ORLANDO / ANTOLOGÍA ASOMBROSA

Las locuras de Ripley, en un museo

Cerdos siameses, ranas educadas por hipnosis y gags para que los visitantes pisen el palito. Un museo sorprendente.

Foto: Mónica Martín / Diario Perfil [ Ver fotogalería ]

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Por Mónica Martín. Diario PERFIL

Un jíbaro ecuatoriano cocinando la cabeza de su enemigo en una olla? Así y sin delicadezas, el cráneo hervido y compactado al tamaño de un puño se exhibe en la vitrina de un museo tan occidental y cristiano como el de Ripley’s Believe It or Not, en Orlando. Es que para hablar de los reducidores –explica el audio del coleccionista Robert Ripley– hay que remontarse un milenio, cuando la valentía se medía tanto en distancias interminables hacia el Santo Sepulcro como en los minitamaños que consagraban la bravura.

Además del documental sobre la historia del vampirismo, la celda del hombre de la máscara de hierro y una sala de instrumentos de tortura, se atesoran once cerdos siameses que en 1951 nacieron en una granja de Illinois. No faltan las maquetas de un colegio para ranas de Oakland, en donde, mediante hipnosis, se entrenaba a los batracios para hacer cosas tan increíbles como levantar pesas. También están allí las esculturas de Willie Camper, el gigante de Tennessee que podía sostener 12 huevos en sus 30 cm de mano, y Lucía Zárate, el ser más pequeño del mundo: a los 26 años medía como un gato.

El periodista y dibujante californiano que da nombre a los treinta museos del mundo que archivan los testimonios de su vida desopilante consiguió su primer trabajo en Nueva York, como ilustrador de sucesos deportivos. Ese fue el disparador de su famosa serie: Believe It or Not, que le valió un contrato millonario con William Randolph Hearst y 35 años de viajes por el mundo buscando rarezas.

Siempre se jactó de la veracidad de su información, aun cuando aseguró que Charles Lindbergh no había sido el primer aviador en atravesar el océano Atlántico. También tuvo su Salieri, Wayne Harbour, un empleado del correo de Bedford, en Iowa, que se empeñó en escribir a todas las personas mencionadas por Ripley, para tratar de desenmascarar sus errores. Nunca lo logró y, al morir, su archivo completo de cartas fue donado por su esposa a los museos de Ripley.

Con sus descubrimientos asombrosos incluso realizó un programa radial durante 14 años. Su primer Odditorium, exhibición de excentricidades, fue en 1933, en Chicago, y convocó a dos millones de personas. “He viajado por 201 países, incluyendo un pueblo llamado Infierno, en Noruega, y la cosa más extraña que he visto fue el hombre”, dijo Ripley para sintetizar su largo camino.

 

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