Fiji, el sueño del paraíso pacífico

Para mucha gente, las Fiji son sinónimo del Pacífico Sur. Se hicieron famosas por la película «La laguna azul». Fotos

El "Fiji Princess" es un catamarán que realiza excursiones por el archipiélago. Foto: dpa [ Ver fotogalería ]

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Por Hilke Segbers (dpa)

En el agua brilla algo que tiene un color azul artificial. ¿Un plástico? No. En el fondo de arena yace una estrella marina azul cobalto, con los cinco brazos perfectamente extendidos. A unos pocos metros de distancia hay otra, colgada en un coral, con los brazos menos ordenados. Las estrellas marinas azules sólo existen en los trópicos. Alrededor de las islas Fiji hay relativamente muchas, que fascinan a quienes practican el submarinismo. Sin embargo, el mundo subacuático de las islas es sólo uno de los motivos por los que los turistas están dispuestos a viajar por medio mundo para llegar a Fiji. Para mucha gente, las islas Fiji son sinónimo del Pacífico Sur.

Esta imagen la despertó hace algunas décadas una película, «La laguna azul», basada en una novela del escritor irlandés Henry De Vere Stacpoole del año 1908. Más conocida que las adaptaciones cinematográficas de los años 1923 y 1948 es la versión del año 1980 con una muy joven Brooke Shields. La película, al igual que la de 1948, se rodó en la isla de Nanuya Levu, que también hoy sigue siendo una isla especialmente bonita.

El archipiélago de Fiji está situado en el Pacífico Sur, a más de 2.000 kilómetros al norte de Nueva Zelanda. Abarca 333 islas, muchas de las cuales no están habitadas. Las islas más accesibles para el turismo son las situadas al oeste de la isla principal, Viti Levu: las islas coralinas de Mamanuca, mayormente planas, así como las islas volcánicas de Yasawas, que están cubiertas de selva tropical húmeda.

Quien se acuerda de la película «La laguna azul» sabe más o menos cuál es el aspecto de las Yasawas. Es fácil reconocer la playa blanca de Nanuya Levu, que no está afeada por la presencia de ningún hotel.

El aire acondicionado, el agua corriente y los aparatos eléctricos no son normales en todos los pueblos fijianos. Sin embargo, en muchos asentamientos hay al menos grandes colectores de agua verdes y generadores para producir electricidad. Las comidas para ocasiones especiales se siguen preparando en un horno excavado en el  suelo.

Un plato tradicional es el lovo: en hojas de banano se envuelven pescados y carnes y luego se cubren con piedras. Cocinarlos puede llevar horas. Por la noche, cuando los invitados quitan las hojas, se esparce un aroma exquisito por el ambiente.

Pasar las vacaciones en las islas Fiji significa relajarse con temperaturas de hasta 35 grados. La temporada de lluvias comienza en noviembre y termina en abril. Durante esta época, el cielo se pone gris y el mar refleja este color. Puede llover fuerte durante varios días seguidos y a veces también se desarrolla un ciclón.

Los turistas viajan principalmente a las islas Fiji para nadar y practicar el submarinismo. En los alrededores de Fiyi hay 1.200 especies diferentes de peces. Los que más le impresionan a Dan son unos mantarrayas de tres hasta cuatro metros que viven en las aguas frente a la isla de Drawaqa.

Fiji es el «centro mundial de los corales blandos», de los que hay 398 especies en las islas. Estos animales crecen muy lentamente y son muy sensibles: el agua demasiado fría o demasiado caliente les hace daño, al igual que demasiado o muy poco sol.

Un baño en el mar se puede combinar muy bien con una excursión en tierra, por ejemplo hacia las cuevas en la isla de Sawa-i-lau. La entrada cuesta cinco dólares fijianos (casi dos euros). Nativos ayudan a los turistas a subir las escaleras de piedra, protegen con las manos sus cabezas cuando entran en la cueva y vigilan a los que se atreven a lanzarse al agua azul oscuro, que se ilumina desde arriba a través de un agujero en la cueva.

A los habitantes de las islas Fiji les da alegría la llegada de cada turista, sobre todo en las islas Yasawas, menos habitadas. Generalmente llegan en barco, por ejemplo a bordo del «Fiji Princess». Este catamarán realiza excursiones por el archipiélago y atraca una vez por semana cerca del pueblo de Tamusua, en el norte de las Yasawas. Los aproximadamente 60 pasajeros participan en una cena con los nativos. Las mujeres del pueblo están sentadas en un prado, ataviadas con vestidos multicolores y con flores de frangipanis e hibiscos en el pelo.

Selema, jefe de la tribu en el pueblo de Kali, en Matacawalevu, invita a un grupo de turistas a visitar su choza. Se sientan en un círculo en las esteras de pleitas colocadas en el suelo y pueden hacer preguntas. Selema, cuyo hijo trabaja en Nueva York, en la sede de las Naciones Unidas, vive en una chabola de madera con un techo de hojalata.

La vivienda abarca un espacio grande y un pequeño cuarto con servicio para lavado. Un aparador de madera oscura divide el espacio, donde hay varias camas con un montón de almohadas. Es la sencilla vivienda de un fijiano que disfruta de una situación económica acomodada.

A Selema le preocupa el cambio climático. «Cuando yo era joven, las playas aún eran bastante anchas«, dice el cacique, de 78 años. «Hoy, el agua llega casi hasta los primeros cocoteros». Sin embargo, no quiere abandonar su tierra, a pesar de que ha hecho viajes, a Nueva York para ver a su hijo y para visitar las Cataratas del Niágara. Nueva York no le gustó en absoluto. «Demasiada gente, ¡y todas esas casas altas!». Mueve la cabeza. ¿Por qué irse si estás viviendo en las islas Fiji? Más bien es el mundo que viene aquí.

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