Martinica, paraíso poético
El poeta y político Aimé Césaire describió la belleza de la isla francesa Martinica y devolvió a su gente el orgullo de sus raíces africanas. Viaje verso a verso.
El país del poeta Aimé Césaire muestra con orgullo playas y paisajes deslumbrantes. Detrás de la belleza, una dura historia de esclavitud y aceptación. Foto: The New York Times Travel [ Ver fotogalería ]
Por Sylvie Bigar (The New York Times / Travel)
Todas las personas que conocí en Martinica estaban de acuerdo en algo: Aimé Césaire, poeta, dramaturgo y político que alcanzó un estatus casi monumental en la isla caribeña, era el hombre más humilde que habían conocido jamás. Entre las buganvillas y las playas, el amenazante volcán Mount Pelée, la selva tropical y el pueblo, cobran vida las palabras de Césaire sobre la dolorosa historia de Martinica. Aunque cruda, incluso indignada, su poesía está anclada en su amor por su tierra natal: “Mi hermoso país con sus altas orillas de sésamo”.
Nacido en 1913 en lo que por entonces era una colonia francesa, Césaire estudió en París en la década de 1930. Allí cimentó el concepto de negritud, el acto consciente de la aceptación, el orgullo de los antepasados africanos y el rechazo hacia el racismo colonial y la opresión. Luego, con el surrealista francés André Breton y el artista cubano Wilfredo Lam, comenzaron una red de amistad e intercambio intelectual que duró toda la vida.
En 1945, Césaire fue invitado a encabezar la boleta comunista en las elecciones para alcalde de Fort-de-France, la capital, y para su sorpresa fue elegido para ese cargo, que ocupó hasta 2001. Días antes de que tanques soviéticos invadieran Budapest en 1956, renunció al Partido Comunista francés y más tarde ayudó a fundar el Partido Progresista de Martinica. Asimismo, Papá Césaire, como muchos todavía lo llaman, dirigió latransición pacífica de colonia francesa a departamento.
En Fort-de-France, hasta el aeropuerto lleva el nombre de Césaire. La sinuosa Route de la Trace, construida en el lugar de un antiguo camino utilizado por los jesuitas en el siglo XVIII, llega a Camp Balata, una fortaleza militar del siglo XIX, por donde el poeta paseaba a menudo. A un lado, los cinco picos en forma de cono de la cordillera volcánica Pitons du Carbet se alzan a la distancia; al otro, la bahía de Fort-de-France brilla bajo el sol.
Por el Jardín Botánico de Balata, caminé por los ondulantes puentes aéreos, con terror de mirar hacia abajo. Al otro lado, reconocí la flor heliconia roja, el símbolo del Partido Progresista del señor Césaire. Después de ocho lilómetros, llegamos a St. Pierre and the Kapok Tree. La ciudad había reinado como la capital chic de la isla hasta que el volcán entró en erupción el 8 de mayo de 1902, y murieron unas 30 mil personas.
Al día siguiente, me dirigí al pequeño museo ubicado en el teatro que solía ser la oficina de la alcaldía de Césaire en Fort-de-France. En el patio, vi el Banco al Costado del Camino, inaugurado en 2006 e inspirado en la observación de que no había lugares conmemorativos para hacer una pausa y lamentar a los millones de almas arrancadas de Africa. Dentro del museo, la voz del poeta se canalizaba a través de fotografías, artefactos, manuscritos e incluso sus anteojos, sobre su escritorio.
Más tarde, di un paseo en Fort-de-France, absorbiendo la vibrante mezcolanza: boutiques de acento francés, un mercado repleto de mangos y piñas, la impresionante Biblioteca Schoelcher de la Belle Epoque creada en París para la Feria Mundial de 1889 y luego reconstruida en Martinica pieza por pieza. El ambiente es muy diferente a 40 kilómetros de distancia, en la escarpada península Caravelle, donde se erigen las ruinas del Château Dubuc, una plantación de azúcar fundada en 1725 en la península.
El Cap 110 Memorial en Anse Caffard, frente a Diamond Rock, se ubica en la esquina suroeste de la isla y tiene historia. Ahí, donde la roca volcánica se eleva más de 150 metros del agua circundante y es uno de los mejores lugares de buceo de la isla, se produjo un devastador accidente de un barco de esclavos clandestinos, en 1830. En homenaje a los cautivos que perecieron allí, el artista martiniqueño Laurent Valère esculpió 15 figuras imponentes que miran pensativamente hacia el Golfo de Guinea en la costa de Africa occidental.
Más al Sur, en la costa, a pocos kilómetros más allá de Diamond Rock, distinguí el perfil de Morne Larcher, el acantilado de la Mujer Dormida, sobre el que Césaire escribió. “Tú, mi exilio y reina de estos escombros/ Fantasma para siempre inapropiado en el perfeccionamiento de su reino”. Así, en palabras del poeta, sentí la unión de la naturaleza y los pueblos.