España | Un paseo por el impresionante parque nacional Picos de Europa

Fueron navegantes españoles quienes dieron el nombre a estas montañas: los eran lo primero que veían del continente europeo al regresar de sus expediciones. Fotos

En los Picos de Europa cada excursionista encuentra una ruta a su gusto. [ Ver fotogalería ]

Ficha

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El lago Enol brilla con un color plateado a la luz del sol de la mañana. En sus orillas pastan pacíficamente varios toros. El sendero pasa delante de pequeñas cabañas hechas de piedra maciza, atraviesa praderas de jugosa hierba y arroyos de montaña para subir después hacia la pradería Vega de Canraso.

El camino que conduce a la tumba de Pedro Pidal es hermoso pero ahora también requiere cierto esfuerzo. El sendero sube en zigzag por la empinada pendiente franqueando una altura de 500 metros.

Quien esté de pie en el mirador de Ordiales, situado a 1.764 metros de altura, y mire hacia abajo por la empinada pared puede entender fácilmente por qué el marqués de Villaviciosa quería ser enterrado justamente aquí, en las montañas de Asturias.

A lo largo y ancho solo se observa una naturaleza salvaje e intacta. Desde este punto se puede ver casi todo el macizo central del parque. A una distancia de solo 20 kilómetros del Atlántico, los imponentes Picos de Europa se alzan hacia el cielo, hasta una altura de 2.600 metros.

Fueron navegantes españoles quienes dieron el nombre «Picos de Europa» a estas montañas: los Picos eran lo primero que veían del continente europeo al regresar de sus expediciones.

Pedro Pidal (1869-1941) conocía como la palma de la mano este impresionante paisaje montañoso en el norte de España, donde incluso viven todavía lobos y osos. Durante muchos años venía aquí a cazar. En 1915, durante un viaje a Estados Unidos, el amante de la naturaleza y político español conoció en el parque nacional Yellowstone el concepto de reserva natural protegida y lo introdujo en España.

El parque nacional fue bautizado al principio con el nombre de Covadonga, por un motivo histórico: en el año 722, el guerrero visigodo Pelayo detuvo aquí el avance de los árabes, que en solo diez años habían ocupado casi toda la Península Ibérica.

Pelayo forjó la resistencia en las cuevas de las montañas y dio inicio en 770, despúes de la batalla de Covadonga, a la reconquista de España. Desde entonces, la basílica en la montaña, donde está enterrado Pelayo, es un santuario nacional que atrae a muchos peregrinos.

En verano hay mucho ruido y movimiento en este lugar. Sin embargo, hay un sinnúmero de senderos que desde los lagos conducen a un paisaje montañoso de película y que no están muy concurridos.

«Desde hace algunos años hay cada vez más lobos aquí», dice Amalia, de 84 años, que vende queso de montaña, huevos frescos y leche proveniente de su granja. Su cabaña está compuesta por un solo espacio. En estrechas tablas colocadas contra la pared están colocados en hileras los quesos para su maduración. Huele a madera quemada.

Lentamente, el sol se va poniendo. Los excursionistas vuelven a los pueblos de montaña situados más abajo, como Cangas de Onís, Arenas de Cabrales o Bulnes. En Bulnes comienza una de las rutas más bonitas para caminantes, que lleva al Naranjo de Bulnes, con una altura de 2.519 metros. La caminata dura casi ocho horas pero vale la pena.

Las gargantas son espectaculares y las paredes de las rocas son gigantescas. El Naranjo de Bulnes, que tiene el aspecto de un diente sobredimensionado, no es la montaña más alta pero probablemente sí la más bonita de los Picos de Europa. Solo los escaladores experimentados pueden subir por la pared de 500 metros de alto. Para el ascenso y descenso, en medio de los chillidos de un sinnúmero de águilas y buitres, necesitan casi un día entero.

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