INFORME ESPECIAL / 30 ANIVERSARIO
Voces de Epecuén: un pueblo que resurge de las aguas (III)
Era un gran destino turístico. Hoy el agua perdió su fuerza invasora y deja un panorama desolador. Testimonios de sus habitantes a 30 años del drama. FOTOS.
Por Mercedes Noriega (*)
Contrariamente, hay vecinos que bregan por la correcta preservación de las ruinas de Epecuén. Viviana Castro es una de ellas, y expresa su felicidad al ver que ya nadie va a poder entrar a pintar grafitis en los escombros de su casa. “Me emocioné cuando cerraron toda la villa con alambre para evitar que la gente entrara en auto y siga rompiendo, por fin estaban reconociendo que eso era un lugar que preservar… porque es mi casa”. Además de trabajar en la Dirección de Cultura, Viviana es guardafauna en turismo y seguridad turística en la actual playa ecosustentable de lugar.
“Yo creo que mi misión en la vida es cuidar el lago Epecuén, cuidar la vida que hay en el lago y defenderla”. En 2009, cuando las aguas empezaron a bajar un poco, comenzó a visitar las ruinas que emergían por primera vez desde la inundación. “Yo no me subía a la lancha porque no me gustaba ir a ver las ruinas, sino que lo hacía mi esposo Juan y paseaba con la lancha por entre las casas y calles de Epecuén. Ahí es cuando Juan encuentra navegando los nidos de los flamencos. Sabíamos que se los estaban robando y empezamos a buscar la forma para poder preservarlos. Algo tan natural para nosotros como son los flamencos… teníamos que cuidarlos”. Viviana y Juan bregan por el turismo ecosustentable, por los pelícanos y los caldenes, que son tan importantes para ellos como el lago.
Hubo mucha gente que vio crecer y morir Villa Epecuén. Muchos intentan atesorar sus recuerdos guardando objetos de aquel lugar o visitando sus ruinas cada tanto; algunos prefieren no hablar, y otros quieren que el mundo sepa acerca de su paraíso perdido. Marta Bonjour es una de esas personas. Sufrió la inundación el día de su cumpleaños número cuarenta y cuatro y ahora está escribiendo un libro. “Justo leí en un libro que el pueblo que no tiene memoria no tiene futuro. Es por eso que si no recordamos a Epecuén no va tener futuro. Todos los libros que han escrito son sobre las aguas y he leído libros que cuentan la historia de Epecuén como si no hubiera sido nada y Epecuén fue muy grande. Eso me duele. Vivir en Epecuén era vivir en el paraíso. Yo nací un 10 de noviembre y una parte mía quedó en Epecuén aquel 10 de noviembre de 1985. Yo quiero escribir lo que nadie cuenta de Epecuén”, dice, y empieza a leer un pequeño fragmento de lo ya escrito: “¿Qué pasa con los pueblos enteros que desaparecieron de la geografía de la historia? Solo la memoria los rescata”.
Otra vecina, Marta Sagasti, asegura que Epecuén no desapareció para ella, sino que está latente como una persona que muere pero a la que uno siente presente. Hace tiempo que evita pasar cerca de la ruinas porque le provoca mucha tristeza. “De tanto que era, no quedó nada, quedó el silencio, ese silencio que uno lleva dentro. El otro día fuimos a los escombros y veía la carnicería en la que trabajaba, mi casa… y te afecta acá en el corazón, uno dice que no pero te toca el corazón. Van treinta años de duelo. Después de la inundación a mi marido le agarró un infarto. Mucha gente murió después de la inundación, murió de tristeza. Hay gente que no se recupera de cosas así”.
Viviana Castro asegura haber pasado los mejores años de su vida en aquel pueblo, toda su infancia, su adolescencia y parte de su juventud. “No solo perdimos la casa, porque lo material va y viene, pero perdimos también nuestra esencia como personas, como formación… yo digo que perdimos nuestras raíces, lo cotidiano, nuestra familia en realidad, porque nosotros éramos como una gran familia de 1.500 habitantes que nos conocíamos todos. Yo creo que si me pasa lo que le pasó a mi papá, que lo sacaron de su lugar siendo más grande, me podría llegar a morir de tristeza.” Su padre Lito asegura que el cambio no fue nada fácil: “Me encontré con que me cambió la vida porque yo estaba acostumbrado a una cosa, y es como barajar y dar de nuevo las cartas. Yo soy de Epecuén y me voy a morir siendo de Epecuén. Me sigue afectando lo que pasó, vivo todavía con eso. Fue una pérdida muy grande. Sentí una gran pena, se me vino el mundo abajo… son cosas imposibles de narrar… parte mía murió con Epecuén”.
No muy lejos de la villa, se ubica el Matadero municipal, una de las famosas obras del arquitecto italiano Francisco Salomone inspirada en el modernismo y en el art decó. Su estructura resistió, pero el agua subió casi un metro en su interior y también debió ser abandonado. Angélica y Adolfo Fasulo vivieron allí 34 años. Se mudaron allí recién casados porque Adolfo estaba a cargo del matadero. Durante la época militar, el frigorífico se privatizó, y Adolfo se jubiló a sus 59 años y se mudó a una casita que cinco años más tarde quedó hecha una isla rodeada de agua.
Algo emocionada, Angélica relata: “Dejar el matadero para mí fue terrible. Pasé muchos años de mi vida ahí. Dejé mi juventud ahí para pasar a la vejez. Yo sentí que el matadero fue más mi hogar que la casa a la que nos mudamos en el 80, cuando Adolfo se jubiló. Nunca más quise volver a pasar por ahí. Después de treinta años entré. Cuando empezó a caer la tarde me entró una soledad y empecé a recordar la vida que allí llevaba… sufrí mucho esa tarde. He pasado por ahí pero ya no volví a entrar”. Su lucha por rearmar su vida en Carhué tampoco fue fácil. “Al principio estuvimos de prestado en la casa de una sobrina. Alquilamos dos años en otro barrio hasta que nos dieron esta casa en el Barrio Zurita. Son casas de emergencia. Nos dieron las paredes nomás. No tenía piso, ni puertas ni nada y con los años la fuimos haciendo.”
“Pueblo chico, infierno grande”; así lo debe sentir Pablo Novak, de quien muchos desacreditan su pertenencia a Epecuén. Dicen que usurpó terrenos y que es un intruso. No se termina de entender si son celos o envidia de este anciano tan pintoresco, que logró hacerse famoso en un video de la marca Red Bull, donde aparece como el único habitante de Villa Epecuén. Lo cierto es que los medios y los turistas hoy lo buscan para fotografiar y entrevistar. Él insiste en que algunos le quieren robar su infancia y asegura pertenecer a Epecuén y también haber sufrido la pérdida de la villa al igual que el resto.
“Ya me acostumbré a que digan que no soy de acá. Si fuera más joven los pelearía, pero ahora ya no. Yo soy hijo del fundador. A mí me bautizaron en Epecuén. Acá no había nada cuando yo nací. Yo vi nacer y morir a esta villa. Siempre viví en estas quintas. Antes estaba medio amargado por la pérdida… la inundación me descapitalizó, yo tenía 106 hectáreas de campo, un horno, un tanque de agua… vendí todo. Durante quince años anduve en una casilla con ruedas y cuando me encajaba la sacaba con mi tractor… y ahí me hice sociable con la gente porque los sacaba cuando ellos se encajaban, y conversaba acerca de las ruinas de Epecuén que venían a visitar”.
Lo cierto es que esta tragedia afectó a todos: epecuenses, carhuenses, argentinos en general. Tal es así que Carhué finalmente logró, diez años después, que el entonces gobernador Duhalde instalara bombas de desagote para evitar otro desborde de la laguna y una nueva tragedia en su pueblo. Lamentablemente, la historia de Villa Epecuén es una más en la que la soberbia del hombre sobre la naturaleza, sumada a la corrupción y los malos manejos de fondos públicos, trae consigo resultados catastróficos. En los últimos quince años, la laguna ha comenzado a devolver el pueblo a su gente.
No lo devuelve entero sino en pedazos: pequeños recuerdos y memorias visibles en los escombros, paredes y restos de artefactos que fueron arrasados por el agua invencible. Hoy Villa Epecuén se encuentra en su lugar nuevamente, y aunque nos cueste reconocer su cara, está ahí para recordarnos nuestra pequeñez ante la naturaleza y para enseñarnos que por más peleas y entredichos, los pueblos vecinos deben permanecer unidos ante las tragedias. Como los relatos personales lo demuestran, no hubo fatalidades el 10 de noviembre de 1985, pero sí se han destrozado corazones, sueños, recuerdos e historias de muchos de nuestros queridos argentinos.
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(*) Texto y fotografías de Mercedes Noriega, fotógrafa argentina. Mirá más de su trabajo en su sitio web o en Instagram.
Excelente nota e increibles fotos. Que bien que le haria a los diarios online publicar mas notas de este calibre
Excelente nota, que historia tan dura y desgarradora!