año Beethoven («BTVN2020») prevé cientos de eventos, desde conciertos a domicilio hasta ciclos sinfónicos completos. Beethoven es omnipresente.
¿Por qué? Tal vez porque nadie como él satisface nuestro anhelo por el artista divino, por el obstinado que lucha con musas y demonios. Así suena la utopía, sus sinfonías son un «discurso a la humanidad», escribió el filósofo alemán Theodor Adorno sobre la sonata para piano Op. 111 de Beethoven.
Es indiscutible que íconos del pop tales como Rihanna o Taylor Swift consiguen muchas más descargas digitales, pero aun así la música de Beethoven tiene más de cinco millones de oyentes mensuales en Spotify.
Sin embargo, a la hora de elegir un héroe artístico, el legendario compositor oriundo de la ciudad alemana de Bonn encabeza la lista de preferencias. Generaciones de escritores y científicos se han dedicado a investigar su vida y obra.
«La música de Beethoven mueve la palanca del horror, del miedo, del dolor», escribió el escritor E.T.A. Hoffmann, gran representante del movimiento romántico de la literatura alemana.
Beethoven también fue utilizado para tratar de explicar la catástrofe alemana y las aberraciones políticas durante el fascismo, por ejemplo, en la novela «Doctor Fausto», del escritor alemán Thomas Mann.
De hecho, los nazis explotaron descaradamente al «titán» Beethoven para su propaganda. Pero también la cultura pop se ha servido del genio: desde los Beatles hasta la película de Stanley Kubrick «La naranja mecánica»: ¡Beethoven impone las reglas!
El mito alrededor del genial compositor y pianista, que murió en la ciudad austríaca de Viena a los 56 años, se puede comprender sobre todo al escuchar su música, por ejemplo, en las antiguas grabaciones de grandes directores de orquesta del siglo XX.
Destacados referentes son los alemanes Otto Klemperer y Wilhelm Furtwängler, cuyas excepcionales interpretaciones logran transfigurar las sinfonías en monumentos musicales.
Sin embargo, a pesar de todo el culto y la admiración, la biografía de Beethoven fue todo menos una saga heroica.
Sus casi seis décadas de vida, marcadas por la más alta inspiración y las tribulaciones cotidianas, se reparten entre Bonn y Viena: a la sombra de la Revolución Francesa y de las tropas de Napoleón, en el esplendor (y las convenciones burguesas) de la monarquía de los Habsburgo.
Fueron muchas las penurias del artista. A los 27 años experimentó los primeros síntomas de pérdida de su capacidad auditiva («el sentido más noble»), quedando completamente sordo en los últimos años de su vida.
En su «Testamento de Heiligenstadt», una carta escrita por el compositor a sus hermanos en 1802, Beethoven escribió sobre su desesperación y confesó estar al borde del suicidio por la pérdida de audición. El gran músico nunca escuchó muchas de sus obras más importantes.
Sufrió además de amor no correspondido. Por ejemplo, hacia la casada y posteriormente viuda Josephine von Brunswick. La relación entre Beethoven y la condesa fracasó por las convenciones de la época y el carácter del compositor. Las cartas de Beethoven a la «amada inmortal» probablemente están dirigidas a ella.
Su espíritu libre y su terquedad hacían difícil el compromiso. «Desprecio las falsedades, no quiero verlo más», escribió a su mecenas, el conde Moritz Lichnowsky, después de una discusión. Sin embargo, los intentos de describir a Beethoven con tales anécdotas, como si fuera un hombre común, resultan en vano.
En su muy elogiada biografía «Beethoven, el revolucionario solitario», el director de orquesta y musicólogo belga Jan Caeyers escribe que, para un fenómeno tan excepcional como Beethoven, el único concepto que cabe es el de genio.
Ya durante sus años escolares, Beethoven llamó la atención por su terquedad, atributo que probablemente se debió también al hecho de que tuvo que asumir muy joven la responsabilidad de sus dos hermanos, después de que su madre muriera de tuberculosis. Su padre, tenor en la capilla de la corte de Bonn, era adicto al alcohol.
Ludwig demostró ser un virtuoso a edad muy temprana. A los 14 años comenzó a a tocar el órgano en la capilla de la corte. En búsqueda de nuevos horizontes, a los 22 años se trasladó a Viena para formarse como compositor.
Los primeros años en Viena fueron difíciles. El público prefería el ocio ligero. Beethoven hizo, a regañadientes, concesiones al gusto de las masas. Estuvo en desacuerdo consigo mismo y con su arte, como lo muestran las partituras, todas ellas escritas con mano enérgica. Su personalidad le impedía subordinarse a las exigencias del público vienés.
Si bien es comprensible que hoy en día melodías como «Para Elisa» o el «Himno a la alegría» se queden pegadas, éstas no hacen justicia a las obras completas del gran maestro.
La esencia de la música de Beethoven se puede escuchar y experimentar en sus 32 sonatas para piano, por ejemplo, en la n° 29, o como la titulara el compositor mismo: la «Gran Sonata para piano de martillos», en los cuartetos de cuerda, en su única ópera, «Fidelio», o en las sonatas para violín y violoncello. Con estas composiciones rompió el corsé musical de su época.
Sus dos primeras sinfonías ya indican la ruptura. Con la Tercera Sinfonía, conocida como «Heroica», inició sus intentos de conquistar el mercado francés.
En un principio, la obra estaba dedicada al revolucionario Napoleón. Sin embargo, cuando el presunto liberador de Europa se autocoronó emperador en 1804, el antimonárquico Beethoven tomó la partitura y tachó el nombre de Bonaparte: con tal fuerza que dejó un agujero en la portada.
Al igual que éste, la posteridad ha cultivado muchos otros mitos en torno a la figura de Beethoven. Su muerte también se convirtió en parte de esta veneración. Mientras yacía en su lecho de muerte, un sirviente le trajo dos botellas de excelente vino cosecha 1806 que había traído de regalo un amigo.
Beethoven ya no podía beber. «¡Lástima, lástima, demasiado tarde!», se dice que fueron sus últimas palabras. Beethoven emprendió su último viaje acompañado por más de 20.000 personas.