Las Juderías de España: nuevas rutas, viejas penas
Hubo una época en que judíos, árabes y cristianos convivieron en territorio español. La Red de Juderías enlaza 24 municipios donde se recuperaron las huellas judías de ese pasado multicultural, que el siglo XV censuró. Paseo por Andalucía y Extremadura en fotos.
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Por Alejandro Bellotti, desde España. Diario PERFIL
Es el olor. Un olor intenso que se escurre por las calles, se estira hasta las catedrales, los palacios. Ese olor. Andalucía se presenta como un lengüetazo de colores, ríos serpenteantes, sierras y poblados que se extienden por casi 90 mil kilómetros cuadrados al sur de la península ibérica. ¿Y el olor? Sigue ahí. Presente, cubriéndolo todo.
—Es alpechín –aporta el guía.
—Ajá. ¿Y eso?
—Es el residuo que se obtiene cuando se fabrica el aceite de oliva. Esta es una zona productora de aceite de oliva. Acá todos revientan de orgullo: “El mejor aceite del mundo sale de aquí, de Lucena”, arrima Lope López Pedrosa, dueño de Tres Culturas, restorán que refleja en su carta el espíritu de coexistencia cultural que aventura la ciudad. Lo sabemos de memoria: en Andalucía, como en otras regiones de España, la tradición musulmana se amalgamó –no sin reticencias– con la cristiana. ¿Y los judíos? Llegaron en masa a España en el siglo II. Se dispersaron por el territorio, echaron anclas, se reprodujeron.
La prédica criminal de la Inquisición sentó las bases y el edicto de 1492 terminó por sentenciarlos: reconversión o expulsión. Hubo que esperar quinientos años para que una asociación se encomendara a recuperar el legado sefaradí en España. Ya son 24 los municipios que conforman la Red de Juderías y Lucena fue el último en sumarse.
En 2007, durante las excavaciones para implantar una autopista en las afueras de la ciudad, los obreros chocaron con el hallazgo: una necrópolis judía con cientos de tumbas. La tarea de rescate llevó a la clasificación de 314 fosas, el mayor camposanto judío recuperado en el país. Hoy es uno de los atractivos de la ciudad, y puede visitarse contratando en la oficina de turismo un tour que incluye otros encantos del lugar, además del cementerio.
Monumental. A setenta kilómetros de Lucena se encuentra Córdoba, que ostenta un espléndido centro histórico declarado Patrimonio de la Humanidad en 1994. De todas las atracciones, destacan el Alcázar y sus esplendorosos jardines, y la asombrosa Mezquita-Catedral. El mejor momento para visitarla es cuando cae la noche y abre sus puertas “El alma de Córdoba”, un espectáculo de una hora de recorrido por las entrañas del complejo. El ingreso cuesta 18 euros y debe reservarse con anticipación (www.elalmadecordoba.com).
La judería en Córdoba se encuentra en el centro histórico. Allí se erigen la Sinagoga, el Zoco –antiguo mercado– y la Casa-museo Sefarad, que atesora una colección de piezas recogidas luego de la expulsión. Perderse por la estrecha calle de los Judíos es colarse por la ventana en la impronta multicultural que marca el presente y el pasado de Córdoba y tantos otros enclaves andaluces, palpar la simbiosis judeoárabe que aún hoy segrega la ciudad.
Serranía. “Si me quedo atorado, pide ayuda, cariño”. El hombre, robusto, vestido de miliciano, sonríe y se prepara para traspasar su humanidad por La Travesía del Moral, un pasaje de apenas cincuenta centímetros de ancho. “Cariño, no te asustes, sólo me detuve para que me tomaras la foto… ¡Dispara ya!”.
La calle más angosta de España está aquí, en Hervás, un pequeño pueblo extremeño dispuesto entre senderos empinados y arroyos que zigzaguean por debajo de casas armadas con madera de castaño, encaladas y forradas por tejas coloniales. La tradición judía en Hervás es tanto o más rica que en otras regiones. La marcha calma de sus habitantes contrasta con los grupillos de turistas que irrumpen con sus disparates de ocasión: “¿Dónde puedo comprar vino de pitarra?”.
El guía estira su brazo y señala la calle del Rabilero, la más destacada de la antigua aljama, donde también hay puestos de artesanías y bares que exhiben la gastronomía local (para empaparse de cocina sefaradí, imperdible la Casa Luis).
Amurallado. Cáceres es una ciudad de casi 100 mil habitantes, y sin embargo exuda un ritmo aldeano. Frente a una farmacia, una suerte de Belmondo con treinta kilos de más y un ojo estrábico soporta el acoso de tres niños, con abriguitos de martingala:
—Disculpe, ¿estamos en alguna festividad especial?
—No. ¿Por? –los niños juguetean entre sus piernas.
—Veo muy poca gente para ser un día de semana a las cuatro de la tarde.
El sujeto esboza una teoría de la crisis algo inconsistente para tiempos google map. Nos encontramos en la Plaza Mayor, el vestíbulo de la Ciudad Monumental amurallada, el límite que separa la judería vieja de la nueva. Una vez dentro, reconocer la antigua judería es sencillo: no sólo porque está emplazada en el terreno más irregular –pendientes abruptas, escalinatas accidentadas–, sino porque las construcciones son modestísimas en comparación con los palaciegos edificados en piedra del centro.
Casas de una planta, de color blanco, montadas de manera inusual por todo San Antonio de la Quebrada, el nombre actual de la antigua aljama. Allí estuvo la Sinagoga, ahora transformada en la ermita de San Antonio, el punto neurálgico de la judería. En la parte baja se encuentra un parque que corresponde con el “Jardín judío de los Olivos”, desde donde se obtienen unas vistas únicas de una cara de la ciudad, huella viva de una historia en persistente transformación.