Turismo rural en Coronel Suárez y Cura Malal

Comida italiana, polo, actividades de campo y espacios de arte que se acercan al turista. Un paseo de sabores y colores, bien al sudoeste de Buenos Aires. Fotos.

Tito rodeado de sus creaciones en el sótano, el lugar de sus tesoros más preciados. [ Ver fotogalería ]

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Por Lorena López.
Fotos: Norberto Melone (*)

Son las siete de la mañana. Todavía está fresco. En la  terminal nos aguarda Adriana Rossetti, nuestra guía en este recorrido por Coronel Suárez y los emprendimientos del grupo de turismo rural llamado Las Cortaderas II, en alusión a una planta muy típica que crece en la zona.

Circuíto Cortaderas II. El trayecto es breve: a los pocos minutos nos encontramos en el primer escalón de nuestro itinerario: Isidoro Espacio de Arte. Se trata de una bella casa  antigua, con pisos de madera, altos techos y tres salas donde colores, formas y trazos se combinan y complementan. ¿Por qué Isidoro? “Porque es el nombre del Coronel Suárez”, aclara Sonia, la creadora de este espacio que convoca a artistas del país y del exterior. “Al principio la gente no venía por ese pensamiento de ‘yo no sé nada de arte’, pero con el tiempo y la insistencia, las cosas fueron cambiando. Se puede comprar un original desde 100 pesos, y es una cadena de felicidad. Es una alegría para el comprador, para el galerista y, por supuesto, para el artista”.

Luego del café nos dirigimos al establecimiento Aires de Kmpo (así lo escriben), en  Pasman, a 40 km de Suárez. Mirta y Lili (casadas con dos hermanos Krüger) se ven orgullosas de lo que ofrecen: comidas caseras, una linda casa y la posibilidad de participar en tareas de chacra y del tambo, que es el sostén principal de las familias.

“Esta casa era de nuestra suegra y para nosotros tiene un gran valor afectivo. En esta cocina Elisa, nuestra suegra, esperaba con el desayuno listo a los hijos que venían de hacer el ordeño que hasta 1973 se realizaba a mano.” Y en esa misma cocina con  recuerdos de familia las cuñadas ofrecen una picada, empanadas y postres con dulce de leche, la especialidad de la casa.

“Además hacemos un paseo por un arroyo, una  caminata por un montecito donde nos cruzamos con pájaros y vaquitas de San Antonio y hacia las 4 de la tarde vamos para el tambo para presenciar el segundo ordeño de la  jornada.

Tenemos 150 vacas que dan 3.800 litros por día”, explica Jorge, el esposo de Lili. La  propuesta de la familia Krüger de día o fin de semana se complementa con masajes al aire libre, que suele ser muy elegido por los visitantes. “Es una forma de terminar de  relajarse”, coinciden.

Atardecer en el campo. “Nos queda Matietxe”, nos dice Adriana casi arreándonos para que nos movamos. Se refiere a la casa de Graciela y Luis, cuyo nombre quiere decir, en vasco, casa querida. Y mucho de ese sentimiento hay en este lugar que posee un lindo y prolijo parque de tres hectáreas adornado con flores y con variedad de árboles frutales, ideal para pasar un fin de semana en familia, ubicada a 11 km de Suárez. Llegamos a esa hora mágica en que el sol se está por ir, pero todavía ilumina un poco y todo lo torna dorado.

Aquí dormiremos, y mientras Graciela nos muestra los cuartos nos cuenta que los pasajeros que llegan buscan tranquilidad y se dedican a la lectura, a andar en bici, a jugar al metegol y a la pileta. “Nuestra idea es que el turista sienta la casa como propia
y la disfrute”, dice con una sonrisa.

Ella misma se encarga de preparar los desayunos que consisten en tortas, pan y dulces hechos con los frutales del parque. La estancia Santa Ana se ubica a 45 km de Suárez y a la misma 14 km de Suárez y registra 94 habitantes.

Dos de ellos son Mercedes y Fernando, ambos artistas plásticos, que han reciclado este boliche de campo bautizado La Tranca para convertirlo en vivienda, hospedaje, lugar de encuentro, de festejos (celebraron el 25 de Mayo con un gran locro y organizaron una
noche de payadores) y una galería permanente.

En este momento ocupa las paredes una muestra de Mercedes donde con cada letra del abecedario recrea fragmentos de charlas con su madre, Raymunda. ¿Qué ofrecen? Conocer y conectarse con la pampa, visitar el pueblo y compartir un momento y espacio de arte. Y si justo en esa fecha hay fiesta, mucho mejor.

Gringo Viejo. La despedida es en el restaurante de campo Gringo Viejo. Tito y Mabel Cimarosti nos reciben con un abrazo seguido de un Negroni (gin, Campari y vermotuh
rojo). Copa en mano bajamos al sótano a elegir los vinos y la decisión es que  comenzamos con un rosado y luego sigue un tinto. Suena un tango en el ambiente y la charla se suelta sola; es que Tito es sinónimo de hospitalidad, pasarlo bien y abundancia.

Lo primero que trae es un antipasto compuesto por jamón, bondiola, lomito y salame  hecho por él mismo, combinado con quesos, berenjenas y aceitunas y tomates (“nunca puede faltar un tomate con oliva y orégano”, sentencia). Luego, casi sin darnos cuenta, en
nuestros platos tenemos tallarines caprese y pechugas con papas doradas. Comenzamos a cenar a las 9 de la noche y en un instante fueron las 12 pasadas.

Decimos que es hora de irnos pero Tito nunca nos dejaría ir sin un postre… o dos o tres. En medio de la conversación se hace un silencio: la perfección del tiramisú nos deja callados, paladeando con los ojos cerrados. Será la lluvia del chocolate amargo, el café, el queso… no sabemos, pero se lo elogiamos. Se ríe y niega con la cabeza, como el que sabe que sabe. Y está bien, porque de cocina y placeres, Tito sabe.

(*) publicado en la revista Weekend.

 

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