AUSTRALIA
Un plan bien verde en Canberra
Dueña de un estilo singular y agreste, entre Sydney y Melbourne, la capital del país resulta un excelente destino para acercarse a la historia, la naturaleza y la cultura nacional. Fotos
Pararse sobre la cima de una montaña en Canberra es contemplar el crudo encanto de la zona agreste australiana: vastos campos de pasto, bosques de eucaliptos y ocasos dignos de Instagram. Foto: Perfil [ Ver fotogalería ]
Por Emma Pearse (The New York Times / Travel)
Pararse sobre la cima de una montaña en Canberra es contemplar el crudo encanto de la zona agreste australiana: vastos campos de pasto, bosques de eucaliptos y ocasos dignos de Instagram. Este puesto de avanzada es la capital nacional de Australia, y no la reluciente Sydney, como comúnmente se piensa, a tres horas en auto hacia el norte.
En Canberra no hay playas ni casas icónicas de ópera, y el chic europeo se encuentra mejor en Melbourne, a una hora en avión. Pero lo que la “capital agreste” carece del desorden de las grandes urbes, lo compensa con belleza de amplios cielos, animado orgullo cívico y ambiente decididamente hipster.
Localizada en un lago artificial y extendida sobre un valle entre cadenas montañosas, Canberra es la Brasilia de Australia, diseñada por los arquitectos estadounidenses Walter Burley Griffin y Marion Mahony Griffin, ganadores de una competencia en 1911 para crear el corazón político del país.
Para comprender la naturaleza de Canberra, tome el camino que lleva al monte Ainslie, mientras inhala el aroma de los eucaliptos. Allí yace el clásico panorama que idearon los visionarios del destino: una vista que barre desde la cima de la montaña hasta el campo amigable para los canguros, el lago Burley Griffin, Capital Hill y el monte Bimberi, el pico más alto del área.
También puede pedalear al estilo parisino -en pareja, con sombreros de sol, baguette opcional- alrededor del lago. Alquile bicicletas en Mr. Spokes y tome el circuito de una hora de la Cuenca Central. Entreténgase en sitios como el Carrillón Nacional y el Lugar de la Reconciliación, un monumento escultural dedicado a los aborígenes de Australia.
La Galería Nacional de Australia, renovada hace unos meses, es la primera parada en la abundante oferta de museos. Junto con trípticos de Francis Bacon y obras de maestros australianos, la colección Aborígenes e Isleños del Estrecho de Torres es una maravilla. Escaleras abajo, párese frente a “A Bigger Grand Canyon”, de David Hockney, un mosaico de lienzos pintados en tonos desérticos magnificados.
Salga por la excelente tienda de regalos y vaya al sector de “Whitin Whitout”, una representación del cielo de James Turre, tipo Guerra de las Galaxias, tan digna de contemplarse durante el día como durante el crepúsculo, hora para la que fue concebida. Acuéstese, de ser posible, en el centro del domo y vea cómo se mueven el sol y las nubes.
Recorra los bucólicos céspedes de la Galería Nacional de Retratos, cuyas modernas salas exhiben una colección de pinturas y fotografías de australianos mundialmente famosos -y otros no tanto- desde Cate Blanchett y la indígena olímpica Cathy Freeman hasta el fallecido crítico de arte Robert Hughes.
Después, cruce hacia la Carpa de la Embajada Aborigen, un lugar de protesta establecido en la década de 1970. Cuesta arriba hallará el Nuevo Parlamento, pasando frente al Viejo Parlamento de estilo art déco, jubilado cuando la reina Isabel II bendijo al nuevo edificio en 1988. Únase al recorrido guiado de las 3 pm, la mejor forma de conocer la sede gubernamental y gran parte de la historia política del país.
El Centro Conmemorativo de Guerra, un domo estilo bizantino de piedra arenisca, es un hito. Las salas abarcan la historia militar desde los tiempos de la colonia y la guerra de los Boers hasta Afganistán. Llegue a tiempo para los espectáculos de luces y sonido -uno de ellos dirigido por Peter Jackson- en el Salón Anzac, que gira en torno a reliquias de contiendas, como un minisubmarino japonés utilizado durante la Segunda Guerra Mundial.