RELATOS DE VIAJEROS
Un oasis perdido en el desierto costero de Perú
«Son los primeros días de enero y Huacachina se ha vuelto un estupendo paraje de nuestra travesía por el Perú». Un nuevo relato de viajero.
El pueblo de Huacachina (también llamada laguna de Huacachina) es un exótico oasis en la costa suroeste del desierto peruano. Un paradisíaco lugar en medio y en los profundo de las altas dunas de arenas blancas, con más hoteles y albergues turísticos que casas. [ Ver fotogalería ]
Por Diego Ignacio Almonte. Especial para Turismo/Perfil.com
(…) Mientras paseo por los pasillos y caminos del jardín bien aclimatado del hotel, pongo atención a mi alrededor y los acentos son variados. Las personas que vienen aquí son de diversas procedencias y por diferentes razones: por un lado, la aventura y la adrenalina que les genera sumergirse en el desierto a practicar deportes extremos, pero por el otro, a relajarse y a desconectarse de sus atareadas vidas durante el año en un turístico y selectivo rincón de descanso, donde también dan grandes fiestas.
En lo personal nunca había hecho Sandboard (y ningún otro deporte sobre tabla), hasta el día que llegamos. Nos inscribimos en el hotel y compramos inmediatamente un tour por dos horas durante la tarde. Al cabo de cuatro ya estábamos en los costados periféricos a las afueras de Huacachina, internos aún más en el desolado desierto.
Nos movilizamos en Buggies, dando enormes saltos y extravagantes piruetas a toda velocidad a través de sus férreas, portentosas y colosales dunas, para terminar con el deporte en tabla sobre arena en un lugar estratégico. Los gritos y la euforia de todos en los areneros de cuatro ruedas eran similares a esos juegos de gran altura en los Parques de diversiones. A más de uno se les voló el gorro.
El protocolo del Sandboard en este lugar es básicamente así: primero te dejan sobre una pequeña duna con una altura inclinada de unos 30 metros aproximados, para pasar a las siguientes que son consideradamente más elevadas, de unos 200-250 metros. El guía turístico que nos tocó -y responsable de los alocados saltos en el Buggy– al parecer era más osado que sus demás compañeros, pues nos llevó de inmediato a las más altas.
Cuando miré hacia abajo sólo tuve un pensamiento rápidamente segundos después que me explicaron cómo tenía que lanzarme (¡Y solo!): “o me mato o me quito el miedo de un sopetón”. Y a decir verdad –a pesar de los prejuicios aparentes– no sólo no me maté, sino que lo pasé increíble, por más que en mi primer deslizamiento perdí el control de la tabla, ésta me llevó a toda velocidad sin mesura a trancas y barrancas, y terminé rondando en la arena un poco antes de finalizar.
Que lugares hermosos hay en el mundo,lástima que el hombre se va a encargar de aruinarlo…