Galería de fotos | En el noreste de Brasil, los encantos de São Luis

El noreste de Brasil revive cada día los placeres y pesares de todas las comunidades que le dieron vida: franceses, portugueses, africanos y aborígenes. São Luis, belleza a lo ancho y en profundidad.

El estado de Maranhao amplía el campo turístico hasta la cuarta dimensión: viajar al pasado. Las raíces africanas emergen en São Luis y la belleza eterna, en los Lençóis, la mayor concentración de dunas de América. Cuando llueve, se forman lagunas que son aptas para el baño. Foto: Diario PERFIL [ Ver fotogalería ]

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Por Monica Martin ( Desde São Luis para Diario PERFIL)

Con veinte variedades de palmeras, frutas típicas ignotas y melosas (bacurí, cupuaçú, açaí…) y peces casi anónimos para los argentinos (pargo, pedra, sanambí y el carísimo peixe amarelo –con su tripa hacen hilo quirúrgico–), la isla de São Luis, capital del estado de Maranhao, es una caja de sorpresas. Una Jamaica brasileña en donde el reggae se escucha más que la samba y, por influencia de la lambada, se baila de a dos. De aquí salió la mejor banda de reggae del país, Tribo de Jah, que se gestó en una escuela para ciegos. Acá, apenas dos grados al sur de la línea del Ecuador, se encuentra el segundo litoral del país (detrás de Bahía), donde se produce una insólita doble variación diaria de mareas que desnuda 6 kilómetros de arenas en cada amanecer, para volver a arroparlas con las aguas tibias del Atlántico, unas horas más tarde. Y qué decir de esas islas que ofrecen un paradójico paisaje intenso de manglares, cangrejos y agua dulce de un lado, y el abierto mar salado, del otro.

Es que estamos al noreste de Brasil, a 962 kilómetros de Fortaleza, pegados al esplendor de la Amazônia, que en las riberas occidentales de los cursos de agua ya se insinúa con oscuridad verde, naturaleza barroca y lodo. São Luis debe ser de las pocas ciudades del mundo en donde el carnaval es temporada baja, y una fiesta popular de junio en la que se simula resucitar a un buey –bumba–, la temporada alta. Es un hermoso destino de 500 kilómetros de playas (Ponta D’Areia, São Marcos, Calhau y Olho D’Agua), pluralidad de astilleros y un puerto de donde parten cuantiosas exportaciones de hierro, magnesio, bauxita y soja rumbo a China, Japón y Europa.

Todo el estado de Maranhao atesora la tercera población negra del país (después de Bahía y Río de Janeiro) y la mayor concentración de quilombolas, las comunidades conformadas por los descendientes de esclavos negros. Sus dos fiestas mayores le granjearon el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad, y remiten a esos orígenes multiculturales: la citada Bumba Meu Boi y el Tambor de Crioula. En la primera y en honor a San Juan, durante la segunda quincena de junio, una persona recorre las calles céntricas oculta bajo un buey de madera; en la segunda, homenaje a São Benedito, los afrodescendientes bailan sus danzas típicas.

Al mismo tiempo, Maranhao es el hogar de los tupinambás, una de las mayores poblaciones aborígenes del país, ahora desplazada hacia la sabana del interior. “Aquí hay diferencias sociales pero no discriminación”, evalúa Juan Manuel Pitacco, el guía turístico argentino que, cuando conoció este lugar, cambió de domicilio. “Me gustó el aire provinciano que todavía se vive acá, los festejos de junio y en los Lençóis aluciné, me dije que no podía sólo pasar por aquí. Y me quedé a estudiar en la Universidad Estatal de Maranhao”, sintetiza. El guía se refiere a los Lençóis Maranhenses, 156 mil hectáreas de oasis que conforman el único desierto húmedo del mundo. Un paraíso insoslayable que se camina –siempre con guía– como expedicionario en el desierto –o cual personaje de novela de Paul Bowles– y donde los turistas van a esperar el crepúsculo.

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Para llegar al espíritu de São Luis hay que visitar la Feria de Praia Grande, un intenso desplegable del exotismo regional: botellas con manteca líquida, dulce de burití, aceite de babaçu, aguardiente de cangrejo, cajú fresco (equivalente a diez jugos de naranja, en vitamina C), bouxinha du cabacinha para la senusitis, polvo de ostra para la osteoporosis, moleque seco para la circulación, inxuga para el dolor de ovario, kina para la diabetes, cajui para las inflamaciones…

Muy cerca, el Teatro Arthur Azevedo se visita de tarde y exhibe una araña regalada por el ex presidente argentino Raúl Alfonsín, en 1986. Con suerte –dicen–, dará con el espíritu de Apolonia Pinto, que nació en un camarín y se resiste a abandonar la sala en la que vivió y construyó toda su carrera actoral. En Maranaho, los franceses encabezan la lista de turistas extranjeros. Es que la dominación gala fue breve, pero intensa: apenas tres años, entre 1612 y 1615, cuando los portugueses reconquistaron la ciudad y reconstruyeron, en piedra, el puente de madera que el comandante Daniel de la Touche había levantado sobre el actual centro histórico.

Había venido con tres naves, 500 hombres y el sueño de la rancia equinoccial, con el que tentó a los tupinambás, sus mejores aliados. De hecho, la capital se llama São Luis en honor a Luis XIII, el primer rey francés que dio la dinastía Borbón. La Casa Huguenot, también en el centro, rememora esas gestas con cuadros, documentos y buena cartografía. Luego invadieron los holandeses y finalmente São Luis fue de los portugueses, que trajeron esclavos y erigieron más de 3.500 construcciones de estilo lusitano (se la conoce como “la ciudad de los azulejos”). La vida colonial del siglo XVII giraba en torno al promontorio amurallado donde se unen los ríos Anil y Bacanga, la Catedral de Sé, el Palacio dos Leões –actual oficina del gobernador–, todo un conjunto arquitectónico que le granjeó a la capital el merecido reconocimiento de Unesco.

El Hotel Grand São Luis, sobre la Plaza Don Pedro II, se erigió en el corazón de ese pasado. El ex presidente José Sarney, quien reinauguró la vida democrática del país vecino en 1985, es maranhense y para entonces había gobernado diez años ese estado. El puente José Sarney fue uno de sus legados. Aunque ensombrecidas por las acusaciones de corrupción, con él llegaron las grandes obras: las compañías mineras, la construcción del Puerto Itaquí, varios puentes, la autopista hacia Barreirinhas, barrios nuevos y la reconstrucción del centro histórico.

Hoy São Luis es “la capital de todos”, según reza el eslogan oficial del Partido Comunista brasileño, actualmente en el poder. “En Maranhao tenemos 5 millones de habitantes y no existe tierra más fértil que ésta, pero el 70% de la población es pobre. Este es un estado rico con gente pobre. Sin embargo, acá no se asocia la pobreza con la sociedad negra o aborigen. Yo soy descendiente de indios y negros y soy profesora en la universidad. Pude hacerlo. Brasil es el gran pueblo mestizo del planeta, orgulloso de su pasado. Más del 50% de la población se reconoce como negro, pardo o aborigen. La diferencia entre Maranhao y otros estados del país es nuestra riqueza cultural, que rescata todos los orígenes”, resume Maria do Socorro Araujo, secretaria municipal de Turismo de São Luis. Y esos blasones culturales Maranhao los despliega ante el turista como una realidad 4D hacia el pasado.

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