Una muestra para transitar la aventura de «Rayuela»
Una serie de actividades especiales, con ciclos de cine, jazz y entrevistas y narración sobre la obra de Julio Cortázar.
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Rayuela. Una muestra para armar rinde homenaje al espíritu lúdico de la novela que hace poco más de medio siglo consagró al argentino Julio Cortázar a nivel internacional y marcó un punto de inflexión en la literatura en español. Fragmentos, escenas y recreaciones de la obra se adueñan por estos días del Museo del Libro y de la Lengua en Buenos Aires. Al igual que la novela que en 1963 desafió al lector a rechazar el orden cerrado del género, la exposición también convoca al visitante a seguir su tablero de dirección, integrado por 25 estaciones que se reparten desde la vereda hasta el segundo piso.
«Tomamos la decisión que ‘Rayuela’ atraviese todo«, explica María Pía López, directora del museo. «Así como Cortázar hace como una apuesta al lector pidiéndole que lea la novela de un modo que no sea lineal, sino aceptando el juego de ir salteando a partir del tablero, nosotros pensamos lo mismo: proponerle que sea parte del juego buscar qué estación le sigue a la otra. En ese sentido, para tener más lugares donde alojar estaciones, decidimos usar todo el museo».
El personaje de Talita sorprende a visitantes y peatones, sentada sobre un tablón que emerge de una de las ventanas de la fachada del edificio. El maniquí en las alturas evoca el primer capítulo escrito por Cortázar, el 41, en el que Oliveira y Traveler se ubican a los extremos de las maderas sobre las que oscila la doble de la Maga. Junto a un colorido esquema que grafica la famosa escena, la muestra recuerda una definición del mexicano Carlos Fuentes, amigo de Cortázar (1914-1984): «Novela de puentes entre lo perdido y lo recuperable, Rayuela se inicia bajo los arcos del Sena y culmina sobre unos raquíticos tablones que unen las ventanas de una pensión en Buenos Aires».
La exposición que abrió sus puertas la semana pasada y se extenderá hasta el 10 de noviembre también plasma en diferentes instalaciones el sistema defensivo compuesto por piolines y palanganas que Oliveira monta en el manicomio en el capítulo 56, último capítulo que «Rayuela» ofrece en una lectura lineal. «Era una hipótesis que teníamos de lectura, que en cierto momento Oliveira va construyendo una especie de telaraña en la que ata su propio destino, que esos hilos son los que lo encierran a él, y que eso pasa en casi todas las decisiones que va tomando desde el momento de separación de la Maga», apunta López.
Entre proyecciones audiovisuales, como el corto de ficción «Los artistas sólo cuentan con las estrellas» de Santiago Larre, la muestra también despliega una propuesta lúdica e interactiva. Los visitantes pueden poner a prueba sus conocimientos sobre la obra o practicar por ejemplo el juego del cementerio -armar frases con palabras de una determinada página del diccionario-, emulando a los protagonistas en las páginas de la novela. Mientras tanto, en el segundo piso se expone «El otro cielo», con primeras ediciones de los libros de Cortázar, pero también de aquellos que prologó, tradujo o en los que colaboró junto con artistas plásticos, así como discos con grabaciones de sus textos.
En uno de los paneles se revela además la historia de Ana Svensson, poeta, artista y militante que intercambió correspondencia con el autor de «Historias de cronopios y de famas». Comenzó a escribirse con Cortázar en 1975, mientras estaba internada en un hospital psiquiátrico estatal. Él le envió cartas, libros y dinero, que permitió que fuera internada en una clínica privada. «Conocimos la historia de Ana cuando ya teníamos en imprenta el catálogo. Conocimos a la hija de Ana, Alejandra Slutzky, que nos mostró las cartas. Ya estábamos con la muestra avanzadísima, pero la historia era muy poderosa por lo que implica de solidaridad, de amistad«, cuenta la directora del museo. «Son cartas que nunca se habían visto».
Entre las primeras ediciones se destacan dos títulos previos a la partida de Cortázar a París en 1951: los poemas de «Presencia», publicado bajo el seudónimo de Julio Denis (1938), y el poema dramático «Los reyes» (1949). También puede verse uno de los 100 ejemplares de «Les discours du Pince-Gueule» (1966), con litografías del artista plástico Julio Silva, y una edición de autor del poema »Policrítica en la hora de los chacales« (1971). Asimismo se exhiben diversas fotografías originales del novelista y cuentista amante del jazz y el boxeo. Y tras las vitrinas se presentan varias de sus traducciones, entre ellas las »Obras en Prosa« de Edgar Allan Poe (1956) y »Llenos de niños los árboles« (1983) de su última esposa Carol Dunlop.
En el marco de la muestra que recrea la obra central del «boom» de la literatura latinoamericana se celebra además una serie de actividades especiales, con ciclos de cine, jazz y entrevistas y un espectáculo de narración de Ana Padovani. La novela entretanto traducida a 30 idiomas mantiene gran vitalidad en su «poderosísima puesta experimental», considera López. «El riesgo que asume Cortázar con esa novela es muy alto, en términos de que exige muchísimo al lector, cambia los códigos de lectura».