Un paseo por Cinque Terre, tesoro de la Humanidad en Italia
Cinque Terre es una porción de la costa italiana que por sus paisajes imponentes. Una propuesta turística de contacto extremo con la naturaleza. Fotos
La Riviera Ligure es Patrimonio de la Humanidad. Y se entiende: clima mediterráneo, mariscos frescos, pueblos pastel colgando de los acantilados, arte con valor histórico y contacto con la naturaleza. Foto: Cedoc Perfil [ Ver fotogalería ]
Por Ingrid K. Williams (The New York Times/Travel). Publicado en Diario PERFIL. Traducción: Mónica Martin
Un perfil asombroso se extiende delante de mis ojos: kilómetros de costa escarpada, adornada con cinco pueblos pastel, anidados entre los acantilados y el mar brillante. Es una tarde placentera de sol en Cinque Terre, sobre la costa noroccidental de Italia. En los folletos dice que estas cinco villas en la provincia de La Spezia, Monterroso, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1997, junto con Portovenere. Y que todo lo tienen: playas mediterráneas, hermosos senderos, delicias marinas frescas y pictóricos paisajes de cantos rodados.
Su fama tiene un único efecto adverso: las multitudes. Y la popularidad arrastra la suba de precios. Sin embargo, aún puede conocerse Cinque Terre con solo 100 en el bolsillo, una vez resuelto el hospedaje. Precisamente en Levanto, tan sólo una estación de tren al norte de este pentágono de la Riviera Ligure, los precios descienden y es un buen punto de partida donde pasar la noche antes de iniciar el recorrido.
La mayoría de los turistas opta por transitar el “camino azul” (Nº 2), Sentiero Azzurro, pero esto exige pagar el ingreso (7,50 euros) al Parque Nacional Cinque Terre, aunque solamente dos tramos de la vía -entre Monterroso y Corniglia- estén generalmente abiertos. Sin embargo, hay otros caminos y cualquiera de ellos está menos congestionado, es gratuito y tiene unas vistas maravillosas.
Desde Levanto fui a Monterroso, el primero de los cinco pueblos, por el camino Nº 1, una caminata de dos horas y media por la costa, que se eleva hasta Punta Mesco, desde donde se puede ver toda la línea costera. Monterroso es el mayor de los pueblos y el único con una playa extensa de arena fina. Por lo tanto, en temporada alta está lleno de gente. Si llega antes del mediodía, puede alquilar sombrilla y reposera a mitad de precio en algún club de plata.
Luego de disfrutar del mar de Liguria, puede ascender hasta el pueblo e ingresar al Convento de los Capuchinos, donde dentro de la capilla encontrará una pintura de la Crucifixión que se atribuye a Anthony van Dyck. Hasta el momento tuve vistas, playa y arte sin gastar un solo euro.
Desde luego, uno no llega a Cinque Terre sin la expectativa de probar buena comida, pero en vez de terminar en un restaurante de la playa, que fácilmente costaría cincuenta euros, me encaminé hacia «Focacceria Il Frantoio», donde compré una focaccia gigante de queso (2,10 euros). A la hora del aperitivo, probé un vino blanco de Cinque Terre (3 euros) en “Midi Bar”, donde los locales hacen un alto de passeggiate cotidiano para encontrar a otros partisanos.
Para cenar me dirigí a “Gastronomía San Martino”, un deli que vende tanto platos listos como pastas frescas. Me inclinaba por los trofie al pesto -fideos cortos y retorcidos, acompañados por la famosa salsa verde de la región-, pero el dueño y chef, Moreno Alessio Galati, me llevó hacia los pansotti con salsa de nuez. Abundante, y con una botella de vino local, apenas costó 11 euros.
Luego de una reserva rápida, el sábado a la mañana fui a Vernazza y dejé mi bolso en un cuarto de una villa perfecta de postal. Desde allí tomé el tren hasta Corniglia y luego trepé los más de 300 escalones hasta el acantilado más alto de esta villa atravesada por atajos empedrados. Ingresé a la iglesia San Pedro, con una preciosa arquitectura liguriana del siglo XIV, y luego almorcé en “Km 0”, un café adorable que servía anchoas, queso de cabra y vegetales de la región: 10,50 euros con una cerveza Birrigicio del Golfo. Luego, bajo un cielo plomizo comencé a escalar el elevado tramo entre Corniglia y Manarola.
Cuando llevaba una hora de un recorrido de tres horas y media por un sendero irregular, de piedras inclinadas y al borde de la montaña, una tormenta terrorífica se desplomó sobre mí, sin que tuviera refugio a la vista. De todos modos, me las ingenié para tomar un camino hacia Volastra y desde allí descendí por los viñedos hacia Manarola.
Desde allí tomé el tren a Riomaggiore para encontrar a un amigo que vivía cerca. Con una cerveza en la terraza de “A Pié de Mà” brindamos para agradecer que aún estuviera viva (5 euros). Mientras compraba un cono de mariscos (calamares, mejillones y camarones), escuché que el vendaval había anegado el túnel hacia el centro de Riomaggiore, así que emprendí el regreso hacia Vernazza.
La ciudad estaba completamente a oscuras; los botes, estacionados sobre la plaza, y casi todas las casas, con barrotes contra los ríos de lodo. Había alerta meteorológica y, tras la devastadora experiencia de 2011, nadie correrías riesgos. A la mañana siguiente, el servicio meteorológico continuaba siendo adverso y fui a desayunar a “Pasticceria Laura”, en Monterroso, donde el capuccino y la pastelería casera son las mejores de la ciudad, según el hombre que hacía su pedido junto a mí.
El cielo comenzaba a despejar y subí al Castillo (1,50 euros), una fortificación circular con vista de 360º. Quería conocer la trattoria Gianni Franzi, cerca del puerto, donde los spaghetti con oliva y una simple salsa de mejillones del Golfo de La Spezia, con vino blanco, sólo costaron 22 euros. El postre fue un helado de canela y crema de caramelo en “Il Porticciolo”, que saboreé como nunca, sentada en un banco, junto a los barquitos de los pescadores. Aún me quedaban dos euros en el bolsillo.
Hermoso lugar…!!!!! Vivo en La Spezia y tenemos le Cinque Terre ahì al lado y cada vez que voy es un nuevo descubrimiento…!!!!! 🙂