En la paradisíaca Singapur, los monos salvajes son los reyes

Los monos salvajes de Singapur son una plaga para los residentes de la metrópolis, pero los turistas los ven como una atracción más.

Sin muros ni rejas los macacos disfrutan de una libertad ilimitada. Foto: dpa [ Ver fotogalería ]

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Por el momento no trepan por los edificios, pero sí saltan en los techos de los coches y se cuelan en parques y jardines de las casas. Los monos salvajes de Singapur son una plaga para los residentes de la metrópolis, pero los turistas los ven como una atracción más. Las autoridades locales tienen que hacer por eso un esfuerzo de imaginación. Con textos y dibujos piden cautela ante los monos: no acercarse demasiado, saber que pueden ponerse agresivos, no darles helados ni hamburguesas, no alimentarlos.

Y es que sin muros ni rejas, los macacos disfrutan de una libertad ilimitada. Se divierten por ejemplo en la reserva natural de Bukit Timah, un espacio selvático en el centro de la ciudad. El último tigre de la reserva fue visto -y asesinado- en 1930. Hoy quedan pájaros exóticos, serpientes inocuas, ardillas… y muchos monos. Los animales se sienten como en casa en la reserva. Pero muchos prefieren divertirse fuera, en el estacionamiento, por los coches, en los jardines o sobre los muros.

El visitante se sorprende al ver a dos personas charlando en la calle y, a sólo seis metros, una mona mamá rascándose la cabeza con su cría acurrucada. Otros primates saltan por la acera u observan el movimiento de la ciudad sentados en cuclillas, sobre una bicicleta o en un jardín. En la popular playa de Sentosa, sur de Singapur, los monos de las selvas cercanas se acercan a los bares y se suben a los techos de vestuarios o se cuelan en las duchas.

Los carteles advierten a los visitantes: «No nos haga dependientes de la comida de los humanos. Eso nos enferma«. Dos jóvenes que vienen de Suiza están perplejos: nunca vieron monos en la ciudad o en la playa. Pero las curiosas escenas tienen su explicación histórica. Singapur era casi por completo una selva hace poco menos de 150 años. Hoy, sus cerca de 5,5 millones de habitantes se distribuyen en cientos de apretados rascacielos, lo que deja poco espacio para parques y zonas selváticas. Las pocas que sobreviven entre centros comerciales y torres de negocios o viviendas reciben un cuidado extremo por parte de autoridades. Para alegría de todos: vecinos, turistas de todo el mundo y, por supuesto, monos.

 

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