Al sur del Sena, arde París

La margen izquierda del Sena se presume bien parisina. Laberintos adoquinados, terrazas de café, compras en St. Germain y la dama más famosa de la ciudad, la Torre Eiffel.

La margen izquierda del Sena se presume bien parisina. Laberintos adoquinados, terrazas de café, compras en St. Germain y la dama más famosa de la ciudad, la Torre Eiffel. Fotos: The New York Times / Travel / PERFIL [ Ver fotogalería ]

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Por Amy Thomas (The New York Times / Travel)

 

Mientras la margen derecha de París ha visto cómo el internacionalismo cambia su paisaje durante los últimos años, la margen izquierda pudo conservar el alma de la capital francesa. Camine por los torcidos corredores adoquinados del Barrio Latino, los grandiosos bulevares alineados por plátanos de St.-Germaindes-Prés y creerá estar
adentro de una foto en blanco y negro de Robert Doisneau. Cafeterías en las terrazas, edificios de piedra caliza y locales pulcramente vestidos crean un cuadro eterno. Eso no quiere decir que París sea inmune al cambio, al sur del divisorio Sena. Pero al menos por ahora, los encantos clásicos superan a las influencias contemporáneas.

La margen izquierda cobija riquezas culturales, artísticas y de moda, pero una de las mejores formas de sumergirse en la cultura francesa es a través de la comida. «Paris by Mouth», un sitio de internet para los amantes de la comida, ofrece recorridos de tres horas para grupos chicos, incluyendo el popular Sabor a St. Germain (95 euros). Entre la media docena de paradas figura la panadería «Poilâne Bakery», para probar roscas grandes; «Le Marché Couvert» (“mercado cubierto”), donde venden el típico salchichón y los productos de temporada; y «Pierre Hermé», el “Picasso de los Hojaldres” de Francia, que vende pasteles y macarrones casi demasiado bonitos para comérselos.

No puede visitar París sin visitar de noche a su dama más famosa, la Torre Eiffel, sobre el Campo de Marte, que aún es la estructura más alta de la ciudad. «L’heure bleue» es el atardecer, el momento mágico cuando toda la ciudad está impregnada de una luz etérea. Le regalarán el espectáculo de luces de último momento, cuando 20 mil focos colocados en los cantos de la torre centellean y bailan durante cinco fascinantes minutos. Si museos nacionales como el Musée d’Orsay son muy grandes, y las galerías de St. Germain, demasiado chicas, las fundaciones Cartier y Henri Cartier-Bresson tienen el tamaño justo. A menos que estén esperando pan en la boulangerie, hacer fila para comer no es algo que los parisinos hagan.

A excepción de «Le Comptoir du Relais», en una inclinada esquina de St. Germain, del chef Yves Camdeborde, a quien se atribuye la “bistronomía”: ambiente de bistró casual y cocina con estilo. Está en el corazón del distrito de compras. Y se sorprenderá en Deyrolle, un emporio exótico lleno de cabezas de rinoceronte, esqueletos de pantera, caparazones de tortuga y todo tipo de taxidermia. O en Cire Trudon, de 1643, que proveyó velas a la corte del rey Luis XIV. Actualmente, puede llevarse a casa su propia pieza de historia francesa: un ardiente busto de María Antonieta o Napoleón.

Antes de la cena, podrá apoltronarse en alguno de los codiciados asientos del «Café de Flore», donde Simone de Beauvoir y Picasso alguna vez bebieron, fumaron y pontificaron, y verá cómo entran peinados clientes regulares y dan dos besos al maître d’hôtel mientras meseros ataviados con largos delantales blancos zigzaguean de un lugar a otro llevando bandejas con aperitivos.

Ni a la moda ni nostálgico, «Semilla» maneja el equilibrio perfecto de la nueva cocina parisina. Con mesas de mármol, pisos de concreto y techos con vigas de madera, el menú está organizado en categorías como “crudo”, “frito” y “del horno”, con favoritos como el côte de boeuf, presentado en la mesa antes de ser llevado a la cocina abierta, donde es rebanado y devuelto con puré de papas y crema de rábano (76 euros para dos).

Todos los domingos, desde las 9 hasta las 13.30 el aire sobre el Boulevard Raspail, entre las calles Rue Cherche-Midi y Rue de Rennes, se impregna con el tentador aroma de las «galettes» de cebolla (cebolla rallada, papas y queso por 2,5 euros), que se fríen en uno de la docena de puestos del Marché Biologique Raspail, un mercado orgánico que es la joya del vecindario desde hace 26 años. Camine entre las torres de quesos chevre y Comté; los canastos de hierbas aromáticas y lechugas frescas; entre mieles y jaleas.

Los Jardines de Luxemburgo ya no son el único lugar verde para comer el botín del mercado. En 2013 debutó «Les Berges», una franja de casi 2,5 kilómetros de longitud reservada para peatones sobre el Sena. Empiece en la entrada del Pont de l’Alma, hacia el oeste, y ábrase camino pasando frente a las exposiciones itinerantes de arte, muros para escalar y estaciones para tejo y paddleball. Una vez que llegue al extremo oriental, cerca del Musée d’Orsay, suba los asientos de madera de las gradas para alcanzar una vista a los botes que traquetean por el río.

St. Germain es el centro extraoficial del universo del chocolate, ya que cuenta con al menos una docena de renombrados chocolatiers; haga un barrido final de las ofertas del vecindario, hasta concluir en el callejón de adoquines en Un Dimanche à Paris, de Pierre Cluizel. Esta boutique de 800 metros cuadrados también es una casa de té, restaurante y salón dedicado al chocolate. Construido en 1827, L’Hotel (13 rue des Beaux Arts) es el último lugar donde residió Oscar Wilde y ocupa un espacio especial en el corazón de los parisinos. El discreto hotel de cinco estrellas cuenta con veinte cuartos, incluyendo un penthouse y una piscina hammam. Las tarifas para pasar una noche allí van desde 295 hasta 1.050 euros. Una glamorosa despedida de París.

 

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