HAITÍ

Un legendario palacio del Caribe que nadie visita

Fue constuído por esclavos liberados y tuvo un pasado suntuoso, pero rara vez es visitado por extranjeros. Galería

El gran edificio del Palacio Sans-Souci se levanta majestuosamente por sobre el pueblo como una corona rota. Ahora está en ruinas, tras haber sido severamente dañado por un terremoto en 1842. [ Ver fotogalería ]

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A causa de su convulsionada historia política y su pobreza, Haití es uno de los países menos visitados del Caribe. En su interior, a 15 km de Cap-Haïtien,, oculta el extenso complejo del palacio de Sans Souci, un edificio que su época de esplendor rivalizó con los palacios más bellos de Europa. En la actualidad, está en ruinas, pero merece de todas formas una visita.

Fue el hogar del primer monarca independiente de Haití, el emperador Henri I, también conocido como Henri Christophe, una de las más prominentes figuras de la revolución de esclavos de 1791-1804. Al proclamarse su independencia, se convirtió en la primera nación independiente del mundo liderada por negros.

De entre los generales nativos que habían expulsado al enemigo de la isla destacaba Henri Christophe, un esclavo emancipado, jefe de servicio del «Hotel de la Corona», la posada más refinada de la capital, Cap-Français. Se había casado con la hija mayor del dueño del albergue, Marie-Louise Codovic.

Pero después de la independencia Haití se dividió en dos. Henri Cristophe se embarcó en la construcción de su palacio en 1810 y un año después se declaró a sí mismo rey en el norte del país. Su amada se convirtió en la reina Marie-Louise.  El 12 de junio de 1811, fue coronado en una catedral improvisada, donde el arzobispo de Haití depositó las coronas sobre sus cabezas y los ungió con aceite de coco. Poco después se terminó de construir Sans-Souci -calificado por sus contemporáneos como «el más hermoso edificio residencial de toda América»– costándole la vida a cientos, quizás miles de trabajadores.

Ocupaba un predio de 51 metros de largo por 25 metros de ancho, y junto al mismo se ubicaba el complejo gubernamental, que estaba constituido por colegio, hospital, imprenta, capilla, cárcel, arsenal, cuarteles, establos y otras dependencias. Allí se instaló la corte del emperador, formada por cuatro princesas, ocho duques, veintidós condes y treinta y siete barones, todos terratenientes en el norte de Haití.

Como no hay excursiones organizadas a Haití desde la República Dominicana, y se encuentran muy pocos conductores de taxis dispuestos a correr el riesgo, no queda otra que encontrar alguien dispuesto a cruzar la frontera y que tenga un vehículo apropiado en Santo Domingo.

Sobre el Puente fronterizo, del lado haitiano, la localidad de Ouanaminthe es un retrato del caos, la miseria y la desesperación, con cientos de haitianos tratando cruzar a la República Dominicana. Por todos lados se ve una gran cantidad de basura sin recolectar. Soldados uruguayos y chilenos, que forman parte de la fuerza de estabilización de la ONU, tratan de mantener el orden. El camino al palacio no está señalizado de ninguna manera.

El gran edificio del Palacio Sans-Souci se levanta majestuosamente por sobre el pueblo como una corona rota. Ahora está en ruinas, tras haber sido severamente dañado por un terremoto en 1842. Fue en ese entonces cuando Haití fue reunificado, pero como el emperador Henri ya no estaba desde hacía tiempo, nadie se molestó en reconstruirlo.

No obstante, subir sus escaleras, entrar en sus habitaciones y terrazas espaciosas, permite ver por qué es considerado «el Versalles del Caribe». Algunos historiadores creen que fue diseñado en base al palacio de Federico II el Grande, rey de Prusia, en Potsdam, que lleva el mismo nombre, pero lo cierto es que el palacio prusiano simbolizaba el Iluminismo de aquellos días, mientras que su par haitiano simbolizaba la tiranía y la megalomanía.

Se dice que el emperador Henri fue un cleptócrata brutal, muy similar a la mayoría de los gobernantes haitianos que le sucedieron. Se suicidó disparándose en la cabeza con una bala de plata después de sufrir un ataque en 1820. Su viuda, la emperatriz Marie-Louise, emigró a Europa y falleció en la lejana Pisa, en Italia, soñando con sus suntuosos bailes en la terraza de su amado Sans-Souci.

 

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