MARRUECOS / ÁFRICA

Por las callecitas de Fez, el encanto de una vida incesante

Por antigüedad, dimensiones y belleza, ninguna medina se compara con la que ofrece esta ciudad de origen medieval. Allí se puede regatear, comer e incluso dormir. Es de rigor perderse en ella. Fotos

Por antigüedad, dimensiones y belleza, ninguna medina se compara con la que ofrece esta ciudad de origen medieval. Allí se puede regatear, comer e incluso dormir. Es de rigor perderse en ella. Foto: Pablo Cuarterolo / Diario PERFIL [ Ver fotogalería ]

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Por Analía Melgar (Diario PERFIL)

La palabra “medina” tiene una indisociable relación con el mundo árabe. Medina, con mayúscula, como nombre propio, es el nombre de una ciudad en Arabia Saudita, vinculada a la vida de Mahoma, pues precisamente allí murió el profeta en el año 632. Pero de manera genérica, medina denomina al barrio antiguo dentro de una ciudad árabe. Hay de estos barrios en España (los restos de la desaparecida Medina Azahara, en Córdoba; la vigente Medina-Sidonia, en Cádiz), en Libia (en Trípoli, en Derna), en Túnez (en la capital). En Marruecos, muchas ciudades tienen su medina: Marrakech, Casablanca, Chefchaouen… Pero por antigüedad, dimensiones, actividad y belleza, ninguna como la medina de la ciudad de Fez.

Por sus 2 millones de habitantes, Fez es la tercera ciudad marroquí. Allí, donde florecen la vida espiritual y la actividad académica en torno al estudio del árabe, se conocen tres grande espacios: uno es el barrio antiguo, Fes el-Bali, fundado en 809; el otro es Fes el-Jdid, de 1276, donde se emplaza el Palacio Real de Fes del siglo XIV, con imponentes puertas de bronce; y por último, la Ville Nouvelle, donde la colonización francesa dejó huellas de arquitectura y forma de vida occidentales, en la actualidad con grandes edificios modernos.

Específicamente, Fes el-Bali ostenta varios récords: es una de las mayores ciudades medievales en pie en el mundo, también es la zona peatonal más extensa del mundo -se calcula que mide 2.400 metros por 1.600 metros- y además fue catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1981. Es conocida en más de noventa países, fue la globalizada telenovela brasileña “El clon” fue filmada precisamente en la medina de Fez.

Fes el-Bali conserva gran parte de su antigua fortaleza, construida en piedra y con recubrimientos blancos, pintados a la cal. Sus puertas de acceso -hay tres principales; la más animada es la puerta Bab Bou Jeloud- reniegan de las formas estáticas y combinan líneas y curvas, usando el inconfundible arco árabe e incluyendo dibujos de arabescos en color azul. En su interior, es imprescindible acercarse a la Mezquita de los Andaluces y a la Mezquita de El-Qaraouyyin -o Al Karaouine-, donde también funcionaban una universidad y una biblioteca, que demuestra la erudición del pueblo árabe.

En rigor, la práctica religiosa en Fez es tan intensa que hay mezquitas y madrazas -escuelas religiosas- a cada paso. Es infrecuente el ingreso de turistas no musulmanes, pero a veces ayuda poder conversar en francés (la segunda lengua local) con los guardias. Como en toda ciudad árabe, a lo largo de cada jornada una suerte de sirena convoca a rezar. Una voz reza por un altoparlante. La gente saca su tapete, se arrodilla mirando hacia La Meca y dice su oración. Luego continúa el ritmo frenético.

Miles de personas y burros de carga deambulan por callecitas, callejuelas y callejones, techados con una combinación de madera, telas y tejidos vegetales, para hacer más soportable el calor. Un incesante intercambio social y comercial sucede entre los pasadizos que a veces no miden más de 60 cm de ancho. Un auténtico laberinto, donde es prácticamente imposible no perderse. El fotógrafo argentino Pablo Cuarterolo, autor de las fotos que ilustran esta nota, sugiere un antídoto: “Los pasillos de la medina están marcados con series de mosaicos iguales, colocados en el piso o en la pared, que pueden ayudar a seguir el camino. También hay mapas, pero incluso con ellos te podés perder”.

El centro de la vida de la medina de Fez es el zoco, es decir, el mercado. La actividad es, sobre todo, diurna, desde la mañana a la noche. Cuando el sol cae, todo se aquieta y se recomienda a los foráneos resguardarse; de hecho, como en todo ámbito tumultuoso, conviene cuidarse de robos menores, y a toda hora. Excepto por esa precaución circular por el zoco, es tan fascinante como apabullante. Los comerciantes asedian, y se considera de mala educación ignorar la oferta; al menos, hay que agradecer. El regateo es ley: con paciencia y diálogo se puede conseguir muy buenos precios. Hay, entre otras cosas, platería, alfombras -un objeto tradicional que, según su refinamiento, puede alcanzar valores exorbitantes-, vasijas de barro y cerámica, y productos en piel de camello. Y, por supuesto, en los restaurantes de la medina también se pueden comer deliciosas preparaciones de comida árabe.

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