PATAGONIA ARGENTINA
Las Grutas, una propuesta para visitar todo el año
La localidad rionegrina tiene mucho más para ofrecer que playas. Galería
En la costa, con marea baja se forman piletones de poca profundidad a los que acuden muchas aves para alimentarse, entre ellas, bandadas de flamencos rosados. [ Ver fotogalería ]
Textos y fotos: Pablo Caprino (*)
Resulta difícil de entender. Eso que está allí tirado asomando por pedazos y escondiéndose nuevamente bajo la tierra suelta es una palmera araucaria. Mejor dicho, lo era, hoy es piedra con vetas, raíces, nacientes de ramas que asoman como bultos en el tronco. Está petrificado, como el resto de aquellos árboles que pueden verse alrededor, caídos hace más de 100 millones de años, cuando este desierto patagónico fue dejando de ser tierra subtropical, de bosques, pasturas, ríos y dinosaurios.
Valcheta es un pequeño poblado de 5.000 habitantes a 120 km al sudoeste de la localidad de Las Grutas, el principal balneario de la costa rionegrina. Si bien todo el pueblo fue levantado sobre parte del bosque, al igual que las chacras que bordean el curso del arroyo Valcheta, hace menos de un año que el municipio decidió proteger el área donde se descubrieron ejemplares enormes: “Hay árboles de 25 y 30 m de largo”, afirma Lala, vecina, guía y ferviente luchadora por la preservación del lugar, mientras da inicio al recorrido que demanda unos 40 minutos, entre pedazos de troncos, un océano verde de jarillas, vegetación arbustiva típica de la región, y sorprendentes palmeras fosilizadas.
Así como los de Sarmiento, en Chubut, y Jaramillo, en Santa Cruz, el bosque petrificado de Valcheta se fue formando con la progresiva aparición de la cordillera de los Andes, que modificó el clima evitando el paso de los vientos húmedos de la zona del Pacífico, secando la región y sumando una incesante actividad volcánica: el silicio presente en las cenizas reemplazó las células orgánicas de los árboles convirtiéndolos en piedra, como también lo hizo con los huevos de dinosaurios que pueden verse en el museo del pueblo.
El bosque de Valcheta es una de las varias curiosidades poco y nada conocidas que rodean a Las Grutas. Mientras en verano cientos de miles de personas disfrutan de hermosas playas que se extienden desde las localidades desde San Antonio Este y San Antonio Oeste, son pocas las que se animan a emprender excursiones a sitios como las salina del Gualicho, el Fuerte Argentino, la meseta de Somuncurá, o la recientemente abierta al público pingüinera y lobería en un islote muchos kilómetros al sur del balneario.
Accesibles en todo momento
Aislados por grandes distancias y falta de caminos accesibles para vehículos corrientes, a estos lugares se llega en camionetas 4×4, y también en viejos camiones militares todo terreno que la operadora Desert Tracks pone al servicio de curiosos que buscan algo más que playa. “En realidad, son lugares que pueden visitarse todo el año, no sólo en verano –afirma Fernando Skliarevsky, responsable de la agencia–, por lo que también en Semana Santa o fines de semana largos, Las Grutas es una buena alternativa para viajar”.
Con 430 km2 y en una depresión a 72 m bajo el nivel del mar, la del Gualicho es la salina más grande del país, superada en América por el salar de Uyuni, en Bolivia. La excursión llega aquí poco antes del ocaso, porque el sol tempranero es abrazador, aunque con luz suficiente por un par de horas para admirar esta llanura salada que vira del blanco radiante al celeste del cielo reflejado en su superficie, y al escarlata a medida que atardece.
Entre altos terraplenes de sal cosechada, los camiones y las tolvas que retomarán su trabajo a la mañana siguiente, y una pampa que parece infinita, los visitantes se admiran con la vía láctea que desnuda mil detalles gracias a los visores nocturnos y telescopios que los guías facilitan poco antes de que la cena –pollo al disco con verduras, gaseosas, agua y vino–, se sirva en el campamento montado bajo la luz de la estrellas.
Hacia el sur de Las Grutas, tomando por el Camino de los Pulperos, una huella abierta por recolectores artesanales del Octopus tehelche, pulpito endémico muy codiciado en la gastronomía, se llega a hilvanar puntos como El Sótano, el cañadón de las ostras y el Fuerte Argentino. Claro que el camino se corta y no queda más que seguir por la playa, entre el mar y los acantilados, siempre que el ciclo de las mareas no bloquee el paso de los vehículos.
El primero de ellos es una enorme caverna que el agua talló al pie de la barda, refugio de frescor y sombra cuando el sol en la tarde aprieta, y usado tiempo atrás por los pulperos para guardar la recolección mientras continuaban con su labor. Más allá se encuentra uno de los cientos de cañadones que llevan al mar la poca agua de lluvia que cae en la región (80 a 250 mm anuales). Mayormente secos, guardan un tesoro botánico que, como los árboles de Valcheta, sorprenden: en el suelo y las paredes erosionadas, enormes, gigantes ostras fosilizadas hace millones de años, en el terciario superior, asoman amontonadas de tanto en tanto, revelando el pasado como fondo marino de la Patagonia.
El viejo Reo 6×6 retoma la marcha devorando kilómetros de suelo tramposo, porque de no ser por la pericia del chofer las ruedas quedarían atrapadas en la arena floja. A la izquierda el mar bate con oleaje suave y a la derecha el desierto no muestra más que jarillas y piedra, aunque al frente todavía lejos se distingue la meseta llamada Fuerte Argentino, una solitaria elevación plana de 100 m de altura, en la que, según la leyenda basada en textos antiguos, los custodios del Santo Grial, la orden de los Templarios, ocultaron sus tesoros al ser perseguidos en Europa por reyes y la Iglesia católica, al menos 100 años antes de la llegada de Colón a América.
Cierta o no, la historia es interesante pero aquí lo que vale es el paisaje, con el fuerte que se eleva majestuoso entre el monte verde y achaparrado, y los muchos charcos y piletones que la bajante deja al descubierto y en los que la gente practica esnorkel para descubrir cangrejos, pequeños mejillones, estrellas y pulpos. Mientras tanto, bajo la sombra de unos arbustos un asado se cuece lento y el humito acerca el aroma que abre el apetito.
En 2008 se descubrieron a 120 km al sur del balneario, en las proximidades de la localidad de Sierra Grande, una serie de cinco islotes a los que, con marea baja, se puede acceder caminando. En uno de ellos, el más grande y conocido como la Pastosa, en la orilla que da a mar abierto se encuentra una colonia de aproximadamente 12.000 pingüinos magallánicos que comparten el hábitat con 500 lobos marinos de un pelo y
varias especies de aves.
Como aquí no puede llegarse por la costa, la visita se hace desde un campo privado en una excursión de ocho a nueve horas de duración. Respetando normas de conducta para no molestar a los bichos, los visitantes observan como entran y salen del agua, vuelven a sus nidos y se cruzan en perfecto orden. La imagen es idílica pero no silenciosa, el graznido de pingüinos y gaviotas no cesa, pero al rato el oído se acostumbra y pasa inadvertido.
La vuelta a Las Grutas es rápida, un par de horas y listo. Con las luces del minibús apagadas, se distingue en cada asiento la luminosidad de las pantallas de las cámaras digitales en que la gente ve las fotos del día. Gratos recuerdos de una visita corta a un destino para aprovechar todo el año.
Más datos
Cómo son las excursiones
- Tienen una duración de entre seis y diez horas, por lo que insumen buena parte del día.
- Excepto la visita a Valcheta, incluyen almuerzo, o cena si se trata de la visita a la salina, con bebidas.
- Todas las salidas son aptas para gente de todas las edades.
- Siempre se aconseja llevar un abrigo, incluso en verano.
- También gorra o sombrero, lentes para el sol y protector solar.
La amplitud de las mareas
- En esta zona, por hallarse casi sobre el Paralelo 42, es decir a la mitad del planeta, las mareas experimentan cambios que oscilan entre los 6 y 9 m de amplitud, siendo el más amplio del país.
- La diferencia de nivel determina que la totalidad de la superficie de la bahía de San Antonio, donde se asienta Las Grutas, se inunde dos veces al día para quedar también en seco por varias horas, permitiendo el paso de vehículos junto a los acantilados.
(*) Nota publicada en la Revista WEEKEND, marzo de 2012
No conozco Las Grutas, pero tengo pensado ir en el verano 2013. Espero poder hacer algunas de las excursiones que se mencionan. Muy ilustrativa la nota.
los garcas de desert garch!
Gracias por promocionar este lugar. La belleza es incomparable y el azul del mar no se puede creer. Rio Negro tiene esta parte y mucho más.