RÍO DE JANEIRO / BRASIL

Alegría y sensualidad en las maravillosas «Praias do Río»

Hablar de esculturales cuerpos dorados, arenas calientes, samba y caipirinha nos remite inmediatamente a las playas cariocas… Fotogalería

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Texto y fotos: Ana María Pomi (dpa)

La belleza de las playas de Río de Janeiro ha resistido incólume a lo largo de décadas, tanto a episodios violentos como a crisis económicas y sociales, a dictaduras cruentas y a revueltas sociales. Y lejos de perder su lugar entre los «paraísos terrenales» más visitados del mundo, se aprestan a vivir una época  de oro.

Copacabana, Ipanema, Leblón, Barra da Tijuca, entre otras, con sus más de 80 kilómetros de extensión, han sabido contrarrestar los dolores propios del crecimiento desigual que atraviesa a Brasil desde los albores de su historia. Y con sus cerros caprichosos, sus paisajes exuberantes y su alegría y sensualidad, no sólo no han perdido nada de su envidiable encanto, sino que han ido a más.

Si bien es cierto que hablar de esculturales cuerpos dorados, arenas calientes, samba y caipirinha nos remite inmediatamente a las playas cariocas, también es verdad que las expresiones «favela», «guerra urbana», «niños de la calle», «Comando Vermelho» -el mayor grupo del crimen organizado de Brasil- o «Tropa de Élite» -la policía de ficción y la de la realidad-, también nos hacen pensar automáticamente en la «cidade maravilhosa».

Pero esta joya brasileña, que recibe a millones de turistas «con los brazos abiertos en la tarjeta postal y con el puño cerrado en la vida real», como cantaban los roqueros de «Paralamas do Sucesso», no se dejó doblegar por sus desgracias.

Lejos de eso, y aún cuando en su paisaje de ensueño conviven la miseria de las favelas y las lujosas residencias que se ubican entre las más caras de Sudamérica, los visitantes, brasileños y extranjeros, siguen gozando de sus aguas oceánicas y de la alegre actitud de los cariocas, ponderados anfitriones.

Muestra de que no han podido con la ciudad las crisis de seguridad, económicas y sociales que han azotado no sólo a Río o a Brasil, sino a todo el continente en las últimas décadas, es que la urbe será sede en 2014 de la final del Mundial de fútbol en un Maracaná reformado para la ocasión. Y que organizará los Juegos Olímpicos en 2016, convirtiéndose así en la primera ciudad sudamericana en ostentar ese honor.

El lado oscuro de la segunda capital de Brasil -la primera fue Salvador de Bahía y actualmente es Brasilia-, ha sido retratado por la prensa, el cine y la literatura. Pero pudo más su cara brillante, esa que se ve desde lo alto del cerro Corcovado, desde su gigante Cristo Redentor -una de las nuevas siete maravillas del mundo-. O desde sus puestas de sol recibidas con aplausos y brindis por el público, tal como se acostumbra cada atardecer.

En aras de esa envidiable vocación de los cariocas de defender contra viento y marea que la vida «es bonita y es bonita», como dice la popular canción, Río de Janeiro se prepara para vivir lo que tal vez se convierta en un mojón de oro en su historia, con sus playas como imbatible tarjeta de presentación.

De hecho, su «praia» más famosa, Copacabana, la «Princesinha do Mar», con sus más de tres kilómetros de largo, su forma de medialuna abrazada al mar y su glamurosa bohemia, sigue recibiendo a millones de personas cada año en su tradicional fiesta de «Reveillao», la mayor de fin de año del mundo.

Su majestuoso Copacabana Palace Hotel alberga desde su inauguración en 1923 a personalidades de todo el planeta, y sus arenas son escenario de torneos deportivos profesionales, incluso internacionales, y amateurs.

Si algo cambió o está por cambiar en Copacabana, nombre que en quechua significa «Mirador Azul», es que se prepara para ser palco, en 2016, de las competiciones internacionales de voleibol playa y fútbol playa, para recibir aún más visitantes de los que acostumbra; a ser tapa de revista y objeto de videos y documentales aún con más fuerza que antes.

Lo mismo ocurre con su vecina rica y sexy, Ipanema, esa playa con nombre equivocado -ya que en el dialecto de los indígenas tupí-guaraní significa «agua mala, río sin peces», cuando sus aguas son azules y cristalinas-, cuna de la bossa nova y del tropicalismo, tierra natal de la «Garota de Ipanema» -musa de Jobim y del músico Vinícius de Moraes-.

Ipanema dicta la moda en Brasil. Sobre sus suaves arenas, en los años 70, la actriz Leila Diniz horrorizó a la alta sociedad al ser la primera mujer embarazada que usó biquini. Y ya bien entrados los 80 se pudieron ver allí los primeros tangas «colaless» o «hilo dental».

También es ejemplo de tolerante convivencia: Ipanema tiene un «punto» para cada «tribu»: la de los que cultivan cuerpos esculturales, a quienes la «praia» les brinda un gimnasio al aire libre; la de la comunidad gay, en todas sus variantes, que tiene un lugar propio para encuentros y la convirtió en la «playa más gay del mundo»; la de los «surfistas», en busca de olas imperdibles.

Ambas «famosas cariocas», junto a otras reconocidas playas, como la «elitista» Leblon -con su característico cerro Dois Irmaos- las de Leme, Vidigal, Flamengo, Arpoador, Botafogo, todas ellas bendecidas por un clima cálido que baja a mínimos de 18 grados centígrados en el «crudo» invierno, lejos de perder vigencia comienzan a transitar una nueva era de esplendor.

 

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