Senderismo en las «montañas encantadas» del norte de Albania

Las montañas del norte de Albania fueron durante mucho tiempo un rincón olvidado, pero ahora son cada vez más los turistas que buscan su camino por los hermosos valles.

Cada vez más turistas buscan su camino por los las montañas del norte de Albania. Crédito: Florian Sanktjohanser/dpa [ Ver fotogalería ]

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Las montañas del norte de Albania fueron durante mucho tiempo un rincón olvidado, aún más pobre que el resto del país económicamente arruinado. Ahora, sin embargo, son cada vez más los turistas que buscan su camino por los hermosos valles. Algunos extranjeros incluso quieren comprar la torre de la vendetta, la Kulla e Ngujimit que la familia de Sokol Nikolle Koçeku viene vigilando desde hace 400 años. «Sin embargo, yo no quería abandonar la tradición«, dice Koçeku. La torre fortificada es una de las pocas en Albania que sobrevivió al Imperio Otomano y al régimen comunista. Ahora, insiste Koçeku, no debería ser sacrificada en medio de la nueva invasión, la afluencia masiva de turistas.

Koçeku, de 43 años, lleva una camisa bordada, un chaleco y una faja, como siempre hace cuando enseña su torre a turistas. Sube la escalera de madera hacia un cuarto. Por las diminutas ventanas entra una tenue luz. Sobre pieles y alfombras hay mesas de madera bajas. Aquí, un asesino logró escapar de la vendetta, dice Koçeku, hasta que los patriarcas de las familias del victimario y de la víctima negociaron una solución, «algo que no siempre se lograba». La torre se encuentra en Theth, un pueblo en las «montañas encantadas» del extremo norte de Albania. Desde hace siglos, la gente en esta región vive en la miseria. Sin embargo, ha pasado un pequeño milagro: desde hace un par de años vienen a los Alpes Albaneses cada vez más turistas para hacer senderismo. Y con ellos vuelven a sus pueblos los jóvenes.

El milagroso renacimiento comenzó en 2005, cuando la Agencia Alemana de Cooperación Técnica (GIZ) les dio créditos a algunos aldeanos para que renovaran sus casas e instalaran en ellas cuartos de huéspedes. Al mismo tiempo se señalizó un sendero de gran recorrido transfronterizo. El sendero, de 192 kilómetros, se llama Peaks of the Balcans y atraviesa Albania, Kosovo y Montenegro. Ahora hay un segundo sendero de largo recorrido que atraviesa los Alpes Albaneses, la Via Dinarica, que va de Eslovenia a Macedonia. Sin embargo, a la mayoría de los turistas estas caminatas les parecen demasiado duras. Ellos prefieren el trayecto más corto, que comienza en Shkodra, una ciudad de 2.400 años de antigüedad situada a orillas del lago Skutari, el centro del norte de Albania.

El camino más rápido y más bonito hacia el valle de Valbona pasa por el embalse de Koman. El minibús sale a primera hora de la mañana. Durante dos horas traquetea por una garganta hasta llegar al puerto de ferries. A veces, el ferry pasa junto a acantilados de cientos de metros de altura y después vuelve a abrirse el lago. En el puerto de Fierza espera Catherine Bohne con su todoterreno. Su cuello está vendado, por un incidente con un oso, explica. La mujer estadounidense, de 30 años, estaba caminado por el bosque cuando vio una osa con sus cachorros. Estaba encantada y llamó a su esposo. Sin embargo, la osa la agarró y le hirió el cuello con sus garras.

El todoterreno entra en el valle de Valbona, que se parece a los Alpes de hace 200 años: pacas de heno en las praderas, bosques y detrás las puntas de las montañas de más de 2.000 metros de alto. Sin embargo, no hay telesquís, ni bares, ni clubes, ni casinos ni tiendas de artículos deportivos. Alfred Selimaj bautizó su restaurante «Rilindja», que significa «renacimiento». «Actualmente, casi cada familia en el valle gana dinero con el turismo», dice. Solo los dirigentes del Partido Comunista podían pasar aquí las vacaciones en un lujoso complejo hotelero, del cual solo han quedado ruinas.

Al final de la calle se encuentra el «Grand Hotel» de los nuevos tiempos, una mole de cinco plantas de piedras naturales. Bajo un sol abrasador caminamos por un sendero empinado entre hayas, pinos y robles. En algún punto del camino hay un letrero que para nuestro alivio señala la presencia de un café. La autora inglesa Edith Durham escribió a principios del siglo XX sobre Theth que ningún otro lugar en el mundo le había impresionado tanto por su carácter solitario y majestuoso. El adjetivo «majestuoso» sigue siendo válido: los picos se alzan hasta una altura de casi 2.700 metros, pero lo «solitario» ya es cosa del pasado. Minibuses con turistas estacionan frente a letreros que dicen «Hotel», «Guesthouse» o «Tourist Info Center». Bolsas de patatas fritas y cajetillas de cigarros vacíos están tirados en el suelo.

En 2006, el pueblo recibió a 600 turistas. El año pasado ya fueron 16.000. «Hoy, casi cada familia en el valle tiene una pensión», dice Gjeçaj. Ya es difícil encontrar personal ya que la gente en el pueblo no quiere trabajar para otras familias. «La GIZ ha pagado todo aquí, desde los letreros hasta la renovación de las escuelas». Sin embargo, la organización alemana también ha atizado la envidia, matiza Gjeçaj, porque a algunas familias les dio dinero y a otras no. Quizás, los aldeanos deberían volver a visitar a Sokol Nikolle en su torre fortificada y escuchar las viejas historias. En el pasado, cuando los patriarcas se reconciliaban, bebían la sangre del otro. Salían de la torre como amigos íntimos. Ya eran una sola familia.

 

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