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La isla de Anguila, tranquilo destino de famosos y anónimos

En el arrecife, el oleaje forma espesas crestas de espuma. El mundo subacuático, multicolor, atrae a buceadores y aficionados al snorkel.

A lo largo de toda su geografía Anguila ofrece playas paradisiacas de arena blanca y agua cristalina. Foto: dpa [ Ver fotogalería ]

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Fuente: dpa

La reina Isabel II de Inglaterra no visitó la isla atraída por sus 33 playas de finísima arena blanca. Tampoco por los elegantes hoteles, los restaurantes gourmet, las galerías o el campo de golf. Ella viajó como jefe de Estado a Anguila. La isla caribeña, con forma de serpiente, es plana y tiene 16 kilómetros de largo y cinco de ancho. Para la ceremonia de bienvenida a la reina, al entonces ministro principal de Anguila, Emile Gumbs, le costó reunir un mínimo de 30 habitantes. Eso fue en el año 1994.

Sin embargo, 20 años después, la mayoría de los anguileños aprecian a su reina y aplauden visitas de famosos como Quincy Jones, Shaquille O’Neal o Denzel Washington, porque ayudan a mejorar la imagen de la isla. Los habitantes raras veces piden autógrafos. A Janet Jackson ya la han visto alguna vez en un supermercado sin guardaespaldas.

«Somos un pueblo seguro de sí mismo», dice Gumbs, que hoy tiene 85 años. La isla británica intenta atraer sobre todo a turistas adinerados. Las tres cuartas partes de ellos provienen de Estados Unidos. La mayoría de los hoteles y mansiones lujosas, que cuestan hasta 2.000 dólares estadounidenses por día (unos 1.700 euros), incluyendo a un mayordomo, un cocinero y servicio de limusina, está situada en el oeste, la zona más rica de la isla. En el este vive la mayoría de los anguileños. Allí también hay más supermercados, bares para tomar ron e iglesias. Sin embargo, en todas las partes de la isla hay playas fascinantes.

En la bahía Shoal Bay East, entre el «Uncle Earnie’s» y el «Tropical Sunset Bar», una anciana sentada bajo un uvero de playa acaricia cariñosamente el cabello de su nieta y ordena las pequeñas trenzas. Las dos miran hacia el mar. Dos pelícanos vuelan rozando las olas. Las puntas de sus alas casi tocan el agua. Como un rayo, un pájaro clava su cabeza con el pico en el agua y agarra un pez.

En el arrecife, el oleaje forma espesas crestas de espuma. El mundo subacuático, multicolor, atrae a buceadores y aficionados al snorkel. El mar exhibe todos los tonos verdes y azules que existen en este mundo. Una pareja se toma de la mano, cierra los ojos y empieza a correr sobre la arena blanca de polvo fino hacia el agua cristalina poco profunda. No hay piedras ni suciedad ni medusas.

En el resto de la isla coralina hay mucha maleza, algunos flamboyanes, coníferas, caliza de conchas y rocas. En los jardines crecen buganvillas, hibiscos y adelfas. No hay papagayos pero sí muchas gaviotas y colibrís. Los buceadores pueden observar los restos de un galeón español hundido hace casi 250 años. Los 52 monjes franciscanos que se encontraban a bordo del barco «El Buen Consejo» haciendo un viaje misionero sobrevivieron al naufragio, ocurrido el 8 de julio de 1772 frente a las costas de Anguila.

Durante el desfile de carnaval, en el caluroso mes de agosto, algunos isleños llevan cadenas en recuerdo de la esclavitud, que fue abolida en 1838. El desfile «Jouvert» comienza al amanecer. La multitud baila y da saltos atravesando toda la isla. El museo Heritage, del historiador Colville Petty, en East End, exhibe testimonios de la incruenta revolución de Anguila. En 1967, los habitantes expulsaron a los policías de la vecina isla de St. Kitts, también británica, dominante y mal vista en Anguila.

En 1969, el mundo se burló de la invasión británica a Anguila. Probablemente, el gobierno de Londres desconocía en aquel entonces la situación real en la isla. Los habitantes saludaron amistosamente a los soldados: ellos querían seguir bajo la Corona británica pero no bajo el dominio de St.Kitts. Y lo lograron. Después, los británicos ayudaron a construir escuelas y carreteras en la isla.

Hoy, sin embargo, la prolongada recesión, el elevado desempleo y el aumento de la delincuencia han creado incertidumbre entre los anguileños, tradicionalmente tan seguros de sí mismos. El capital extranjero duda en invertir dinero en la isla. La mayoría de los hoteles recuerda tiempos mejores.

 

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