VACACIONES LITERARIAS

Los libros, esos grandes compañeros de travesía

Casi por ósmosis, cada paisaje conduce a una clase de lectura especial. Sugerencias para las sierras, los laberintos selváticos y el devenir del mar.

APTO TODO PÚBLICO. Leer despierta curiosidad, sin que sean decisivos las edades ni el soporte elegido. El libro que viaja junto a uno queda indefectiblemente enlazado al destino donde fue leído. Foto: Cedoc Perfil [ Ver fotogalería ]

Ficha

Por Omar Genovese (Diario PERFIL)

Existen infinitos silencios por percibir. En sí, es un detalle propio del turismo, ínfimo, pero importante. La lectura pertenece al ámbito de lo privado y nos acompaña en todo momento, pero su ejercicio necesita del silencio y de la luz. Aun en los puntos más alejados del planeta, leer despierta curiosidad. ¿Cómo hacerlo al borde de un precipicio, en la quietud del atardecer? ¿Y entre las sombras del bosque enclavado a mitad de camino hacia el punto más alto de una montaña? Qué leer en los paréntesis de un viaje es un desafío tan esencial como optar por un camino agreste. Y una elección indebida arruina la experiencia.

Sierra, montaña, bosques

Sendas de Oku, de Matsuo Basho (traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya), es el libro ideal para los descansos durante una caminata. La poesía japonesa conocida como haiku fue adaptada a la métrica castellana remitiendo más a la metáfora que a lo literal. El límite: proviene de una lengua conformada por ideogramas, del budismo zen, de una forma estética de recitado y caligrafía. Basho, casi como un monje, dejaba sus poemas clavados en la corteza de los árboles. Huellas en el silencio del bosque, marcas en la lectura.

Selva. Para la profusión vegetal, su desborde laberíntico, humedad, calor, sopor de especies ocultas, nada mejor que una continuación exótica: del poeta belga Maurice Maeterlinck, La vida de las abejas, y también La vida de las hormigas. Estos textos permiten reflexionar sobre la organización social que tanto nos conforma como conjetura. ¿El interés de la comunidad siempre demanda obediencia? ¿Será la soledad nuestro destino aciago? El rumor de la selva mece tal inquietud, pues hay algo allí, detrás del muro verde, postulándose como linaje.

Campo. Debemos evitar los clásicos de la tradición pampeana, pues es notable la decantación de la prosa por fiera de siestas, desafíos y aventuras. En la apertura de los imaginario despejando convenciones, se encuentra la segunda novela de César Aira, Ema, la cautiva. Siguen a ella, a más de treinta años, dos libros: la novela corta Soja en las banquinas, de Adrián Savino, y los cinco cuentos de Juan Zorraquín en Tormentas. Hay un conjuro allí, el de la extensión del horizonte, de sus imprecisiones al momento de simular la paz en la nitidez sonora del acontecimiento.

Río, lago… El primero evita cualquier errata por es tiempo fluyendo; el segundo, el cuenco de su inmovilidad. Y a sus orillas leer merece la materia que remite al pensamiento, como acción filosófica o reflexión en libertad. El agua fluye, convulsiona, obedece al viento y las corrientes. Por ello, los clásicos El mito del eterno retorno, de Mircea Eliade, e Historia del tiempo, de Stephen Hawking, acompañarán el ritmo, el flujo entre circunstancia y lectura.

Mar. En las playas, calor y reflejo solar operan como la reverberación en el teniente Drogo de El desierto de los Tártaros, de Dino Buzzati: lo inminente es dilación. Un relato breve, que demanda ser releído, resulta apropiado para evitar la dispersión: se trata de Baleine (“Ballena”), del francés Paul Gadenne, cuya precisión en la economía de elementos remite al concepto de perfección caótica, como el capricho de la arena entre los médanos.

 

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