MEDIOAMBIENTE

Poopó, el segundo lago más grande de Bolivia, se convierte en un desierto

Los indígenas, que han vivido allí durante siglos, saben que el calentamiento global y el fenómeno climático de El Niño cambiarán sus vidas.

Fotos: NASA [ Ver fotogalería ]

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La primera imagen parece una postal perfecta: miles de flamencos en la laguna Uru Uru, cerca de la ciudad boliviana de Oruro, majestuosos, con su plumaje de color rosa y sus piernas delgadas. Sin embargo, al salir del jeep y recorrer el borde del lago, sobreviene la segunda impresión: un desastre ecológico.

Apesta terriblemente, los flamencos caminan sobre residuos de plástico en aguas tóxicas. El lago tiene poca agua, pero muchos flamencos se encuentran allí porque a 60 kilómetros de distancia se desarrolla un drama mucho peor: El lago Poopó, el segundo más grande de Bolivia y alguna vez uno de los más grandes de América del Sur, simplemente desapareció. Se secó.

La NASA acaba de publicar fotos satelitales de 2013 y 2016. En la primera se ven aguas de color turquesa, en la segunda todo está seco. Alguna vez el lago tuvo un tamaño de unos 3.000 kilómetros cuadrados y alimentó a decenas de comunidades indígenas mediante la pesca. En los últimos tiempos tenía una profundidad de solo tres metros, pero los científicos creen que es casi imposible revivirlo por completo.

En busca de las causas de la pérdida de agua se recorre primero con el jeep el río Desaguadero, que fluye desde el famoso lago Titicaca, el más grande de América del Sur, hacia el Poopó, del cual es la principal fuente de agua.

Cerca de la localidad de Eucaliptus aún se trata de una corriente fuerte y rojiza. Pero las minas de plata y bronce consumen mucha agua. Allí está Juan Iquina, que pesca con su red en un pequeño canal. «Cae apenas una décima parte de las precipitaciones en comparación con otros años», dice.

Poopó, el segundo lago más grande de Bolivia, se convierte en un desierto

Por eso, es necesario construir canales de ramificación del Desaguadero. De lo contrario no pueden crecer más quinua, papas y alfalfa, que se emplea como alimentación para el ganado. «Hay muchos de estos canales, los construimos nosotros, no necesitamos permiso», afirma Iquina, de 30 años. «La alternativa es que no tengamos nada que comer».

Los indígenas, que han vivido allí durante siglos, a 3.700 metros sobre el nivel del mar, tienen una clara consciencia acerca de cómo el calentamiento global y el fenómeno climático de El Niño cambiarán sus vidas. «Hay una clara relación con el cambio climático», dice el jefe regional de la Red Latinoamericana Ambiental, Raúl Pérez Albrecht.

Las precipitaciones se redujeron drásticamente. Y las temperaturas allí, en el suroeste de Bolivia, han aumentado en 1,8 grados desde 1982. «Sin embargo, el proceso también se vio acelerado porque el lago siempre tuvo una profundidad muy baja», dice Pérez Albrecht. «Si tenemos suerte, podríamos quizá mantener un tercio del lago Poopó». Pero para eso tiene que llover, de modo que el río Desaguadero incorpore nuevamente agua al Poopó.

«Cada 12, 15 años se seca por partes«, afirma Crisóstomo Martínez, de 77 años, un habitante dee la zona. Pero después se llena nuevamente de agua gracias a las lluvias. «Es diferente esta vez», agrega sin embargo. Y para los agricultores un gran problema. Él planta quinua. «Tenemos muy poca ahora«, dice Martínez preocupado por que la sequía afecte a su negocio.

En el pueblo de Huari el drama es claramente perceptible. El jeep cruza primero campos de quinoa y de repente el suelo se transforma en un barrial gris, cubierto por algunas costras de sal. Allí no crece nada. Lleva un tiempo darse cuenta de que el coche está pasando por encima del lecho del lago Poopó.

Hasta hace un tiempo, ese era el sustento de Severio Ríos Choque. Su casa se encontraba antes a orillas del lago. Cada mañana salía con su barco y pescaba hasta 11,5 kilos de pescado. Hoy día su bote se encuentra boca abajo en el jardín y los niños trepan sobre él jugando. «Desde hace cinco años se seca el lago y no hay nada«, dice.

Noventa familias vivían allí de la pesca. Ahora sólo comen algunos alimentos básicos que les da el Estado, como arroz y fideos. Sueña con un sistema de riego para poder volver a sembrar y no pasar hambre, comenta. «Hasta los flamencos se fueron».

 

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