La isla que encantó a Víctor Hugo

El escritor pasó 15 años exiliado allí, donde escribió Los miserables y profundizó su ideario romántico: naturaleza, mujeres y convicciones. Fotos.

CUARTO CON VENTANA. Su lugar favorito en la casa era el jardín de invierno. “Un mes de trabajo aquí vale lo que un año en París”, escribió en una carta a Auguste Vacquerie. [ Ver fotogalería ]

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Por Ann Mah (*)

 

En octubre de 1855, Victor Hugo llegó a la lluviosa y ventosa Isla de Guernsey buscando refugio. Feroz opositor del segundo imperio de Napoleón III, había sido desterrado primero de su Francia natal y luego de Bélgica y la isla de Jersey. Por la época en que puso pie en esta pequeña isla cercana al Canal Inglés, el escritor andaba desesperadamente en busca de asilo.

Lo encontró allí. La “roca de la hospitalidad y la libertad”, tal como la proclamó en la dedicatoria de Los trabajadores del mar, su novela situada en la isla, se convertiría en su hogar por más de 15 años. Determinado y sin distracciones, volcó su energía creativa en obras maestras como Les miserables, y en la decoración de su casa, Hauteville House, la única de la que alguna vez fue propietario.

El exilio no sólo me ha separado de Francia; me ha casi separado de la tierra”, escribía. En esta isla salvaje y remota, una dependencia británica a sólo 42 kilómetros de la costa normanda de Francia, Hugo pasaría el período más productivo de su vida.

Hoy Guernsey es más conocida por ofrecer un refugio de otro tipo: la indulgencia de sus leyes financieras la han convertido en un paraíso fiscal. Pero la Guernsey de Victor Hugo –un lugar de contemplación silenciosa, largas caminatas por acantilados y cautivantes bahías donde nadar– todavía está presente, así como lo están los rastros de la vida del escritor.

Siendo ya una figura célebre al momento de su exilio, se sintió atraído por la isla debido a su cercanía a Francia y la independencia de su gobierno. Desde el momento en que su barco atracó en el puerto de St. Peter, la capital, quedó maravillado por su belleza. “Hasta en la lluvia y la niebla, la llegada a Guernsey es espléndida”, escribió a su mujer. Hoy los viajeros que llegan en ferry comparten esa primera impresión del puerto, del suave cabeceo de sus botes pesqueros y las casas alineadas a lo largo de sus colinas.

Hugo se asentó en una de estas residencias en lo alto de la ciudad y ubicó a Juliette Drouet, su amante, en una casa de la misma calle. Creía entonces que su “actual refugio” se convertiría en su “probable tumba”. Impulsado por estos temores, se embarcó en una producción literaria intensa y en su obra de arte más tangible: la decoración de su Hauteville House.

Luego de que fuese donada a la ciudad de París por su nieta y tataranietos en 1927, pasó a ser un museo. Entrar en ella, repleta de tapices y objetos artísticos, es como ingresar en la imaginación de Hugo, llena de simbolismos ocultos, declaraciones desafiantes y guiños humorísticos. El escritor pasó casi seis años decorándola, inspeccionando tiendas de artículos usados en busca de objetos decorativos.

Bajo su mirada, una docena de baúles de madera podían reunirse para formar una gigantesca repisa, y los curvos respaldos de unas sillas podían convertirse en marcos para las ventanas. Los paneles de las paredes todavía están tallados con rostros y palabras; un letrero sobre la puerta del comedor reza Exilium vita est (“La vida es exilio”).

Los cuartos de abajo, oscuros, van dando paso a la luz a medida que se sube por las escaleras. En la parte superior de la casa, un luminoso jardín de invierno alberga el dominio principal de Hugo: una habitación austera –donde el mujeriego dormía junto a sus sirvientas– y un despacho con una vista que se extiende a lo largo del canal.

Sentado aquí en “el mirador”, como él lo llamaba, escribía mientras contemplaba las vecinas islas de Sark y Herm y, en el brumoso horizonte, su amada Francia. Trabajaba por la mañana y pasaba sus tardes explorando la isla en largas caminatas.

Su paseo favorito era hacia el sur desde el puerto de St. Peter, bordeando los acantilados de la costa. Finalmente aparece la bahía de Fermain, con sus aguas brillando como un diamante azul en medio de la niebla. Hugo venía a esta ensenada para nadar y sentarse a mirar el océano.

En 1870 pudo regresar a París, aunque visitaría Guernsey tres veces más antes de su muerte, en 1885. La influencia de la isla en su obra es evidente. “Esa es la razón por la cual me sentencio al exilio.”

 

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(*) The New York Times / Travel. Publicado en Diario PERFIL el sábado 30 de junio de 2012. Traducción: Alejandro Grimoldi.

 

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