Aruba, a los pies del Caribe
Con menú neerlandés, sopa de iguana y percusiones nativas, los arubianos viven del turismo y son magistrales anfitriones.
Hiper segura y amigable, la “isla feliz” se enorgullece de su diversidad cultural. Foto: Cedoc Perfil [ Ver fotogalería ]
Por Monica Martin, desde Aruba. Diario PERFIL
Cuando los españoles descubrieron Aruba, en 1499, la llamaron premonitoriamente la “isla inútil”. Bastante cierto, si se piensa que en esta cuña caribeña de 193 km2, que puede recorrerse de punta a punta en apenas dos horas, nada se produce. La cerveza autóctona, Balashi, y los habanos nativos son las únicas excepciones.
Una descomunal refinería de petróleo en desuso, una vieja mina de oro que evoca un brillo vetusto y once esqueletos espeluznantes de buques hundidos, que la intensa vida marina tomó por asalto, son el tríptico de un panorama turístico que los folletos se empecinan en vender. Sin embargo, ésa no es la mejor carta de presentación.
La pequeña isla de las Antillas Menores, alguna vez codiciada por españoles, holandeses y británicos, flamante país autónomo desde 1986, y a su vez fiel a la corona holandesa, es el claro ejemplo antidarwiniano de que no siempre sobrevive el más apto sino el que quiere vivir. La isla rústica del Caribe sur que los Arawak poblaron hace mil años es desértica, ventosa, sin agua dulce y, sin embargo, la llaman “la isla feliz”.
Toda su vegetación son cactus, espinillos y hierbas medicinales. La jungla tropical del fantástico hotel Radisson, en Palm Beach (el preferido de los reyes de Holanda), es un magnífico ejemplo del esfuerzo que realizan los arubianos para convertir su isla en un verdadero vergel. Y los resultados son soprendentes.
Agotadas las minas de cobre, oro y fosfato, los isleños empecinados criaron en los cactus insectos que producen colorante. También sembraron sábila por doquier (una planta cicatrizante comparable con el aloe vera, del que también echan mano desde 1890) hasta convertirse en su primer exportador mundial. Maravillosa idea en una geografía tórrida y abrasadora donde sólo llueve 15 minutos cada tanto, de octubre a enero.
La explicación profunda de este motor que los impulsa es la idiosincracia arubiana: hospitalaria, ingeniosa, culta. Todos hablan cuatro idiomas: holandés y papiamento, los oficiales; inglés (el turismo es su mayor fuente de ingresos) español, que se enseña en las escuelas.
A 25 kilómetros de la costa venezolana, este país donde hay negros mota con ojos verdes y apellido holandés, es una curiosa mezcla de sangre latina y estirpe noreuropea. “Cuando yo era chico, sólo había 3 canales de tevé y eran de Venezuela. Veíamos las telenovelas y siempre nos sacábamos 10 en castellano”, cuenta Jonathan Boekhoudt, el paciente guía de la oficina de Turismo de Aruba. Es un destino caro ya que todo lo que se ve es importado (lo más autóctono son las iguanas, los burros y las lagartijas).
El turismo es constante durante todo el año. Dicen las estadísticas que esta es la isla del Caribe con mayor retorno de viajeros. Muy comprensible: los huracanas pasan lejos, el viento atempera el calor y el agua color sian nunca defrauda.
Para plan familiar, la postal es incomparable: los peces confiados y las tortugas marinas incautas escoltan a los bañistas. En las calles no se ven policías, pero no hay delitos (de 4 presidios cerraron tres, por falta de huéspedes). En las escuelas hay cámaras que permiten a los padres rastrear a sus hijos on line, para evitar que se rateen en la playa.
Sociedad americanizada si las hay, por marketing y proximidad (los estadounidenses son sus huéspedes más frecuentes, pero los venezolanos, los cercanos y afines), los más exagerados repiten que “lo más holandés que perdura son los apellidos”, gran mentira.
El lugar tiene otro atractivo para las celebrities melindrosas, ya que los lugareños son muy reservados: todos saben que Tom Cruise estuvo tres meses hospedado en su yate, sin embargo esquivan el tema, respetan su deseo de fingir el anonimato.
Los cruceros llegan a la capital, Oranjestad, pero los turistas exigentes van a Palm Beach, donde hay un shopping mall a cielo abierto que asegura un plan variado con cenas francesas en Papillon, pecera de 46.000 litros de agua en Buccaneer, ricos bocados sobre el muelle de Pinchos o menú italiano en la Trattoria del Faro California.
Para los que esperan más, el bus multicolor Kukoo Kunuku ofrece 6 hs de paseos nocturnos (US$ 65). Cinco días apenas alcanzan para practicar parasailing (US$ 60), motoski (US$ 65) o paseos en bananaboat (US$ 25) con Roberto´s Watersports. O tomar un catamarán (De Palm Tours, US$ 84) que lleva a hacer snorkel junto al buque hundido Antilla. Alquilar un auto cuesta US$ 45 por día y una bici, US$ 12. Sólo falta tomar la decisión de ir.
DATOS ÚTILES
- La mejor ruta: Copa Airlines tiene vuelos confortables a Aruba con escala en Panamá, desde US$ 1405 c/imp. incluidos.
- Hospedaje: el Hotel Radisson se abre a la playa, para mantener el concepto tropical (60.000 m2 de áreas públicas, con cascadas y papagayos). Tiene el único restaurante 4 diamantes de la isla.
- Souvenir: Una “Bombi” de tela, la lagartija de color azul, que sólo existe en Aruba, Curaçao y Bonaire.
- El dato: Un dólar estadounidense equivale a 1,75 florines arubianos. Los huracanes no afectan a la isla y octubre es el mes más cálido, porque no sopla viento.
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