TAILANDIA / CHINA
Un viaje por el mágico río Mekong desde China hasta Vietnam
Un prometedor viaje lleno de mística y paisajes por el gran río del sureste asiático. Desde el altiplano tibetano por el suroeste de China.
El barco navega sobre el agua turbia del Mekong. [ Ver fotogalería ]
Para muchos viajeros, el nombre Shangri-La suena como una promesa, un lugar mítico de felicidad paradisíaca. Sin embargo, detrás del nombre se esconde una ciudad china común y corriente en la provincia de Yunnan. Aquí, el Mekong, el gran río del sureste asiático, abandona el altiplano tibetano para abrirse camino por el suroeste de China.
Shangri-La es solo una de las muchas pequeñas ciudades a orillas del río. Hasta el año 2001 se llamaba Zhongdiane y era una localidad totalmente desconocida. Con el nombre mítico, las autoridades pretenden atraer a turistas, pero es algo que el señor Hu, el guía turístico, prefiere callar. Aun así, merece la pena visitar el monasterio de Sungtseling, que se alza muy por encima de la ciudad y en donde viven unos 400 monjes budistas.
Solo a partir de Jinghong el Mekong es un río navegable y esto solo se debe a que los chinos dinamitaron las rocas en el lecho del río y construyeron varios embalses. Más adelante, el río marca la frontera natural entre Laos y Myanmar. En el Triángulo de Oro, donde limitan entre sí Tailandia, Myanmar y Laos, el Salón del Opio muestra cómo se cultivaba la adormidera y se la transformaba en droga.
El museo, fundado por la Casa Real tailandesa, forma parte de un proyecto para poner fin a la dependencia de los campesinos del cultuvo de la adormidera y posibilitar alternativas económicas. A partir del Triángulo de Oro, el Mekong fluye como un río ancho y tranquilo. Desde este punto también salen pequeños cruceros y los turistas pueden disfrutar desde el barco de uno de los tramos fluviales más bonitos. «No es fácil navegar por el Mekong», dice el capitán Khampet. Por esta razón, adorna la proa con un ramo de flores y caramelos de arroz, para tranquilizar a los malos espíritus fluviales.
Lo más difícil son las enormes diferencias en el nivel del agua, de hasta 12 metros. Durante la época seca solo hay surcos navegables estrechos, mientras que en la de lluvias es necesario esquivar rápidos. Por este motivo, el capitán busca a tiempo, antes de que caiga la noche, un banco de arena para anclar. Después, es hora de cenar. El chef Ti y sus ayudantes han cocido una sopa de gallina con jengibre, que se complementa con arroz, verdura y una picante salsa Tjäo.
Temprano por la mañana, el barco leva el ancla. La selva llega hasta la orilla y de vez en cuando también se pueden ver las chozas de los campesinos que viven en pequeños pueblos. A veces aparecen elefantes: las bestias de carga empujan hacia la orilla pesados troncos de madera de teca. Cerros completos han sido talados, porque la madera de teca da mucho dinero. En Pak Tha, el barco fondea para que los turistas puedan visitar el pueblo. Aquí, el tiempo parece haberse detenido en la Edad Media. Niños semidesnudos salen de las chozas de bambú. Tímidamente miran con asombro a los extranjeros y se alegran cuando observan sus propios retratos en las pantallas de las cámaras.
Unos kilómetros río abajo, los turistas son recibidos cariñosamente. Los más ancianos del pueblo se han reunido bajo un techo de bambú, mientras que un maestro de ceremonias musita oraciones. Los vecinos y los turistas tocan la tableta con ofrendas apiladas. Después, cada uno ata a cada quien un cordón blanco alrededor del tobillo, una ceremonia que sigue una antigua creencia popular laosiana según la cual los espíritus buenos tienen que ser atados para que no huyan del cuerpo.
«¡Pak Ou!», grita el capitán mientras señala el saliente de una roca.»¡Observen esto!» Atraca el barco directamente allí. Unas empinadas escaleras suben hasta la cima. Detrás de una pequeña entrada se esconde en una gigantesca cueva de piedra caliza uno de los santuarios más importantes del país.
Miles de estatuas de Buda resplandecen en la penumbra. «Vigilan el río, a sus espíritus y sus poderes mágicos», explica el capitán. Treinta kilómetros río abajo se encuentra Luang Prabang, la antigua ciudad imperial de Laos. Ya a primera hora de la mañana están en camino cientos de monjes con sus recipientes para recoger limosnas. Lentamente, la procesión se desplaza por el pueblo. Las mujeres salen de sus casas e introducen arroz y otros alimentos en los cuencos de metal.
Con sus relucientes templos dorados, el palacio real y otras 600 casas declaradas monumentos históricos, Luang Prabang, Patrimonio Cultural de la Unesco, es una de las principales atracciones situadas a orillas del Mekong. Para conocer la actual capital de Laos, Vientiane, donde la mayoría de los cruceros terminan su viaje de nueve días, basta con dar un paseo por la ciudad para visitar lugares de interés como el santuario nacional That Luang y el fotogénico Arco de Triunfo.
En Vat Phou, en el extremo sur de Laos, merece la pena visitar los templos construidos hace 1.500 años por los jemeres. La cascada Khone Liphi/Khone Pha Phaeng, inusualmente ancha, es el último momento culminante turístico antes de que el Mekong inicie su viaje por Camboya. En este país, es obligatorio hacer una excursión a Siem Reap. El último tramo del río lleva al sur de Vietnam, donde el Mekong se bifurca y desemboca en el mar de la China Meridional. Para la gente asentada en el delta tiene un regalo: los sedimentos que lleva el río hacen que la tierra sea fértil y garantizan unas cosechas abundantes.