LA BELLA ITALIA

Parma, donde soñaron los genios

El escritor Stendhal, el músico Toscanini, el pintor Correggio y el cineasta Bertolucci son hijos pródigos de este cautivante destino. Fotos.

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Ficha

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Por Adam Begley (*)

Desde un punto de vista práctico, La cartuja de Parma es una guía bastante mala. Fanático de todo lo italiano y brillante cronista de viajes, Stendhal hubiese podido legar a la posteridad un excelente retrato en prosa de Parma, esa pequeña y tranquila ciudad provinciana del norte de Italia donde transcurre su gran novela. Pero en vez de eso la inventó: su Parma es imaginaria. Nunca menciona ese monumento imperdible, el Baptisterio octogonal de seis pisos, uno de los edificios más elegantes del medioevo, construido con mármol veronés.

Pero no importa. Si hay un libro para llevar en la visita a esta ciudad es esta obra maestra de Stendhal, menos conocida que Rojo y negro, pero más impresionante. Aunque nunca mencione los palazzi ni las amplias piazzas, ni siquiera el impecable Duomo, la novela evoca el lugar a la perfección, con algo similar al estilo de Correggio, el pintor más famoso de Parma y favorito del escritor.

Un genio del Renacimiento, maestro del color suave, la luz tibia y el movimiento vívido, Correggio decoró el domo de la Catedral de Parma con su Asunción de la Virgen. Ese y otros dos frescos –el de la Cámara de San Paolo y La Visión de San Juan en la cúpula de San Giovanni Evangelista– son ya en sí mismos excelentes excusas para visitar la ciudad. El aspecto más característico del pintor es un toque algo borroso, algo parecido al propio método de Stendhal, que prefiere el contorno al detalle.

¿Qué tiene todo esto que ver con Parma? Un tour a la Piazza del Duomo lo aclara. No hay cafés a la vista, ninguna tienda de souvenirs, ni siquiera un cartel con direcciones o algún dato histórico. Ahí están el Baptisterio, el campanario de ladrillos y la sencilla fachada del Duomo. Frente a éste, en diagonal al Baptisterio, el rígido y austero Palazzo Vescovile.

La piazza es agradable, tranquila, pero algo vacua, inescrutable, como si Parma se negase a mostrar más que su bella superficie. El resto de la ciudad es menos linda, pero igualmente distante. En todos lados Parma alardea de su temple provinciano y su cómoda prosperidad; aunque es amigable, parece indiferente a la noción de turismo. Piazza Garibaldi, una plaza grande del centro, es lo más cercano a eso, con un flujo constante de peatones y ciclistas y hasta autos. La plaza está bien nutrida de cafés y restaurantes, cada uno con su propio patio con mesas y sombrillas.

Además hay una espléndida iglesia renacentista, la Madonna della Steccata –con frescos del manierista Parmigiano–, media docena de iglesias pequeñas, un monasterio benedictino, un museo de arte de primera, dos parques hermosos, callecitas pintorescas y varios restaurantes excelentes.

Con todo, apenas se siente la necesidad de escapar. Stendhal propone Milán y el lago di Cuomo; la ciudad vibrante y el sublime paisaje natural, cada uno ofreciendo los encantos que Parma no puede proveer. La belleza de Cuomo ha sido captada por la rapaz industria del turismo. Así que hay que ir a Milán, lo cual, para el autor francés, quería decir ir a la ópera. Una función en La Scala todavía es un espectacular evento social.

 

FOTOGALERÍA | PARMA EN FOTOS
(*) The New York Times / Travel

 

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