«Yo me bajo en Atocha…»: De paseo por el Madrid de Joaquín Sabina

Una ruta recorre también las plazas, cafés, bares y tabernas de Madrid marcados por el hijo adoptivo que más le ha cantado.

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Desde la Nueva York de Sinatra al Liverpool de los Beatles, hay ciudades que han quedado asociadas al nombre de aquellos artistas que dejaron su impronta por sus calles y locales. A partir de ahora, una ruta recorre también las plazas, cafés, bares y tabernas de Madrid marcados por el hijo adoptivo que más le ha cantado: Joaquín Sabina.

«Donde el deseo viaja en ascensores/un agujero queda para mí/que me dejo la vida en sus rincones/pongamos que hablo de Madrid«. Así cantaba a principios de los 80 un Sabina treintañero, con la voz mucho menos quebrada, recién llegado a la capital española tras su exilio en Londres.

Se instaló en el popular barrio de La Latina, en la calle Tabernillas 23, donde arranca la rutahttp://dpaq.de/MKiWH). A pocos metros de allí se encuentra la taberna vasca Lamiak, que hace tres décadas albergaba la antigua Mandrágora. En el sótano del ya mítico café Sabina comenzó a cantar junto a Javier Krahe y Alberto Pérez, y en uno de esos conciertos grabaron en directo el álbum «La Mandrágora», su tercer LP.

La siguiente parada es a apenas unos metros, en la Botillería de Maxi, donde «el Flaco» sigue disfrutando de la especialidad del restaurante: los típicos callos a la madrileña. Caminando un poco más se llega a la multicultural plaza de Tirso de Molina, centro neurálgico del barrio actual del cantautor, que está a punto de cumplir 62 años.

El paseo por el centro histórico de la ciudad, en dirección a Sol, conduce hasta el Casa Patas, punto de referencia para los amantes del flamenco en Madrid y uno de los lugares a los que Sabina siempre regresa. Se puede optar por cenar allí, junto a su tablao, o alejarse un poco más hasta el Viridiana, regentado por el chef Abraham García, por donde se deja ver con frecuencia el autor de «19 días y 500 noches«.

Cerca de allí se encuentra el Café Gijón, famoso por las tertulias que celebraban en sus mesas Benito Pérez Galdós o Valle Inclán a principios del siglo XX. «Para mí significa la mitología literaria infantil«, contó Sabina al escritor y periodista Juan José Millás durante un paseo por la ciudad que grabó Canal+. «Muchas veces venía a leer la prensa. Sentía que era el sitio de los escritores, los actores y las putas caras

En dirección norte, la ruta se adentra ahora en el barrio de Malasaña, cuajado también de referencias sabineras. Además de sus cafés literarios como La Manuela o el Café Comercial, en la Glorieta de Bilbao, merece la pena acercarse a Diablos Azules. En este bar, propiedad de Jimena -pareja del artista desde hace años-, se organizan recitales de poesía y concursos de microrrelatos.

De nuevo el estómago conduce hasta La Mordida, un restaurante mexicano fruto del empeño de Sabina y sus socios de trasladar a la ciudad los efluvios del país que tanto le cautivó en sus giras. Y en las calles de este barrio esencialmente nocturno se encuentra también el Taboo, un local para escuchar música en directo o tomarse la penúltima copa que antes albergaba el Elígeme, propiedad del cantante.

A apenas unos pasos, el Peor para el Sol le rinde todas las noches su particular homenaje pinchando antes del cierre el conocido tema que da nombre al bar. «Sabina se merecería un bar temático para él solo«, afirma convencido Miguel, asiduo de este tranquilo local, recordando que la mitología de la noche madrileña «debe muchísimo» a las historias de faldas, tabaco y alcohol cantadas por «el Flaco». Además, se puede ir a una de las «Noches Sabineras» organizadas por la Sala Galileo Galilei, en Chamberí. O acercarse al Teatro Rialto, en la Gran Vía, donde el musical «Más de 100 mentiras» recrea su mundillo de truhanes, prostitutas y amores que matan.

Y es que pese a no renegar nunca de su Úbeda natal, Madrid se ha convertido en hogar e inspiración para este poeta de la calle con aires de eterno Peter Pan. Tanto que incluso cambió la última estrofa de uno de sus temas más conocidos, en la que pedía descansar eternamente en el sur. Ahora, reza así: «Cuando la muerte venga a visitarme/no me despiertes, déjame dormir./Aquí he vivido, aquí quiero quedarme./Pongamos que hablo de Madrid«.

 

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