El «Delirium», paraíso belga de la cerveza
El «Delirium Café», en Bruselas, es conocido por estar registrado en libro Guinness de los récords por ofrecer 2.004 variedades de cerveza.
Fundado en 2003, "Delirium Café" es conocido por ofrecer 2.004 variedades de cerveza. Foto: dpa [ Ver fotogalería ]
Bélgica es famosa por su chocolate y… su cerveza. Un local de Bruselas se precia de haber conseguido entrar en el Libro Guinness de los récords por ofrecer 2.004 variedades de esta bebida de cebada. «En realidad teníamos 2.065«, afirma el dueño del «Delirium Café», Joël Pécheur, sobre su hazaña de 2004. ¿Y ahora, cuántas hay en la carta? «¡Uy…!«, responde dubitativo. «¿Unas 2.700? Confieso que ya no logro recordarlas todas.»
En el bar uno puede pedirse una cerveza oscura como la noche o casi transparente como el agua, de un rojo centelleante o un turbio color anaranjado. Algunas tienen un sabor dulzón; otras, amargo como un medicamento, y todas han recorrido un largo camino hasta llegar a esta barra: la carta ofrece desde Cusquena, de Perú, y Hinano, de Tahití, hasta Harar Sofi, de Etiopía, o Gorkha, de Nepal.
Pécher es quien decide qué se incluye y qué no en la carta. Fundó «Delirium» en 2003 junto con un amigo cervecero cuya especialidad era la cerveza Delirium, que dio el nombre al bar.
«Intentamos poner en primer plano las cervecerías más pequeñas. Estas son cervezas realmente artesanales, son el producto de las pruebas que se hacen con nuevos métodos«, explica el belga. Uno de sus ejemplos: la fábrica escocesa Brew Dog, cuya cerveza Sink the Bismarck es la más fuerte y la más cara de la carta. Tiene un 41 por ciento de alcohol, es decir, más que algunos licores, y la botella de un tercio cuesta 99,90 euros.
¿Y quién paga eso por una cerveza? «Hay personas a las que no les importa el precio«, responde el dueño. Los clientes se mueven por la curiosidad o son auténticos fanáticos de la cerveza, explica. Eso sí, quien quiera catar tanta variedad debe estar dispuesto a asumir que se elaboran con agregados como aromas frutales en lugar de seguir las tradiciones cerveceras más estrictas.
Pero no todas son botellas exóticas. «Delirium» también vende cervezas tradicionalmente comerciales, algo en lo que Pécher no ve ninguna contradicción sino una necesidad, aunque sólo sea por pensar en el aspecto económico.
Además, no todas las cervezas que figuran en la carta están siempre en el local, y las variedades más raras son no son nada fáciles de conseguir. Pécheur está en contacto directo con muchas de las cervecerías, y entre sus 70 empleados cuenta con catadores y compradores que salen de viaje en busca de nuevos elixires.
La última palabra en cuanto a qué cervezas incorporar la tiene Pécheur, pero la cata queda en manos de sus expertos, ya que él no tiene permitido beber «por razones de salud». No obstante, dice que eso no lo aflige: «Nunca fui un gran bebedor de cerveza. Prefiero el whisky«.
Además, para el dueño del Delirium lo esencial es estar en contacto con el entusiasmo de los demás, de los cerveceros y de los amantes de la cerveza. Y seguramente tampoco le disguste que su negocio marche tan bien: según calcula, por este bar del centro antiguo de Bruselas pasan unas 4.000 personas por fin de semana. Muchos de ellos son turistas, pero también es un imán entre los jóvenes belgas.
En torno al «Delirium Café» ha crecido todo un «Delirium village», integrado por varios bares. Quien ya no quiera saber nada de la cerveza puede pedirse un ron, un whisky o un vodka. Eso sí, tendrá que elegir entre una amplísima gama.
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