Columbretes y Tabarca, las islas desconocidas de España
A 50 kilómetros frente a la costa valenciana hay un pequeño archipiélago llamado Columbretes, donde no hay molestos vendedores de souvenirs ni hoteles o restaurantes. Playas solitarias y naturaleza virgen.
Las Illes Columbretes son desde 1988 un parque natural y desde 1990 también una reserva marítima. [ Ver fotogalería ]
Por Manuel Meyer (dpa)
¿Playas solitarias y naturaleza virgen? Esto apenas se puede encontrar en la Costa del Azahar, entre Peñíscola y Valencia. Sin embargo, es posible escapar al turismo de masas en la España continental alquilando un catamarán o reservando una plaza en un barco de excursión o de buceo. Y es que a 50 kilómetros frente a la costa valenciana hay un pequeño archipiélago llamado Columbretes, donde no hay molestos vendedores de souvenirs ni hoteles o restaurantes. «En cambio, aquí hay mucha tranquilidad y mucha naturaleza espectacular«, asegura el guardaparques Vicente Ferris. Su ubicación aislada convirtieron a las Illes Columbretes en un auténtico paraíso animal. La mayoría de los casi 20 islotes en realidad no son más que rocas que se alzan sobre el mar formando un hábitat para un sinnúmero de especies de aves.
Hay cuatro islas más grandes: La Ferrera, La Foradada, El Carallot e Illa Grossa, la isla principal. Las islas son de origen volcánico, como ya se puede apreciar cuando el barco entra en el antiguo cráter redondo del volcán de Illa Grossa, que está abierto en uno de los lados. La isla, con forma de herradura, se alza sobre el mar hasta una altura de 67 metros. En el agua cristalina hay veleros fondeados. Las Illes Columbretes son desde 1988 un parque natural y desde 1990 también una reserva marítima. Por esta razón, Vicente primero debe comunicar a los turistas una larga lista de prohibiciones antes de que el grupo se dirija por un camino angosto al faro. La protección de este ecosistema único es muy importante.
Anteriormente, fueron durante mucho tiempo un refugio para contrabandistas mallorquines. En los siglos XV y XVI también se escondían aquí piratas llegados del norte de África. Durante un breve tiempo, la isla principal también funcionó como colonia penal. En 1856 se comenzó a construir el faro. Los trabajadores quemaron la vegetación en toda la isla para matar la gran cantidad de víboras venenosas que había en ella. Por algo las islas se llaman Columbretes, nombre derivado de Colubraria, serpiente, tal como los romanos bautizaron el archipiélago. «Las islas Columbretes cuentan sin duda con las estaciones de buceo más bonitas en toda la región de Valencia. El paisaje rocoso volcánico es realmente muy variado. Hay cuevas interesantes y praderas marinas, y la visibilidad bajo el agua llega hasta los 40 metros«, señala Antonio Civantos, quien regenta en Alcossebre un centro de buceo para observar barracudas.
Quien quiera huir de las masas tumbadas en las playas de la provincia de Alicante, al sur de Valencia, puede buscar refugio en la Isla Tabarca, situada a menos de cuatro kilómetros de la costa de Santa Pola. Sin embargo, durante la temporada alta, muchas familias españolas de la región van a Tabarca para evitar las masas de turistas alemanes e inglesas en Benidorm y Alicante. Durante esos meses, también los restaurantes de paella en Tabarca están llenos a reventar. Sin embargo, la afluencia de turistas gritones a esta isla todavía no es masiva. No hay coches ni hoteles grandes. En el único pueblo en la isla solo hay algunas pequeñas pensiones.
En Tabarca aún se pueden encontrar rincones y bahías solitarios. La isla no es grande. Desde el puerto uno llega en pocos minutos al centro de la isla, donde se alza la torre defensiva de San José, una mole cuadrada con tres plantas con la que los habitantes se defendían en el pasado de los piratas. Caminando desde la torre un par de cientos de metros, uno llega al faro y a un cementerio de familias pescadoras genovesas por una llanura sin árboles pero con magníficos agaves. Quien quiera disfrutar realmente de una estancia en Tabarca debería pernoctar en la isla. Tan pronto como los turistas de paso vuelven en ferry a tierra firme, los habitantes reconquistan por la tarde los callejones del pueblo. Vuelve la calma y en la playa uno puede disfrutar de la puesta del sol prácticamente solo.