Las catacumbas romanas brillan 1.500 años después de su creación

Pinturas, sepulturas, firmas, colores y formas vuelven a la vida en un nuevo museo en las entrañas de Roma.

Ficha

Las catacumbas romanas de Domitila, construidas a fines del siglo IV sobre la tumba de los mártires Nereo y Aquiles, son el cementerio subterráneo más grande del cristianismo temprano en Roma. Desde ahora albergan un nuevo museo, inaugurado para celebrar los 25 años de la creación de la Pontificia Comisión de Arqueología Sacra.

Con la cabeza inclinada como para decir, casi con asombro, «adiós» a la vida, la reina amazona Pentesilea, atravesada por la lanza de Aquiles, aparece representada en el ático del sarcófago colocado en el museo, creado en el ingreso de las catacumbas.

Se trata de un recorrido de 15 kilómetros de longitud, excavados en una roca tierna de origen volcánico, que se halla en el subsuelo de la ciudad de Roma. Las galerías, repletas de pinturas, son un verdadero viaje al momento en que Nereo y Aquiles, soldados de la guardia imperial, fueron asesinados por haber confesado su fe durante la persecución de Diocleciano.

En el nuevo museo todavía se percibe el olor a pegamento, ya que los restauradores culminaron su trabajo apenas 18 horas antes de la apertura para el ingreso de la prensa.

El complejo, que abarca 10 hectáreas no muy lejos de las Fosas Ardeatinas, incluye 15 kilómetros de galerías subterráneas; 228 cubículos; 650 arcosolios; 26 escaleras; 39 lucernarios; 28 retratos de difuntos y decenas de frescos. Está estructurado en dos o en cuatro niveles y alberga 26.250 tumbas de adultos y niños, incluso bebés.

Las catacumbas tomaron el nombre de Flavia Domitila: según los estudiosos podría haber dos mujeres con el mismo nombre y ambas habrían sido condenadas al exilio, una en Ponza y la otra en Ventotene, aunque una motivos políticos y la otra por razones religiosas.

Al menos una de ellas, estaría vinculada a la potente familia de los flavios, adeptos al cristianismo, por lo que habría sufrido persecución. Las catacumbas, que habían nacido en principio como un hipogeo pagano, tras las sepulturas de Nereo y Aquiles, atrajo a las primeras tumbas cristianas.

Descubiertas en 1593 por Antonio Bosio, considerado por los arqueólogos como «una especie de Cristóbal Colón de las catacumbas», recién fueron estudiadas a fines del siglo XIX por Giovanni Battista de Rossi.

El entusiasmo de Bosio hizo que no resistiera la tentación de estampar su propio apellido en letras de molde en una de las lunetas del «cubículo de los hornos», restaurado con técnicas de láser, mientras que el resto de las pinturas fueran limpiadas, incluso el arcosolio de Petronila.

Especialmente del «cubículo de los hornos» -completamente negro antes de la restauración- surge la historia de este pedazo de la Roma subterránea, primero pagana y luego cristiana, pero también de las técnicas y los vicios de sus descubridores: se observaron rasgaduras en el yeso, realizadas por quienes se llevaron diseños y pinturas, además de infinidad de firmas de muchos visitantes.

Conservar e identificar las firmas fue una verdadera proesa: fueron realizadas, en general, con humo negro y por ese motivo se esfuman muy fácilmente. Al parecer, no existiría la historia de las excavaciones y de las catacumbas sin el deseo de tantos hombres de arrebatarle al menos su nombre al olvido de la muerte.

 

| Nota publicada el 3 de junio de 2017

 

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