Disfrute un safari de colores en India
Experiencia en la mítica selva asiática de Karnataka y recorrido por Bangalore, la ciudad tecnológica que se lanza al mundo. Cultura ancestral y sus ritos sagrados. Fotos.
Karnataka, Kerala y Tamil Nadu, es el hogar de la reserva más grande de elefantes asiáticos. [ Ver fotogalería ]
Texto y fotos por Pablo Donado
«Você tem idea que é sentir o rugido de leão cerca? León, león… grrr, grrr», aclara, por la dudas. Y la verdad que no, que ni idea, le decimos. «Ahhh, tú no sabe viejo, no sabe… nada como eso en la vida, viejo», cuenta en portuñol Fernando Quevedo, reconocido fotógrafo de O’Globo e intrépido perseguidor de leones en la sabana africana.
Aquí no son leones sino tigres, y de los buenos, los que nos han prometido ver. No en vano se cruzan dos océanos para llegar al otro lado del mundo: además el impacto cultural expresado en miradas, colores, sonidos, comidas y creencias religiosas, esta tierra posee uno de los tesoros naturales del sur indio for export: el Kabini National Park. «Bengal tigers, asian tigers», explica Suri, nuestro guía y chofer, y abre la boca intentando intimidarnos como la fiera. Será, sin dudas, una jornada para temer.
Progreso. Ubicado a 80 km de Mysore, ciudad de la seda india y vieja capital histórica del sur, su nombre ha cambiado, o reencarnado, como bien ocurre con los dioses hindúes
aquí: Primero Parque Nacional Nagarahole, más tarde “Parque Nacional Rajiv Gandhi” y, hoy, simplemente Kabini, conocido en la tradición local como “el río de la vida” por la cuenca y su embalse cercanos, llamados también Kabini.
Largo y sinuoso, a través de aldeas rústicas y campos de arroz, su cauce se hunde en las selváticas fauces de la reserva, salvaje y acondicionada apenas para que pueda pasarse allí un par de días, conviviendo con búfalos, antílopes, monos y jabalíes, entre los dos reyes máximos.
Manejado por la gran cadena Jungle Lodges & Resorts, este corredor de bosques situado en las fronteras de Karnataka, Kerala y Tamil Nadu, es el hogar de la reserva más grande de elefantes asiáticos, y la casa de los colosales tigres de Bengala. Las salidas habituales y aptas a todo público, suelen hacerse en grupos de 10 personas, con guía experto y durante unas tres horas, surcando distintos circuitos. Antes de ellos hay una breve charla introductoria, en tanto, monos y lagartos merodean por ahí como para
que uno se acostumbre, no vaya a ser cosa que el primer animal que se vea sea un tigre de 300 kilos rugiendo.
Una vez conformados los grupos, los jeeps doble tracción parten a lugares de profunda densidad selvática y a otros bastante más abiertos, cercanos al agua del río y sus acantilados. Por allí vagabundea un grupo de chanchos salvajes, y un par de águilas, como vigías, patrullan sin inmutarse nuestro recorrido.
En el lago-embalse que se crea al pasar el río Kabini por el centro de la reserva, dicen, habita uno de los peces más grandes del planeta, que llega a pesar unos 50 kilos, y cuyo nombre (vaya a saber si por el susto o qué), este cronista ha olvidado. Efectivamente, por la noche cruzaremos ese lago con plena lluvia, para conocer las inmediaciones del Orange County, una posada de campo galardonada por la WTA por segundo año consecutivo como el mejor resort temático de Asia. Sus cuartos parecen chozas, pero con sauna e hidromasaje, mientras el rústico restaurante ofrece cartas internacionales y hay de pectáculos de danzas originarias, pero también clases de yoga, masajes ayurvédicos y otros tratamientos que completan una oferta para “perderse en la selva”, un par de meses.
Fauna y más fauna. Antes de esa visita, claro, tenemos la suerte de encontrar en nuestro camino varias manadas de antílopes que, uno juraría, posan para las fotos, con la mirada profunda y el ceño fruncido. Los elefantes, en cambio, escapan al camino, y nuestra cercanía (unos 10 m), no les hace gracia. Las hembras y los jóvenes se mantienen en manadas que pueden llegar a contar varios de ellos, aunque nosotros vemos muchas madres e hijos solos, ya que los machos prefieren mantenerse solitarios. Ambos tienen un sólo hijo, cuyo período de gestación es de casi dos años, para dar a luz a un bebé de unos 100 k.
Allí, cerca, agazapado, aguarda el tigre, y casi no respiramos para verlo, pero la elefanta lanza un alarido estremecedor que ahuyenta al pequeño, y como efecto expansivo, ya nada aparece en el sendero por un rato, salvo unos hormigueros gigantes que si se rompen, son de temer. Por lo general, se hacen dos salidas diarias, una matinal y otra por la tarde, más auspiciosa, puesto que los animales no son muy madrugadores.
Desde luego, todo se ve virgen, incluso lo que no lo es, como el lodge, los caminos y hasta un restaurante en medio de la jungla. Lejos quedan los tiempos en que este fuera uno de los cotos de caza más populares del maharajá de Mysore, y que con tres décadas de cuidado y preservación de especies se convirtió en el primer destino de turismo de vida silvestre de India. Ante esa naturaleza cruda y poderosa, una vez más todo parece pequeño, como frente a los templos que bien vale conocer.
Disfrutamos lo que queda del día, el paseo en lancha y la cena en la súper posada, y nos vamos a la cama observando la fotografía más antigua del lugar, donde un hombre de férreo estilo inglés, junto a otro hindú, posan orgullosos con sus rifles. Aquí el progreso sí ha significado algo interesante.
Sin tiempo. El sur de India, extrañamente poco explorado por el turismo, es una suerte de tesoro al aire libre: ciudades riquísimas en historia, templos de distintas dinastías tallados en piedra y ritos religiosos de lo más curiosos subsisten al advenimiento de la modernidad expresada en megahoteles, un tren de lujo que recorre épicamente las montañas, y una city tecnológica que lidera el mercado mundial del software.
En lo cotidiano, el verdadero patrimonio lo constituye su gente, expresado en las bellas y sensuales mujeres de sari, y en los incansables labradores de campos de arroz. La devoción a los dioses del hinduismo y la convivencia interreligiosa; los usos y costumbres que van del Namaste (bienvenida pacífica y respetuosa) al Kamasutra (libro sagrado del sexo), y de las distintas castas religiosas a la tradición de la comida, entrega siglos de historias en pocas miradas.
«Antiguamente la comida se hacía sentado sobre el suelo, y los alimentos se recogían del plato con los cuatro dedos de la mano derecha. Salvo el índice, considerado sucio. Si bien algunos han perdido la tradición, la mayoría comemos con las manos, pues esa unión con los alimentos, sin interponer nada en el medio, es sagrada», explica Suri.
La relación tradición-nuevos paradigmas estará presente en todo el viaje, en especial en Bangalore, donde la feliz libertad de las vacas, los carros tirados por bueyes y algún intrépido tuk-tuk (pequeño taxi), junto a construcciones antiguas y ropajes, arman un entramado milenario que parece responder a otra ciudad diferente de la que nos hablan.
Valle de silicio. Y es que Bangalore es líder en el concierto mundial de la informática, y se ha transformado desde hace unos años en la Silicon Valley india, compitiendo con China y Estados Unidos. Capital del Estado de Karnataka, al Sur del país, la ciudad tuvo la inversión de diversas compañías, apoyadas por el gobierno indio para crear la SIPA (Silicon Indian Professonals Association), una apuesta al software libre y con empresas de renombre como Infosys.
Asimismo, puntea en el mercado automotriz y consolida marcas propias como Tata, mientras construye el nuevo metro de altura llamado Namma (“nuestro”), que se asemeja más a un armado cinematográfico que a un tren que pasará a velocidad por los cielos del centro. Y aún quedan sus templos, los de Hampi, antigua ciudad de piedra del poderoso Imperio Vijayanagara, hoy Patrimonio de la Humanidad según UNESCO. Y los de Hassan, hogar de la dinastía Hoysala, gobernantes de gran parte de Karnataka entre los siglos X y XIV, y meticulosos en el arte del tallado. ¿Qué decir del Palacio del Mahará en Mysore?
Por lo pronto, visitamos los mercados de verduras y ropas, y nos cargamos de chales, paños y saris, por un lado; y de especias, té, café, jengibres y otros productos de factoría india por el otro, como para llevar a casa mucho más que recuerdos. Luego paramos un tuk-tuk (taxi) disfrazado con flores. Es que Bangalore brilla y huele en estos días por los Festejos de los Demonios, que intentan calmar los malos espíritus con pimpollos y rezos.
La ciudad se transforma, literalmente, en un vivero donde calles y coches, casas y templos, animales y personas andan cargados de jazmines, rosas, margaritas y claveles. La tradición dice que el metal es elemento de los demonios, por eso los autos también son bendecidos, comentan tratando de explicar por qué hasta los camiones circulan en plena avenida tapados hasta el parabrisas con coronas. Y nos vamos, bendecidos una vez por esta tierra de fe y colores.
(*) publicado en revista Weekend.
Me parece que no viajaste a India, ya que se dice rickshaw….ante todo, exactitud en los temas, de lo contrario,dudaremos de las fuentes, no les parece? Gracias.
Sylvia, es como vos decís: se dice auto rickshaw también, además de Tuk-Tuk (o Tuc-Tuc), y en Karnataka, cerca de la frontera con Tamil Nadu, hay unos parecidos a los que les llaman Tuky. Pensá (supongo que no habrás ido al Sur por ignorar esto) y recordá que India es un país multicultural e idiomático. Cualquier consulta, a tus exigentes órdenes. Cariños. Pablo
Llegamos a Nueva Delhi, luego fuimos Agra, visitando el Taj Mahal, una belleza desde donde se lo mire,y luego emprendimos camino al Norte, hicimos Jaipur, capital del estado del Rajasthan, la belleza de sus palacios, Jodphur, llamada la ciudad del sol,fuertes, palacios y monumentos, Udaipur, la Venecia de Oriente, Varanasi (Benarés) ciudad bendita de los hindúes, a orillas del rio Ganga, donde van a morir y ser cremados para su liberación . Luego nos fuimos a Nepal que ya es otra historia, para el próximo viaje quedó el Sur de la India.