Odisea al Kilimanjaro

Miles de montañistas vuelan todos los años a Tanzania para escalar esta montaña. Una excursión cuesta unos 1000 euros. Fotos.

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Por Florian Sanktjohanser (dpa)

Un mapa cuelga de la pared del «Kibo Hotel». Un círculo rojo encierra a Tanzania, Ruanda y Burundi. Abajo hay una leyenda que dice «África Oriental Alemana – 1889». No podría haber un lugar más apropiado para esta reliquia del sueño de potencia mundial de Alemania que este hotel colonial situado en una pendiente del Kilimanjaro. Arriba de las ventanas con travesaños blancos cuelgan de la pared calaveras de búfalos y gacelas, escudos masáis y hachas de montañistas. Hay una foto de Hans Meyer, quien fue el primero en subir a la montaña más alta de África, en el año 1889.

El Kilimanjaro es una leyenda. Miles de montañistas vuelan todos los años a Tanzania para escalar esta montaña. Una excursion hasta el Peak Uhuru, tal como se llama la cima de 5.895 metros desde la independencia de Tanzania, cuesta unos 1.000 euros (1.300 dólares). El precio incluye la entrada al parque nacional, las guías y los ayudantes. Quien esté dispuesto a renunciar a una foto en la cima puede optar por una caminata por la montaña, sin dolores y casi gratis. Simplemente hay que subirse a un «dala dala» (minibús) en Moshi con destino a Marangu. Esta aldea de montaña está situada a sólo 40 kilómetros de Moshi, pero el viaje dura dos horas.

Aquí, a una altura de 1.400 metros, comienza la excursión más popular al Kilimanjaro, también llamada «ruta de Coca-Cola». Poco antes de llegar a Marangu, un hombre que viaja en el minibús ofrece sus servicios como guía. El minibús atraviesa plataneros. En la sombra de los plátanos crecen cafetos. «Normalmente, tenemos dos cosechas al año«, dice el guía, Ludwig Tilya, de 38 años. «Sin embargo, si llueve poco, como en los últimos años, sólo hay una cosecha«.

Los campesinos se dedican al cultivo ecológico, por pura necesidad, porque los pesticidas son demasiado caros. Para erradicar a los escarabajos y otros parásitos utilizan una mezcla de ceniza, pimienta y agua con la que rocían las hojas. Tilya habla un inglés bastante aceptable. En el pasado trabajó de ayudante de montañistas. Con su sueldo compró un radio, revistas inglesas y un diccionario. «Aprendo mucho escuchando música inglesa«, dice Ludwig.

El guía conoce muy bien la selva de la montaña. Explica las diferencias de canto entre la nectarinia y el ruiseñor y muestra una acacia que sólo crece en el Kilimanjaro. Luego arranca un par de hojas y explica el llamado oráculo de Yucca. «Los ancianos saben cómo resolver un problema en la familia estudiando el punto de rotura de dos hojas«, dice Ludwig. «Sin embargo, los jóvenes no saben nada de este ritual. Cuando mueran los viejos, tendremos problemas«.

El camino termina en una quebrada. A partir de aquí un sendero empinado conduce a las cascadas Ndoro, que vierte sus aguas a una piscina natural dentro de la selva húmeda. El primer nivel de la cascada tiene una altura de 95 metros y los otros dos 28 metros. Cientos de flores de catalpa se inclinan sobre el río Moonjo. Un tapiz de plantas trepadoras y musgo cuelga de la pared de una roca. A veces hay más de 30 turistas bañándose y haciendo picnic aquí, relata Ludwig.

En el camino de regreso Ludwig se dirige hacia una fortaleza subterránea de los chagga. Esta etnia orgullosa lleva siglos viviendo en las pendientes del Kilimanjaro. En el pasado, cuando se secaba la planicie, los masái subieron al altiplano y robaban el ganado. Para defenderse, los chagga excavaban grandes cuevas artificiales. Pasillos estrechos conducen al interior de la tierra. «Esta es la cueva de la emboscada«, dice Jaqueline Shuma, que vive en la región. «Si las personas que se metían en la cueva no conocían la contraseña, los chagga las mataban con sus lanzas«.

A cuatro patas llegamos a la cocina y al dormitorio de las mujeres y los niños. «Aquí dormían entre 15 y 20 personas«, dice Jaqueline. La cueva mide unos cuatro por tres metros. Los turistas respiran aliviados cuando vuelven a la superficie. Y durante el regreso observan fascinados cómo el Kilimanjaro aparta su velo de nubes para resplandecer en la luz del sol poniente.

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