MÉXICO

Danza con tiburones en la Isla Guadalupe

Si realmente quiere perder el aliento, debería visitar esta isla del Pacífico mexicano. Allí, sin cepos, sangre ni carnada, sumergidos a 10 metros de profundidad, los tiburones se acercan a curiosear a los visitantes.

Guadalupe, en México, se convirtió en uno de los destinos mundiales más top para los fanáticos de la especie con peor fama dentro del mar y para los científicos que desean sumergirse con esas criaturas tan criticadas y mal entendidas. Fotos: The New York Times/Travel [ Ver fotogalería ]

Por Benjamin Lowy (The New York Times/Travel / Diario PERFIL)

 

A pesar de que el libro de Peter Benchley Tiburón y la subsecuente adaptación fílmica de Steven Spielberg describieron al gran tiburón blanco como un peligro para los humanos, en la última década la isla Guadalupe, en México, se convirtió en uno de los destinos mundiales más top para los fanáticos de la especie con peor fama dentro del mar y para los científicos que desean sumergirse con esas criaturas tan criticadas y mal entendidas.

A pesar de que los conocimientos sobre los tiburones son limitados –comportamientos como su alimentación y gestación apenas han sido observados–, se cree que el gran tiburón blanco es notablemente inteligente. Algunos operadores turísticos que proveen de jaulas para excursiones notaron en otras partes del mundo que esta especie se ha habituado a los humanos, asociando gente y embarcaciones con señuelo, es decir con peligro.

Por esta razón, las excursiones que ofrece la isla Guadalupe, en el océano Pacífico, permanecen como unas de las pocas que no intentan emborrachar a los animales emplazando –para atraerlos– carcasas sangrientas en las líneas y zonas de pesca y que no tratan de antagonizar con las criaturas sino, en cambio, intentan una aproximación ecológica y menos invasiva dejando que la sangre flote en el agua y permitiendo que los tiburones que migran sientan interés por inspeccionar e interactuar con sus ocasionales visitantes humanos.

La mayoría de los operadores turísticos ofrecen cruceros semanales de acercamiento y amarran al pie de la isla volcánica. Luego dejan caer al mar varias jaulas de acero a diferentes profundidades con la esperanza de tener un encuentro cercano con alguno de los más antiguos predadores de la cadena marina. En promedio, los descensos son a 10 metros de profundidad, en donde suelen pasar la mayoría de su tiempo. Sin usar señuelos para llamar su atención, se han llegado a reunir seis tiburones para curiosear alrededor de la jaula de visitantes. Al evitar el cebo, los animales están menos nerviosos y demuestran mayor curiosidad.

Algunas inmersiones incluso son con jaulas dobles, que permiten salir a una especie de terraza, también protegida, pero en la que prácticamente el aventurero queda cara a cara con los tiburones. Registrar el momento en que el animal divisa a los intrusos y toma carrera hacia su encuentro es una adrenalina que nunca se olvidará.

Las leyes mexicanas no permiten que se alimenten tiburones, se les tomen fotos o se realicen inmersiones con el cuerpo untado con cremas o protector solar. Aunque para bucear se utiliza el sistema Hookah (mucho más económico y liviano, ya que no requiere portar tanques de oxígeno, y además ofrece mayor autonomía, para tres horas de uso con combustible), en la jaula también se llevan tanques de oxígeno suplementarios. En julio y agosto, los machos comienzan a aparecer como si fuera un sábado por la noche, pero las hembras suelen mostrarse recién en septiembre. En octubre y noviembre asoman las que se conocen como “grandes mamás”, ejemplares de 5,5 metros de largo. Se han llegado a contabilizar 171 de ellos simultáneamente en un solo punto de la isla.

 

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